lunes, 18 de octubre de 2010

Organdí, para heridas más allá del cuerpo y del alma

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«La bibliotecaria atravesó la pared. Lo hacía con relativa frecuencia, llegando a lugares (que ya le eran familiares) adentro de su pecho, de su vientre, de sus muslos, de su pensamiento…, pero esa vez se encontró en un espacio nuevo. Era una habitación poliédrica, cerrada, sin ventanas, de altas paredes. Y, al tiempo, luminosa, inocente. De modo invisible, allí estaba la desorientación (con el dolor que produce), el decaimiento (con una pizca de indiferencia), la impotencia (con el sello del destino), la ansiedad (pregonera de la soledad). Era un espacio sin muebles, vacío, pero la bibliotecaria sabía que estaba rodeada de estas presencias; más, si cabe, que estaba hecha de ellas.

Tras unos momentos de punzante desazón, comenzó a tomar conciencia en aquella confusión. ¡Era ella misma! El hueco, la luz eran su esencia. Había algo anterior al cuerpo y al alma, a los deseos y a los sentimientos, al cerebro y al corazón. No, no tenía origen divino. Era humano. ¡Nunca lo hubiera sospechado! Al tiempo que aceptaba su origen, los minutos le fueron trayendo optimismo. Sabía que estaba en su núcleo, en su ser, y no sentía (como en otras ocasiones) miedo ni compasión de sí misma. La ligera brisa que entraba por una de las ventanas que había quedado entreabierta en el lado sur de la biblioteca la estremeció ligeramente, y –perezosa– se acurrucó un poco más dentro del delicado organdí que la cubría en esa tibia noche de otoño».
[El cuadro es La Dormeuse, de Tamara de Lempicka. La tela de organdí está en el Museo Lázaro Galdeano (recomendable)].

jueves, 14 de octubre de 2010

Relatos de adentro (en Sierra Morena cordobesa)

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De vez en cuando, durante nuestros paseos urbanos de la tarde, nos gusta entrar en tabernas desconocidas (o sucedáneos), del mismo modo que los domingos en la mañana deambulamos por algún barrio y tomamos café en alguno de los bares que se encuentran abiertos a esas horas. Nos colocamos al final de la barra o nos sentamos en alguna mesa de rincón y, desde allí –discretamente–, simulando que leemos la prensa, contemplamos la variedad de tipos que aparecen por el local. Tratamos de adivinar sus vidas, los motivos que les llevan a tomar café, vino, cerveza, orujo… Reparamos en el modo en que se relacionan, la conversación que mantienen, las entradas y salidas, la rapidez o lentitud en que consumen, la familiaridad que tienen con el lugar. En definitiva, el respeto que se tienen para que cada cual pueda disfrutar su momento de descanso o para que pueda ahogar, sin reproches, la impotencia vital que siente, reflejada cada día algo más en su rostro, marchitada ya la ilusión que conocieron hace ya años.

También, por este nuestro gusto en escapar a las luces de escaparate librario, leemos con frecuencia relatos de gentes que no están en el candelero literario. Preferimos, además, los que tienen alguna relación con el campo y los pueblos. Los de la ciudad nos resultan más vacuos, sin arraigo, escritos a veces con formalismo de escuela de escritura, basados en argumentos algo forzados. Es por ello que estos días disfrutamos de Relatos de Sierra Morena cordobesa (Cerro Muriano, 2010). Cada narración se entronca en detalles de la tierra –extinción del lobo, persecución a familias judías, amores perdidos, guerra civil, despoblación, etc.– y la protagonizan personajes que nos transmiten vivencias que te encuentras en el ambiente de las aldeas. Gentes ni felices ni desdichadas. Sabemos, al leerlo, que tiene una antigua relación con nuestra persona.

Por si fuera poco, la obra está editada por la asociación para el desarrollo de esta comarca. Nos trasladan a Adamuz, Espiel, Hornachuelos, Montoro, Obejo, Villaharta, Villanueva del Rey y Villaviciosa de Córdoba. Otro más de los intentos de los pueblos pequeños y alejados de las urbes por evitar la desaparición.


Saludos, pues, a la gente cordobesa.

lunes, 11 de octubre de 2010

Medianoche en la posada

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En teoría, la Poética es la ciencia que se ocupa del lenguaje literario, entendiéndose también por tal la obra o tratado sobre los principios y reglas de la poesía. Se habla mucho de lo que puede ser la poesía, pero poética resulta una palabreja que casi nadie sabe muy bien a qué se refiere y que, por ello, podemos despacharnos sobre el tema a nuestras anchas. Se da el caso de toparnos con quienes escriben poemas y creen que la poesía es una llama, una luz que solo perciben ellas/os. Como si el resto de mortales tuviéramos que estar a expensar de las migajas que nos van soltando. ¡En fin, hay gente para todo!


Por nuestro lado, creemos que la poesía es una forma como otra cualquiera de expresión (con sus peculiaridades, por supuesto, como cada hija/o de vecina/o). Y que una de estas singularidades es su capacidad de conectar con la infancia de quien escribe y de quien lee e, incluso, con los orígenes de nuestros ancestros. Josep Carner (1884-1970), entrada la noche, llega a una posada; cuando se acerca a Recepción, el dependiente (algo contrariado por la inoportunidad nocturna del solicitante) le muestra un formulario para que se registre. El poeta escribe:

Difícil registro

Quién soy no sé, ni adónde voy. Sólo sé que quisiera
reclinar la cabeza en un regazo
de mujer y dormirme
al ritmo –aún– de una canción de cuna.

Podemos imaginar la cara que pondría el somnoliento recepcionista ante semejante registro.

jueves, 7 de octubre de 2010

El alfabeto digital en burra y burro

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Ahora que está recién inaugurada la Feria del Libro de Fránckfurt, en la que se mueven millones y millones de euros y en donde un conocido buscador de Internet ha anunciado su próxima salida como editorial con unos 400.000 libros digitalizados, listos para poder ser descargados en la variedad de aparatos electrónicos de los que vamos disponiendo, nos emociona recordar gestos como los de Luis, recorriendo las veredas embarradas de Colombia para llegar a poblados perdidos en los que las escuelas no cuentan con bibliotecas ni la gente dispone de dinero para comprar libros.

La burra Alfa y el burro Beto son sus autopistas de la información.



Y recordamos, con ello, la entrada que realizó Mafi en esta bitácora hace algo más de dos años (tempus fugit).

