Mostrando entradas con la etiqueta prostitución. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta prostitución. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de mayo de 2022

Hierba (Casa de consuelo para Japón)

7 comentarios

Casas de consuelo hospedadas por mujeres de consuelo. Así concebían su mundo los soldados japoneses que intervinieron en la guerra del Pacífico durante la segunda guerra mundial. Era su derecho poder desfogarse. Para ello secuestraron a una multitud de muchachas, la mayoría coreanas, y las tenían en los lugares donde estaba establecido el ejército en el este asiático, caso de China. A algunas les prometían trabajo, negociaban con las familias de otras, aunque no era necesaria razón alguna para encerrarlas; sencillamente las raptaban en poblados o en caminos y las transportaban a los lugares convenidos.

Hierba (2022, traducida por Joo Hasun), de Keum Sug Gendry-Kim, narra la historia gráfica de la coreana Lee Ok-Sun, una de estas mujeres de consuelo, eufemismo empleado por el ejército imperial japonés para denominar a sus esclavas sexuales. Lee fue raptada en 1942 y trasladada a la fuerza a una base aérea en China. No volvió a su país hasta 1996, gracias a un proyecto del canal televisivo SBS.

Lee Ok-Sun vive en la llamada Casa del compartir, refugio para las víctimas de la esclavitud sexual, con residencia y museo, ubicada en Gwanju (Corea del Sur). Allí es donde la autora la ha visitado repetidas veces y se ha atrevido a preguntarle por su vida. De este modo ha elaborado esta historia, Hierba, que da cuenta de su infancia en un hogar muy humilde de Busan, Corea del Sur, y de las sucesivas ventas que sufrió en la niñez y adolescencia.

Historias oscuras para las naciones que las propiciaron, que solo en parte pueden ser reparadas.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Infierno prometido

2 comentarios

«El cafishio saludó cortésmente al dueño de la cabaña y, agachando ligeramente la cabeza, entró. La mujer estaba detrás de la mesa de tablas con un recipiente humeante. El cabello apenas dejaba el rostro al descubierto. Al fondo, semi en penumbra, se dibujaban las siluetas de unas criaturas junto a la lumbre macilenta. Él no se quitó el abrigo, que mantuvo con los botones desabrochados, dejando ver la pulcra camisa y el traje bien planchado.

―¿Un té? –ofreció el dueño, con ojos expectantes, mientras mostraba una silla en el lado de la mesa donde había una taza de porcelana algo desconchada y un trozo de bizcocho.

―Gracias. El viaje desde Plov es algo fatigoso –dijo el recién llegado, que tomó su tiempo en tragar el brebaje y sacar un blanco pañuelo con el que limpiarse los labios–. Ya le habrán dicho. Emigré hace unos años a Argentina. He hecho fortuna y vuelvo a Polonia en busca de una mujer judía para convertirla en mi esposa. Y, según tengo entendido, por su virtud, esa puede ser Ruchla.

―¡Pero Ruchla es muy joven, señor! –saltó la mujer–, creíamos que se interesaba por la mayor, por Sara. –Pronto se arrepintió de haber hablado, al recibir la mirada que le dirigía su marido.

―¡Oh, siento que se haya producido este malentendido! Si ese es su deseo, no les molesto más.

[…]

Un mes después, Luba subía al barco en Le Havre. Ya amainaban las lágrimas que le produjo la noticia, dejar el pueblo, sus hermanos. Eran cuarenta y cinco. No verían a sus maridos hasta llegar a América, les dijeron. Entretanto, quedaba tiempo para comer en abundancia, dormir plácidamente y contemplar las estrellas. A la llegada a Buenos Aires les esperaban unos carruajes que las condujeron al hotel ¡en el que tenían habitación propia!

Allí podrían hacer vida de sociedad y conocer a un hombre cada diez o quince minutos…»

******************************

Es el modo en que operaba la mafia Varsovia en Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo veinte. Después se llamaron Zwi Migdal. Organización judía dedicada a la prostitución. No diferente de las italianas, españolas o alemanas. Pero de un potencial que llegó a contar con más de 400 “empleados”, montar unos 2.000 burdeles y controlar unas 4.000 mujeres. Beneficios millonarios con los que construir sinagogas propias, hoteles, y hasta un cementerio, pues la comunidad judía luchó contra ellos con ahínco y los estigmatizó.

Numerosos libros se hacen eco de su existencia. El último de ellos, de Elsa Drucaroff, El infierno prometido (2006, El Aleph, 2010) donde la protagonista escapa de este mundo con un anarquista. Pero también puede leerse (no diremos que con placer) el de Albert Londres, El camino de Buenos Aires (1927) o el de Myrtha Schalom, La polaca (2003), novela sobre Raquel Liberman (la mujer que denunció a la mafia) o el del comisario Julio Alsogaray, Trilogía de la trata de blancas (1933), salpicado de antisemitismo sin fundamento.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Prostitución (y III)

4 comentarios
»Contrastaba la ardiente sensación que tenía la Bibliotecaria en su interior con la palidez de su rostro. Se creía depositaria de siglos de historia, la llamaban con miles de nombres, se encontraba en el lecho −aplastada− sin poder escapar. Marina hizo un símil (del que se arrepintió al instante) comentando que se iba pareciendo a una flor de cerezo. Lo cierto es que le preocupaba el estado de su amiga, que no remitía en sus quejas: “¿Acaso tenemos derecho, en nombre de la excelencia o de la erudición, a destrozar su reposo? ¿Somos gente sin entrañas?”