A su salud.

domingo, 3 de octubre de 2010

Abuelas/os, nombres, libros y memoria

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Hablábamos hace un tiempo de quienes habían tenido abuela(s) y abuelo(s) en la infancia para contarles historias, refranes o batallas. Y hemos hablado aquí, también, de la poetisa chilena Winétt de Rokha. Este no era su nombre, sino el de Luisa Victoria Anabalón Sanderson (igualmente, su marido no se llamaba Pablo de Rokha, sino Carlos Díaz Loyola); pero ambos creían que podíamos ponernos nombres que sonaran bien −la belleza− aunque no tuvieran ningún significado concreto y, de ahí, que eligieran el de Winétt; lo mismo que procedieron cuando a una de sus hijas le pusieron Lukó.
El abuelo materno de Winétt −políglota y gramático− era irlandés; traducía a Safo y Ovidio; tenía un puesto técnico aceptable en las minas del norte de Chile (explotadas por capital extranjero). Él fue quien le inculcó a su nieta el amor a la literatura. En reciprocidad, ella lo recuerda en Oniromancia:

Tres o cuatro fechas y en la memoria de algunas /
estampas, una visión equívoca, /
eso, de Domingo Anderson, el políglota, /
libros, y libros a la espalda, con ellos de casa en casa, /
libros y libros y libros, /
con ellos de pensión en pensión, encajonados, llovidos, /
rodando, acumulados como piedras de piedra, /
dolor y cansancio y libros, escrituras y escrituras en /
caligrafía de dolor y sueños.
[…]
Abro los brazos estrechando lo inútil inconmensurable: mitos, libros, ríos, libros, desengaños, libros, libros, libros, tú y yo entre los doscientos crepúsculos. [Historias que nos cuenta María Inés Zaldívar en Winétt de Rokha, Fotografía en oscuro. Selección poética, Madrid, Colección Torremozas, 2008].

lunes, 27 de septiembre de 2010

Librerías, espacios de amor

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Estábamos en lo del amor. En aclarar si es verdadero o no. Es fácil que no lo hagamos, pues se ha intentado desde que existe la escritura, sin llegar a un acuerdo general. Eso sí, tenemos los sentimientos. Y ahí, en muchos momentos, notamos la invasión de presencias que nos llenan; de ligeros estremecimientos que recorren nuestra columna y nos transportan a la gloria. No lo podemos disimular: el rostro es el espejo de ello.
Como aquí, en la bitácora, apreciamos los libros, pues nos sumergimos en este amor recorriendo las estanterías de una librería.

Recorro los espacios que frecuentas
sabiendo de antemano
que no te encontraré. Me ayuda
que sean tan fijos tus horarios.

Tu aroma es lo que yo persigo,
el aire que te vas dejando
y se mantiene intacto hasta que llego,
y marco sus contornos
con el detenimiento que necesita
un ritual tan íntimo.
Mucho más que las tardes de amor y caramelos
que a veces tú y yo nos regalamos.

Observo tu silueta en el espacio
que antes ocupabas −callada
quietud entre los libros−
y voy acariciando el sitio exacto
donde tus dedos eligieron
el que te llevarás.

He aprendido a hacerlo
de manera que aquellos que me miran
imaginan que yo busco también
un libro de poemas. Y no saben
de qué manera exacta
veo la trayectoria de tu índice
desde Silvya Plath a Pound,
de izquierda a derecha, como prefieres
hacer tan a menudo.

Más tarde perfilo muy lentamente
la curva de tu mano
cuando pasas las hojas de ese libro
que has guardado bajo el brazo,
y que, un poco más tarde,
cuando llegue con retraso al café,
comentaremos.
[Nos lo cuenta Elena Escribano Alemán en Residencias (Soria, Diputación, 2007)]

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Los cuerpos, libros de vidas

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Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
–con cuatrocientos cuerpos diferentes–
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
(Jaime Gil de Biedma)

Aquí sí que no hay libros electrónicos. Desde el despertar abrimos (o continúa nuestro empeño en dejar cerrado) el libro del cuerpo. Leído a la luz o a la oscuridad, así es de agradecido. Expuesto al aire o cubierto de tela, vive en la piel de modo constante. Proclive a la curiosidad, su índice de contenidos es inagotable. Es manantial, río, prado y volcán. Se nos figura que una de las asignaturas más difíciles de la educación familiar es la enseñanza sobre el cuerpo. Quien, desde la niñez, lo entienda bien, calmará con maestría las ansiedades y angustias venideras.

«Nadie sabe lo que puede el cuerpo», escribía Baruch Spinoza (1632-1677), nuestro vecino filósofo. Por ello, se le somete. Las tiranías y las autoridades, aun disfrazadas de cariño, lo reducen, lo encadenan, lo engalanan…
La escritura es asemejada en numerosas ocasiones con el cuerpo. Es más, se dice que escribir es construir cuerpo. La palabra somete, pero también abre un campo de batalla contra lo instituido. De ahí que no viene nada mal la lectura de antologías de poesía femenina –cuerpo con capacidad de reproducción de cuerpos– como El poder del cuerpo, a cargo de Meri Torras, que la editorial Castalia (2009) tiene en Biblioteca de Escritoras.

El cuerpo que ahora veis
viejo y decrépito tiene el valor
de un antiguo pergamino.
[…]
Con la pátina siempre
presente de este deseo intenso
de querer estar......... junto a vosotros.
(Montserrat Abelló)

lunes, 20 de septiembre de 2010

Fomento de la lectura en estado puro

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Nunca daremos con la fórmula perfecta para el fomento de la lectura. Por ello, es conveniente ir tanteando métodos. Este que aquí presentamos, sin dudar, tiene sus valores.





"Volverán las oscuras..."

jueves, 16 de septiembre de 2010

Los suicidios de la cultura. Foxconn

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Lejos quedan en Occidente aquellas fábricas en las que mujeres, hombres, niñas y niños vendían la vida por un salario de miseria. Los arrabales de nuestras ciudades han dejado de ser barrios infectos. Sin embargo, el tinglado económico que hemos montado para proveernos sí que pende sobre nuestras cabezas. Está necesitado de productos que consumir. En buena medida, hemos tranquilizado nuestra conciencia poniendo etiquetas verdes y ecológicas a esta parafernalia de supermercado. Pero, simplemente, lo que hemos hecho es alejar el problema; cerrar los ojos y desconocer de dónde viene lo que necesitamos. De ahí que se den noticias como la siguiente:


“El pasado 8 de junio, coincidiendo con el lanzamiento mundial del teléfono iPhone de Apple de cuarta generación, tuvieron lugar en Hong Kong, China continental, Taiwán y en otros lugares del mundo diversos actos de solidaridad para celebrar la Jornada Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Foxconn. Y es que desde el pasado 27 de mayo, 10 trabajadores de entre 18 y 24 años se han suicidado en las instalaciones de producción de Foxconn Technology Group, y otros 2 se encuentran en estado grave tras intentarlo. Foxconn, con sede en Shenzhen y propiedad de Taiwan es proveedora de Apple, Nokia, HP, Dell, Sony, Sony Ericsson, Nintendo y Motorola, marcas en feroz competencia y con unos plazos de entrega cada vez más cortos, lo que redunda en unas condiciones laborales inhumanas”.

¿Qué nos pasa?

lunes, 13 de septiembre de 2010

Aleluyas. El tiempo por los aires

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La aleluya es un pliego en el que están dibujadas unas escenas, distribuidas en columnas y filas, con texto debajo de ellas, por lo general de dos versos. Vienen a ser las herederas de los carteles o cartelones de ciego y serán precursoras de cine mudo. Podemos decir que tienen carácter costumbrista. Suelen tener cuarenta y ocho escaques (seis columnas de ocho filas), cuadros en los que se representa toda una vida o historia. Tuvieron gran expansión desde el siglo XVIII hasta mediados del XX.

El nombre puede venir de “alabad al Señor”, grito de alegría dado el Sábado Santo; de ahí nació el arrojar (esa misma noche) dentro de la iglesia trozos de papel o vitela con imágenes y la palabra escrita aleluya. Después se hacía en la procesión de Pascua (y otras). Se compraban en Sábado Santo, se recortaban y se tiraban en la procesión del domingo de pascua, siendo recogidas por la chiquillería que bullía en torno a esta improvisada lluvia. Los vendedores/as gritaban Aleluyas, Aleluyas finas, que pasa la procesión. Existían también tiendas especializadas, que anunciaban su producto con un Cartelón de nueve cuadros, a la entrada de las mismas.

Comenzando, por ejemplo, con “Si tenéis buena memoria / aprended aquesta historia”, pretenden un mensaje moral educativo (son tradición) y en ella aparecen personajes, adelantos técnicos, conductas (borrachera, juegos, etc.)… Lo que más abundan son las vidas. Dar cuenta de lo nuevo, conservando lo viejo. Además de moralismo, destilan marcado sentido burlesco, que se construye mediante elementos deformadores: defectos y caracteres de la figura.

Benavente dice que ahí inició su afición a la literatura. He aquí algunas:
“Las Marías son muy frías / y de puros celos rabian; / las Franciscas vocingleras, / perezosas las Tomasas, / las Isabeles altivas, / casamenteras las Juanas…”

“Ingratos, falsos, arteros, / inconstantes, bailarines, / son Danieles, Valentones, / Vitorianos y Valeros. / Los Juanes y Baldomeros, Andreses y Celestinos, / son amigos de los vinos, / aguardientes y licores”

[Más de ello en Julio Caro Baroja, Ensayo sobre la literatura de cordel, Madrid, Revista de Occidente, 1969]

jueves, 9 de septiembre de 2010

Poesía en la realidad

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Decía T. S. Eliot (en The Sacred Wood, 1920) que Blake (a quien no tragaba) tenía una honestidad aterradora, de esas que te hacen sentir incomodidad al notar tu egocentrismo. William Blake (1757-1827) fue poeta, pintor y grabador inglés. De temperamento apasionado y tendencia polemista, no dejaba títere con cabeza cuando se trataba de denunciar a quienes ejercen la represión social y política. Era un incómodo iconoclasta. Y la poesía le servía para ello. Es lo que hace en su poema Jueves Santo (incluido en Canciones de inocencia y experiencia), al denunciar los préstamos que las (piadosas) personalidades pudientes condedían a las instituciones de beneficencia a un desorbitado interés:

¿Qué tiene de sagrado ver, decidme,
sobre una tierra rica y floreciente,
niños que la miseria ha encadenado,
nutridos con mano usurera y fría?

¿Es una canción ese llanto trémulo?
¿Tal vez una canción de regocijo?
¿Con tantos nichos miserables?
¡Qué tierra de pobreza!

Además, Blake era lo que hoy llamaríamos una persona espiritual, que concebía la poesía como voz inspiradora, como parte divina de cada cual. El carácter Poético era la fuente de toda filosofía y religión (así lo desarrolla en su conocido libro El matrimonio del Cielo y del Infierno). Por si fuera poco, su escritura es con frecuencia enigmática; diríamos deliciosamente enigmática, así en esta “Segunda canción de la señorita Gittipin” en Canciones de una isla en la luna:

Oh, dejadme, dejadme con mis penas;
aquí sentada he de esfumarme
hasta no ser más que un espíritu,
perdida esta forma arcillosa.

Y si al azar en este bosque
alguien camina sin camino,
en la sombra verá mi sombra,
oirá mi voz sobre la brisa.

Gracias, Blake, por tus palabras.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Clara y Francisco, amor y dolor entre oraciones

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Clara (1193-1256) y Francisco (1182-1226) se amaban. Él era trovador en las rondas nocturnas por las calles de Asís, visitaba balcones, y coqueteaba –si se terciaba– con la pendencia. Actitudes que, unidas a su esbelto porte, le situaban en los sueños de las muchachas de su tiempo. Clara era una de ellas. Pero, cierto día, Francisco cambia de vida y, unido a otros compañeros, se retira de la vida mundana. Ella lo ve cuando le entrega la ropa a su padre. ¿Qué hacer con aquel amor de los ojos? Con dieciocho años, Clara escapa de casa y se refugia en la morada de Francisco. Allí le rapan el pelo, la despojan de sus delicadas vestiduras y la visten de sayal. No pueden arriesgarse a vestirla de hombre y dejar que permanezca entre ellos [tal vez otro día contemos alguna de estas historias]; es mujer de buena familia y podrían localizarla. Por ello, Clara queda en un convento de damianitas situado en las afueras de la ciudad.