»Marina tomó a la Bibliotecaria del brazete y salieron del puente en dirección sur. Atravesaron la antigua plaza de tierra, cogiendo la senda que serpenteaba por la suave ladera que miraba hacia la ciudad. A mitad de cuesta se toparon con el hotel. Entraron en la cafetería. Estaba animada. El mostrador rebosaba de color, con apetecibles texturas, en las que se adivinaba su sabor. Se sentaron junto a un ventanal, que pudieron entreabrir, y Marina se acercó a la camarera a pedir un vaso de agua. La Bibliotecaria, al quitarse el abrigo y doblarlo en el respaldo de la silla, rozó un papel; era la carta que había olvidado echar en Correos.

Se levantó de repente y corrió hacia los servicios. Marina puso la mano, con amorosa firmeza, en la blanquecina frente de la Bibliotecaria cuando ésta se inclinó hacia adelante».


Añorando a mi amado (Según la melodía Soñando con el sur)

Ya me marcho de la Isla de la Garceta,
dejando la hoja esmeralda del loto,
sola, con la flor rosada.
Amorosa pareja de desamor.
Amentos del sauce revolotean
Para juntarse en la pena de mi cítara.
El viento roza la cortina de brocado.
Me sorprende la pronta llegada del otoño.

¿Dónde estaba él? A la clara luz de la luna.
Media noche. Le agarré de los brazos,
De los adornos de oro que llevaba.
¡Cuánto nos encantaban
Aquellos lotos lozanos!
Y ahora, mi corazón en las nieblas.

(Liu Rushi [1618-1664] fue vendida a los ocho años. Compuso veinte poemas cuando fue expulsada de la casa del poeta Chen Zilon, su amante, después de que éste emprendiera un viaje. Vuelta al burdel, de nuevo se emparejó con el también poeta Quian Quianyi y, al morir éste, se suicidó).

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Prostitución (II)

4 comentarios
»Marina y la Bibliotecaria caminaron por el puente romano y se acodaron en un entrante del pretil, sobre el tajamar central. Ésta no dejaba de moverse: “¿Acaso, al pagar unos euros por estos versos, nos diferenciamos en algo de los hombres que compraban los servicios de aquellas mujeres?”. Marina trató de calmarla:

―Ya ves que habla en la introducción de que en China se compuso poesía algunos siglos antes que en Grecia. (¡Hasta constituyó, a lo largo del tiempo, la prueba central para hacerse funcionario!). El número de poetisas supera allí las diez mil y, entre ellas, las prostitutas conocidas pasan de doscientas. ¡No es para ponerse así ahora! Además, algunas se casaban con gente poderosa o con poetas de su tiempo.

Pero era inútil el consuelo. La cabeza de la Bibliotecaria ardía y las palabras le caían incendiadas hacia el pecho, el vientre, los muslos… –quebrado el pecíolo de la razón– al igual que desciende una irregular procesión de bacantes con su evohé camino del fondo de la gruta.
Primera respuesta a Lin

Flores del peral, en soledad, igual que la luna.
La Vía Láctea baja a lanzar su luz
a la ventana de seda bordada.
Noche larga, larguísima.
La paso, como siempre,
encendiendo inciensos perfumandos,
aunque nunca pido nada al azul del cielo.
(Zhang Hongqiao, siglo XVI, concubina del poeta Lin)
[Concluirá]

lunes, 13 de diciembre de 2010

Prostitución (I)

10 comentarios
«La Bibliotecaria también se acercó al escaparate de la librería. En la zona de la izquierda habían quedado unos libros en aparente desorden, con aspecto de recién dejados, de los que le llamó la atención uno.
―Mira: An to lo gía de poet as pro s ti tu tas chi nas (Si glo cin co – Siglo diez no veinti uno) –leyó despaciosamente–, creo que pone.
―Cómpralo –le dijo Marina, después de que, de puntillas, alcanzara a leer el título con claridad―. Es una recopilación de Guojian Chen.

Dudó un instante, pues estaba acostumbrada a tomar los libros prestados, pero lo adquirió. Salieron a la calle. Era una tibia mañana de diciembre, con sol algo opaco en el cielo deshilachado. La gente visitaba las tiendas, cargaba con bolsas e iba llenando las aceras. La Bibliotecaria abrió el libro y lo fue hojeando de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante. Era bilingüe y, en las páginas impares, destacaban los negros ideogramas. “Lee en alto”. Sorteando a los viandantes, se detenía de manera aleatoria en los poemas y recitaba a Gu Hengbo, Wang Wei, Zhao Luanluan…: «Mi amado dice que la flor rosada es mi rostro […] Mi corazón, igual que la luna, helado […] Ataviada así, mi marido / me mira con una sonrisa». E iba diluyéndose el vocerío del alrededor.

La Bibliotecaria notó que poco a poco el libro comenzaba a quemarle entre las manos. Se sentía incómoda y se sorprendía de lo pensaba: “¿Acaso es menos cruel nuestro refinamiento, al editar y exponer esta obra, que el de las matronas de los burdeles que obligaban a leer y escribir poesía a estas mujeres (esclavas) para cobrar más dinero por sus servicios?”. Bajaron hacia el río.

Improvisado en la barca
Para mis padres, pesa más
el dinero que su hija.
Y así, con el laúd entre los brazos,
recorro sola mil y mil leguas.
Al claro de la luna,
tras mi interpretación,
no cesan de aplaudirme.
No saben que no han escuchado música,
sino los sollozos de mi alma rota.
(Lu Huinu, siglo XIV, en Hangzhou)
[Continuará... esta semana]