Su enamoramiento era algo admitido por quienes les conocían. Se encontraron en alguna ocasión, sabiendo de su íntima unión. Francisco se le aparecía a Clara en sueños y le daba de mamar de su pecho. Dos años antes de su muerte, Francisco fue quedándose ciego, con crisis dolorosas, y permanecía –cecuciente– en la choza de esteras que Clara le preparaba. En los días que precedieron a su expiración, ella creyó morir de dolor antes que él. Pero falleció veintiséis años más tarde, «como enferma crónica incurable». En este tiempo, Clara seguía viendo a su santo. Una Nochebuena (encontrándose ella postrada en su convento) llegó incluso a oir los cantos de la misa que se estaba celebrando en la catedral y vio cómo Francisco le mostraba –risueño– el belén (es así que, en 1952, fue proclamada patrona de la televisión, ¡vivir para ver!).

jueves, 2 de septiembre de 2010

Papel higiénico, el reservado papel de la cultura

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Estábamos cavilando qué entrada podríamos elaborar para nuestra bitácora (y hemos de confesar que, recién llegados de vacaciones, no nos hallamos con demasiada soltura), cuando nos hemos topado con la noticia del éxito obtenido en Japón por una novela corta impresa sobre papel higiénico. Por lo visto, en este país se ha puesto de moda emplear el tiempo pasado en el reservado para culturizarse (entre otras actividades), por lo que están proliferando rollos de papel higiénico con escritos diversos: historietas manga, pedagógicas, etc.

En este caso se trata de la novela Drop −’gota’− del conocido escritor Koji Suzuki. Y no ha sido una editorial la que lo ha publicado, sino la papelera Hayashi, por lo que la novela se vende tanto en librerías e Internet como en la sección de productos de limpieza de cualquier supermercado. Por ahora lleva vendidos 80.000 ejemplares y parece que no haya tocado fondo. Al contener unas 2.000 palabras, ocupa 88 centímetros, por lo que en un mismo rollo se repite el texto 34 veces.

El problema será para las casas que tienen un solo baño.

La noticia de Efe la encontramos desarrollada en
http://bibliomistico.blogspot.com/2009/09/google.html

martes, 31 de agosto de 2010

Misterios en la literatura

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Pero madre
Estoy solo
En la espuma
En las sombras oscuras
No puedo volver a casa.

Con frecuencia oímos la expresión de que la vida es más fantástica o misteriosa que la literatura. Ciertamente, muchas de las personas que se han dedicado a las musas cuentan con anécdotas o pasajes de su existencia, dignos del argumento más exigente. No desmerece en este punto el final de la vida –¿o fue comienzo?– de Arthur Cravan (1887-1918, seudónimo de Fabian Avenarius Lloyd, sobrino de Óscar Wilde), dadaísta de pro, que un apacible día montó en una sólida goleta en Salina Cruz, al oeste de México, con el fin de llegar a un pueblo cercano, Puerto Ángel, para embarcarse hacia Argentina, pero nunca llegó a este primer destino. ¿Qué fue de él? No apareció rastro ni del cuerpo ni de la embarcación. Su compañera y esposa, Mina Loy (1882-1966), lo esperó en vano durante días en la playa.

Apenas hacía más de un año que se habían conocido en Nueva York; una para el otro y otro para la una eran el amor de su vida. Cravan, dedicado a algunas labores literarias ya en años anteriores en París, recibía sus ingresos pecuniarios de su actividad como boxeador. En la Ciudad de la Luz editaba una revista –Maintenant– que él mismo vendía en un carrito, pues decía que las librerías eran lugares en donde se oxidaba la cultura. Él tenía un concepto singular de ella. En cierta ocasión, iba a dar una charla pero acudió tan borracho que lo único que se le ocurrió fue desnudarse en público. Otra vez, había anunciado que se iba a suicidar en un lugar determinado; como la gente somos tan morbosa, el local se llenó y… entonces sí que aprovechó para dar una conferencia.

Así era Cravan, un mocetón de dos metros, que huyó de Francia al inicio de la primera guerra mundial porque era antimilitarista. Mina llevaba una hija en las entrañas cuando su marido desapareció y, lógicamente, le puso el nombre de Fabianne. Bastante mejor literata que él –también fue reconocida actriz–, compuso el sentido poema Jazz de la viuda y escribió las Letters of the unliving. Merece la pena leer a quien vislumbró «a la distancia de los muertos, el silencio opaco / del espacio no habitado».

miércoles, 4 de agosto de 2010

¿HACE UN BAÑITO? (Entrada Playera)

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¿Qué hace una bibliotecaria en vacaciones? sorprendentemente lo que todo el mundo, incluídos los usuarios, disfrutar de lo que uno tenga más a mano, el campo, la playa, el pueblo, la ciudad... y en este caso a mi me ha tocado el mar.
Os dejo este video porque estando en la playa, escuchando las olas la mente se relaja, se olvida de todas esas marañas cotidianas que impiden aprovechar los regalos que nos brinda el día a día.
En mi día playero no paro de dar Gracias y de pedir.
En mi día playero, no hay fechas, ni horas con horarios, ni se abre ni se cierra...
En mi día playero espero en la orilla apoltronada en mi toalla con mi mochila cerca donde guardo uno de los libros que en estos días deseo leer, espero, espero, espero...
Hay tiempo para todo, para pensar, para rezar, para leer pero las noches llegan tan pronto que arañan demasiado al día y ya no se cuál es más corto.
Se me olvidaba algo importante, por la noche, NO HAY CHAQUETA!!!.
Hasta pronto, me parece.


lunes, 2 de agosto de 2010

¿La cultura (biblioteca) transforma?

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¿Qué es lo revolucionario? «Lo que transforma», se decía. Hace años, en los pueblos, había muchos mozos y muchas mozas. Los domingos por la tarde era frecuente que los primeros se reunieran a merendar en las tabernas, distribuidos en varias cuadrillas. A medida que se iba comiendo y, sobre todo, bebiendo, el tono de las conversaciones subía y no era infrecuente que alguno comenzara a cantar, estableciéndose dúos cruzados entre las mesas. Pero también se daba, en muchas ocasiones, que se formaban peleas, fruto de viejas rencillas familiares o de vecindad, fruto de amores comunes por una gallarda moza. Cuando chicas y chicos comenzaron a salir a estudiar (por lo general, a colegios religiosos), fueron desapareciendo estos cuadros goyescos en los que se llegaba a los puños para resolver las diferencias. «Es la cultura», se decía, «los chicos estudian y ya no se pelean».
Narran las crónicas que en el tardofranquismo existían grandes ansias por conocer, por saber cómo se vivía en otros lugares en los que había libertad, por leer lo que se publicaba en países en los que no existía la censura. Por ello, al iniciarse la Transición, en determinadas ciudades se montaron varias librerías en las que había un rincón con sillones e, incluso, existía la posibilidad de tomarse un café o una infusión mientras se debatía sobre tal o cual libro o se comentaban los últimos acontecimientos. Se trataba de formarse críticamente. Política –en el sentido de la polis– y cultura tenían una conexión tal, que no podía hablarse de la una sin la otra.
Con el paso de los años fueron despareciendo los espacios de solaz, puesto que la economía se fue imponiendo al conocimiento. Pero no fue eso lo más preocupante. Lo evidente es que se ha desembocado en una sociedad especuladora, donde saber es igual a tener. No pinta nada (no tiene prestigio) quien tiene cultura si no tiene posición. Por ello, nos preguntamos a veces: ¿tienen las bibliotecas alguna incidencia en la sociedad?, ¿saldrán de ellas gente que valora la vida de manera culta?

jueves, 29 de julio de 2010

Las palabras y la Túnica de Neso

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Es conocida la historia de Neso, el centauro que quisó violar a Denayira –‘la que vence a los hérores’–, tercera esposa de Heracles, el cual arrojó a Neso una flecha y le impidió su felonía. Mientras expiraba, el centauro aseguró a Denayira que la sangre que estaba brotando de su corazón moribundo tenía el poder de preservar el amor en una pareja. Ella guardó un poco de líquido y, pasado un tiempo, cuando comenzaba a dudar de la entereza de su relación con Heracles, roció durante la noche la túnica de éste, el cual una vez se la hubo puesto, vio impotente cómo comenzaba a quemarse su piel, muriendo lenta y dolorosamente. De ahí que la expresión túnica de Neso aluda a un dolor moral devorador del que vanamente pretendemos huir.
Ernst Lissauer (1882-1937), judío prusiano, compuso Canto de odio a Inglaterra (conocida también como Himno del odio) en 1914, la cual fue celebrada en todos los ámbitos alemanes durante la primera guerra mundial, al punto que el emperador le concedió la Cruz del Águila Roja. Pasó de ser un desconocido a gozar de gran reconocimiento popular. Dicen que era una persona bonachona, pero que fue tragado por el ambiente de euforia guerrera que se creó en Alemania y Austria al inicio de la primera guerra mundial. Pero en 1918, al perderse la guerra, estas palabras se convirtieron en su túnica de Neso. La industria y el comercio necesitaba hacer negocios con Inglaterra; la política tenía que lavar su cara para seguir en el Poder. Así que Lissauer, amante de su patria, fue desterrado y murió en el mayor dolor que le podían infligir.

[Todo esto (y mucho más) en las memorias de Stefan Zweig, El mundo de ayer (Acantilado, 2002)]

lunes, 26 de julio de 2010

Ella y el día

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«Comienza el día con las golondrinas. La bibliotecaria se despereza al tiempo que corre las cortinas, abre la ventana y los sonidos relampagueantes de fuera le ayudan a echar a un lado el regusto amargo que le incomoda al despertar, fruto tal vez de los caóticos sueños que ha tenido durante la noche, fruto tal vez de esa tendencia –que ella cree heredada– a imaginar futuros catastróficos; imaginaciones que le recorren con su filo cortante los pasadizos del cuerpo en los momentos que preceden a la consciencia del día. El vuelo de las pequeñas aves surcando el cielo azul le trae la alegría de la jornada, la misma que experimentaba en la niñez al salir de casa en las mañanas de verano. Después de estos fugaces e íntimos momentos, torna la vista y camina hacia adentro. Pronto los rutinarios quehaceres la devuelven a la vida, borrándole la desazón primera. Podría decirse que es feliz. Bueno, también están los inconvenientes, especialmente de incomunicación, pero la velocidad del día se los traga. Digamos, entonces, que se siente dichosa entre las risas, la suave piel, las miradas reconfortantes, los besos, las pequeñas manos. La máquina, joven, comienza a andar con lavados, peinados y desayunos. Escas afluencia en la biblioteca. Alguien estudiando, que desespera de su suerte mientras recuerda que hoy tampoco podrá ir a la piscina. Los bancos junto al puente comienzan a llenarse de jubilados, así que no vendrán muchos por aquí a leer el periódico. Hay quien se acercará a devolver o recoger películas y música, y a mirar internet. Los horarios de apertura, por otra parte, se reducen y se concentra mayor número de gente trabajando en el mismo turno. «Tal vez hoy pueda despistarme de la rigidez del trabajo», piensa la bibliotecaria, «tal vez pueda atreverme con la libertad». Ella, que pasa por cumplidora ecuánime de sus tareas, se asusta un poco al reconocerse con este pensamiento. Por no caer en absurdas querencias, se levanta para colocar una enciclopedia recién incorporada a los fondos de consulta. Cuando está haciendo hueco en la estantería, se desentiende de los volúmenes del suelo, se incorpora y comienza a andar. Allá, al fondo del pasillo, ha creído ver…; no, no, tiene la seguridad de haber visto…»

[Como no puede ser menos…, continuará].

jueves, 22 de julio de 2010

Lo nuevo y lo viejo en los documentos

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Leemos y escuchamos estos días, hasta la saciedad, declaraciones y opiniones de todo tipo sobre tal o cual sentencia de estatutos de autonomía; sobre si se acepta o no; sobre lo que significa; sobre lo que puso ser. Y, en contrapartida, las posturas que sostienen sobre otros temas en la capital del reino quienes, en la periferia, se hartan de chillar. Las personas humanas tenemos capacidad de ser simbólicas, siendo ésta una de las facetas que más nos diferencian del resto de quienes pueblan la Tierra. De ahí que podamos estar días y noches con la misma cantinela. ¡Qué digo días y noches!, meses y aún años es lo que nos da de sí.

Gustamos, en la bitácora (puesto que somos del ramo cultural), traer documentos que hablen de hechos sucedidos hace años, los cuales reflejan situaciones actuales que nos parecen novedosas. En el caso que nos ocupa, hete aquí que ya se daban parecidas hechuras hace cien años. Y, si no, que cada cual juzgue este suelto que aparecía destacado en el semanario Tierra y Libertad, época 4.ª, número 40, (7 de noviembre de 1910), de Barcelona:

«¡Qué contraste!
Mientras en la Rambla de Barcelona y durante una semana andan a trompazos radicales y carlistas; mientras el Ayuntamiento de Barcelona se convierte en plaza de toros por la actitud de radicales, unionistas y catalanistas, los diputados catalanistas, unionistas y radicales, en Madrid, unidos en adecuado consorcio, firman juntos una proposición pidiendo 25 pesetas de dieta.
Ante el interés, los diputados, no encuentran diferencia.
¡Cuánta farsa!
¿Hasta cuándo, pueblo, hasta cuándo?»

Este mismo periódico anota una cita de Barón de Nervo: "La patria está donde se ama; la familia, donde se es amada/o".

domingo, 18 de julio de 2010

Ideas que traspasan regímenes

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No sólo El Quijote es un texto de monarquías absolutistas, revoluciones, repúblicas, dictaduras y democracias. Este delicioso diálogo que traemos a colación –Elefantes de la India–, lo recopiló Hervert y se encuentra en el clásico libro de lecturas escolares Pueblos y leyendas (primera edición en Seix y Barral, 1936), del no menos clásico Herminio Almendros (1898-1974), inspector de primera enseñanza (el de la Técnica Freinet), de ideas republicanas, que se exilió a México. Por uno de esos guiños del destino, el libro se siguió utilizando en las escuelas franquistas, editado por Teide, llegando, al menos, en la democracia actual a la veintiuna edición (1986).

Cuatro elefantes

—¡Que no! —Sí, madre, que sí.
Que yo los ví.

Cuatro elefantes
a la sombra de una palma;
los elefantes, gigantes.
—¿Y la palma? —Pequeñita.
—¿Y qué más?
¿Un quiosco de malaquita?
—Y una ermita.

—Una patraña,
tu ermita y tus elefantes.
Ya sería una cabaña
con ovejas trashumantes.
—No. Más bien una mezquita,
tan chiquita.
La palma
me llevó el alma.

—Fue sólo un sueño, hijo mío.
—Que no, que estaban allí,
y los vi,
los elefantes.
Ya no están y estaban antes.

[Pasaremos el verano buscando que alguien nos crea: los elefantes, por supuesto, estaban]

miércoles, 14 de julio de 2010

Los sentimientos: esas pequeñas criaturas... (De héroes)

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Alejandro Lerroux (1864-1949), el Emperador del Paralelo, tal como nos dice el título del magnífico ensayo sobre él, obra de J. Álvarez Junco, subtitulado La demagogia populista (Síntesis, 2005), llenaba grandes espacios de gente que iban a escucharlo, hombres (por lo general) que enardecían ante la palabra vibrante del orador político. En sus actos-espectáculo se producía una catarsis, un destapar los sentimientos para, una vez aireados, volver a guardarlos, no sin antes quedarse con el convencimiento de que Lerroux era el redentor (de lo que sea) y tendrían que votarlo en las próximas elecciones. En el paroxismo creado llegaba a decir que habría que entrar en los conventos y hacer el amor (entonces se decía violar) a las monjas. La gente vibraba, abrazaba a quien tenía al lado (sin conocerlo de nada), quedaba encantada de su experiencia. Tenían su héroe. [Dicho sea de paso, puede colegirse que lo virtual existe desde hace mucho tiempo]. El resultado fue que le votaron durante más de treinta años, hasta que le salpicó la corrupción próxima. José Ortega y Gasset (1883-1955), que tenía un sentido de la observación y reflexión poco común, comenzó a escribir en 1929 (en El Sol) los artículos que darían paso a La rebelión de las masas. Había entrevisto que la masa se estaba adueñando de la esfera pública; la masa sin moral, necesitada de heroicidades. Los sentimientos: esas pequeñas criaturas… (tan manipulables).
Pero también hace cien años, en grandes espacios públicos –plazas de toros, teatros, etc.– se hablaba a la gente desde otra perspectiva: desde el pensamiento. Se le decía: «¿Quién construye los edificios?, ¿quién pone los ladrillos en las frías mañanas de invierno? Y, entonces, ¿por qué no puedes acceder a una vivienda digna y, en el caso de que lo hagas, es con un sacrificio de años? Cultívate, lee, discute, no dejes la sociedad en manos ajenas. Tú eres tu única heroína, tu único héroe». Y no se le pedía que hiciera profesión de nada.

[Esta memoria mía ha olvidado a cuenta de qué escribo estas cavilaciones].

domingo, 11 de julio de 2010

Los viajes. El Viaje

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En época veraniega abundan los viajes colectivos: al pueblo, a la costa, al interior, a ver monumentos, etc. Son eventos previstos, que nos relajan de la rutina diaria, pero nos mantienen en la rueda de lo previsible. Apenas si nos dejan elegir aquello de playa o montaña. Son un acto más del rito consumista de nuestra existencia. Y… para mucha gente tienen validez, no le piden más a la vida.

Pero aquí, en la bitácora, estamos en la literatura, en el arte, en la música… Aquí se escribe, pinta o compone El viaje, aquello que emprendemos sin que tenga sentido para la mayoría de quienes nos rodean; aquello que iniciamos cuando estamos con las necesidades cubiertas y alguien cercana/o nos dice «pero por qué te vas si no te falta nada». Y, entonces, Herodoto o Kapuscinski responden «porque necesito pasar la frontera».

Bolaño, que conocía muy bien la literatura francesa, reparó en la excelente poesía que se compuso allí en el siglo XIX. Y, cómo no, hablaban del viaje. Baudelaire –fuente de muchos versos escritos con posterioridad– tiene precisamente un poema con el título El viaje; en la traducción de Martínez Sarrión (también poeta), quedan así sus primeros versos: «Para el niño, gustoso de mapas y grabados, / es semejante el mundo a su curiosidad». Parece, pues, la primera, una tierna razón para viajar. Diferente es la justificación de Mallarmé en Brisa marina, traducida por Alfonso Reyes (literato fundamental en Hispanoamérica): «La carne es triste ¡ay!, y todo lo he leído», así que… hay que buscar en lo ignoto por ver si ahí está el antídoto.

«Un buen día partimos, la cabeza incendiada, / […] meciendo / nuestro infinito sobre lo finito del mar», continúa Baudelaire, el cual, a pesar de su esperanzador inicio, termina –al igual que Mallarmé– sabiendo que sólo hay condena: «¡Saber amargo aquel que se obtiene del viaje! / Monótono y pequeño, el mundo, hoy día, ayer, / mañana, en todo tiempo, nos lanza nuestra imagen: / ¡en desiertos de tedio, un oasis de horror!». Aunque Mallarmé nos deja un pequeño consuelo: «¡Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!».

jueves, 8 de julio de 2010

La música amansa a las fieras

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Pues sí, ahora que estamos en San Fermín, con encierros y esas cosas, es conveniente recordar a la amable gente bibliotecaria que cantando se puede realizar una eficiente extensión informativa. Incluso en inglés, para que el personal se entere que catálogo se dice carolo. Lo de las database ya es algo más difícil (de utilizar).

Felices calores

lunes, 5 de julio de 2010

Tristeza de la bibliotecaria

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«Se queda en un rincón. Ella, que siempre gusta de asomarse al mostrador de préstamo cuando alguien llega. Hace días que prefiere el silencio. Ella, que no desperdicia ocasión de jugar con las palabras. Está seria. Ella, que con frecuencia arranca una sonrisa de quien pregunta por algo sin sentido. Viste de oscuro. Ella, que combina colores en cascadas imposibles. Camiseta de cuello alto y pantalón liso. Ella, que es amiga de sugerencias, de leves volantes, de pañuelos cruzados, de rosas.
Cuando me acerco alguno de estos días a la biblioteca, la veo: está triste.Aprovechando uno de los escasos momentos en que sale a colocar por las estanterías, figuro despistarme, nos encontramos y le digo que estoy con Mendel, el de los libros y… apenas esboza una mueca de deferencia. Ella, que en cualquier otro momento tremolaría ante título tan sugerente y me hubiera hablado de no se qué novedad fantasiosa para camelarme y forzar que le contara lo que ocurre en esas páginas, para que le hablara de cómo van cayendo dentro de mí las palabras que estoy leyendo.

No sé bien qué es lo que le pasa (ni tengo confianza para preguntarle). Solamente le he escuchado, hablando a lo lejos, algo parecido a que la familia es una desgracia como otra cualquiera.

¡Me encuentro tan perdido en estas circunstancias! El silencio se me adueña. Sólo he acertado a posarle un instante la mano -nervioso pajarillo- en el hombro. La miro en su rincón y me duele».

jueves, 1 de julio de 2010

Felices fiestas

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Bien, estamos en fiestas (aunque no de fiesta). Así que desde las bibliotecas, pues deseamos que se disipen los feos humores.


Que los días sean propicios

lunes, 28 de junio de 2010

Biblioteca de encuentros. La S: Soneto, Soria, Sortilegio...

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Es de sobra conocido que Antonio Machado (1875-1939) estuvo en Soria entre 1907 y 1912, y allí casó con Leonor (Izquierdo Cuevas) en 1909, una adolescente de 15 años que muere de tuberculosis tres años después. Pero ya no es tan conocido que ocho años después llegó a Soria otro poeta, esta vez cántabro, Gerardo Diego (1896-1987), también para dar clases en el Instituto. Allí permanece tres años y, en ese tiempo, cuenta con sobradas ocasiones para desplegar sus inquietudes artísticas: música y teatro (además de la escritura, claro está). Con un piano en su habitación, podían oírse sus acordes desde el parque mezclados con el bullicio de las voces y el canto de los pájaros.

Pronto traba amistad con jóvenes de la ciudad, dedicándose a organizar conciertos, a publicar un periódico satírico –La Cotorra, marzo-abril de 1922– y a organizar alguna función de teatro. En esta actividad se veía auxiliado por una inquieta mujer: Antonia -colección de flores-, la cual era hermana de Leonor. Cuando Gerardo viajaba a Madrid hacía de recadero entre Antonia y Antonio; ella le mandaba mensajes y le decía que se animara a visitar Soria algún día, pues tenía muchas ganas de verlo; él le devolvía los cariñosos saludos y dejaba abierta la puerta de la esperanza a un posible encuentro; Gerardo traía y llevaba las palabras, con la escondida desazón de saber que Antonio no volvería pronto.

Antonia, nacida hacia 1904, también murió joven, antes de que Antonio retornara. Gerardo, desde la lejanía, sintió aquella muerte:

Qué carita redonda y –ay– tan blanca,
hermana de Leonor; Antonia Izquierdo
era toda donaire. Bien recuerdo
su luz, su ingenio, su alegría franca.
Decía el verso –actriz en los ensayos–
como una flor; si es que una flor supiera
ser Serafín, Clara, si pudiera
beberle a Tirso ardores y desmayos.
Yo llevaba recados en mis viajes
de Antonia a Antonio: «¿Vuelves? Quiero verte»
y regresaba rico de mensajes,
de cariños, de asombros, de preguntas.
Pocos años después volvió la muerte
a repetir su hazaña: las dos juntas.

miércoles, 23 de junio de 2010

La Recolectora. Club de Lectura

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Construir desde la libertad no es nada vano. Constituye una de las actividades más placenteras y llenas de sentido que podamos realizar las criaturas humanas. Lo vacuo son las cadenas, aunque sean familiares. Un club de lectura es un edificio levantado con la voluntad. Así ha sido durante este año La Recolectora, sesionando en la Biblioteca Pública del Estado de Burgos. Lo hemos llevado a cabo con la aristocrática prevención de El gatopardo, al tiempo que nos mecíamos en El agua que fluye, gozando de Pura anarquía, para interpretar La reina que no quiso reinar, hemos viajado a El extranjero, y sido aplastadas/os por Las rosas de piedra, al cobijo de Nubosidad variable, buscando el enigma de La historia siguiente, y acompañar a Carmen Cinco horas con Mario, mientras escuchábamos las Opiniones de un payaso, acariciando Seda nuestra Nada, para proclamar El fin de los buenos tiempos.

Allí estábamos cada quince días, los lunes, realizando el viaje de la Asamblea de los pájaros, hasta descubrir un trono y un espejo en el que mirarnos para convertirnos en nuestras propias reinas y reyes. Tal vez, las dos faenas que presentan mayor dificultad en estos empeños sean: no confundir nuestras creencias y pensamientos con las que tienen los personajes de un libro, y abrir paulatinamente el cerco de nuestro asiento para que entre el aire que sopla desde el resto. Para ello, teníamos la ayuda de nuestro particular decálogo de derechos (eligiendo un breve texto sobre cada uno): la timidez, el deseo, la fantasía, los sonidos, las máscaras, las despedidas, la lectura, la ceguera, las historias de amor, nuestra canción. Leídas en alto, al unísono. No puede faltar una refrescante cerveza al final de cada sesión.

La abeja, desde la antigüedad, es un elemento poético. Liba por las flores para elaborar su propio fruto, su texto. De ahí que hallamos elegido la pintura rupestre (Bicorp, Valencia) de una mujer recolectando miel para representarnos. Hemos estado Noemí, Juliana, Nati, Isabel, Merche, Nati, Chus, Ignacio, Lola, Margarita, Pilar, Sara, César, Elena, Belén y Elisa.

Agradecemos desde aquí las atenciones de quienes trabajan en esta biblioteca y la comprensión hacia nuestra falta de puntualidad en la salida. Disculpas.

Club de Lectura: almáciga de libertad, cauterio de penas. Miel.

lunes, 21 de junio de 2010

Ordenar libros con sabiduría de andar por casa

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Hace unos días me topé en la biblioteca pública con una mujer que conozco no sé de qué, pero con la que me saludo siempre con agrado. Charlamos de lo que hacíamos por allí. «Vengo a buscar algo sobre Velázquez, el pintor», me dijo. A pesar de que apenas sabemos nada uno de la otra (y viceversa), me resulta una persona desenvuelta y espabilada. «Pero estamos en la zona de filosofía», le dije, «¿crees que estará por aquí?». «¡Ah! –contestó– . Esta es la sala en donde están colgados los cuadros». Sonreí al escuchar semejante razonamiento. Cuando llegué a casa, fui directo a leer de nuevo la deliciosa página en la que Albert Cohen habla de ello en El libro de mi madre (la cual creo, dicho sea de paso, que debería figurar en la introducción de todos los temarios de la cedeú). Dice así:

«No tenía el más mínimo sentido del orden y se figuraba que era muy ordenada. Durante una de mis visitas a Marsella, le compré un archivador alfabético, explicándole sus misterios y que las facturas del gas habían de ponerse en la letra G. Me escuchó con sinceridad apasionada y se puso a clasificar con entusiasmo. Unos meses más tarde, en el transcurso de otra visita, me di cuenta de que las facturas del gas estaban en la letra S. “Es que me resulta más cómodo”, me explicó, “así me acuerdo mejor”. Los recibos del alquiler no estaban ya en la A sino que habían emigrado a la Q. “Hijo mío, bien habrá que poner algo en la Q, y además, ¿no lleva una Q la palabra alquiler?” Poco a poco volvió al antiguo método de clasificación: los impresos de impuestos regresaron a la chimenea, los recibos del alquiler bajo el bicarbonato sódico, las facturas de la luz junto a la colonia, los movimientos de cuentas bancarias a un sobre donde aparecía anotado “Seguro contra incendios”, y las recetas del médico al pabellón del viejo gramófono. Cuando aludí a aquella vuelta al desorden, esgrimió una sonrisa de niña culpable. “Con tanto orden”, me dijo, bajando la vista, “me armaba un lío. Pero si quieres, lo clasifico todo otra vez”. [Madre], te mando un beso en la noche a través de las estrellas».

jueves, 17 de junio de 2010

¿Es cultura darse tortas? Boxeo

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Todo es susceptible de múltiples miradas. Alguna de las que nos llegan cambian la idea que teníamos de tal o cual asunto, o al menos suavizan, liman aristas de juicios que abrigábamos sobre fenómenos espinosos. Uno de estos casos es el del boxeo. La película Million Dollar Baby nos presenta a personajes que viven en torno a este mundo, que lo desean y, al tiempo, inmersos en la búsqueda de felicidad; personajes con tremenda humanidad, que se hacen familia allí, la familia que la vida les ha negado; el boxeo saca lo mejor de cada cual e, igualmente, les golpea con brutalidad.
Pero el boxeo es golpearse mutuamente, de consenso, ¿es ello ético? Hay quien lo defiende como un deporte más, como cultura, incluso se lleva a las Olimpíadas, ese evento que se supone es la máxima expresión de la limpieza competidora de las personas. Además de ello, mueve todo un océano de corrupción, apuestas, sobornos… Y, sobre todo, a una multitud que chilla y desborda sus instintos con la sangre.

Pensaba en ello estos días al leer un poema del argentino Álvaro Yunque (1889-1982), publicado en la hermosa revista valenciana Estudios (1928-1937), núm. 137, junio de 1935, pág. 8. Ahora parece que lo civilizamos todo.

BOXEO

Alrededor la bestia muchedumbre;
y se mueve esa boa sin cabeza.

Se agita el monstruo:
diel mil ojos fulguran terribles,
diez mil pies patean…
¡El odio vibra en el reptil acéfalo,
como si fuese una corriente eléctrica!

¡En el centro, lanzando
cuatro mazas sangrientas,
dos payasos vestidos de músculos
se golpean…!

lunes, 14 de junio de 2010

Historias de vino y chicharros en la carpintería

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En la niñez, cuando por la tarde salíamos de escuela (en nuestro pueblo de tierras del Moncayo soriano), solíamos quedarnos en la carpintería de casa mientras merendábamos la rebanada de pan con una onza de chocolate o (un día a la semana) empapada de vino tinto y espolvoreada con azúcar –¿qué dice la dietética moderna de aquella gollería?–. Allí escuchábamos lo que hablaban los hombres: hay buen tempero para sembrar, parece que el trigo ya quiere asomar, esta nevada viene muy bien para que no se hiele el nacido, pues en la mili había un sargento más malo que la quina… Al contrario de lo que pueda parecer, no era frecuente el criticar a nadie, pues al haber gente de varias casas siempre se tenía alguna relación de parentesco o vecindad con todo el mundo.

Pero la tertulia no siempre era previsible. Había días en que se contaban historias o anécdotas del pasado; así, la de aquel vecino que hablaba de cuando su abuelo arriero iba andando a San Sebastián a por chicharros frescos, llevando hacia allí aceite, en una caballería con serones; salía desde Castilruiz antes de clarear el día y se juntaba en la venta del Pontón de Ágreda con otro de ese pueblo para emprender el camino hacia el norte; lo que hoy son carreteras y caminos, entonces eran sendas o barranqueras por las que ni siquiera podía circular un carro; lo hacían en tiempo de invierno, claro, de noviembre a abril, pues no existían entonces vehículos frigoríficos que resguardaran mercancía tan fungible; empleaban un mes en cada viaje, siempre en compañía, con la navaja dentro de la faja, para sortear los peligros de las bandas que podían asaltarte en montes y caminos; con ojo avizor en las ventas donde pernoctaban, no fuera que les aligeraran la carga o les vaciaran la faltriquera.

Apenas había tebeos en el pueblo por aquellos años, pero no nos faltaban historias que contar cuando nos resguardábamos del frío, pasamontañas calado, en algún pajar ni fantasías a las que recurrir cuando nos poníamos la bota de agua caliente en los pies entre las heladas sábanas.

miércoles, 9 de junio de 2010

De huelgas, bibliotecas, salarios y... peones

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Pasada la jornada de ayer, día 8, correspondería hoy que hiciéramos una entrada en la bitácora sobre la huelga en las bibliotecas –el resto de sectores no nos concierne valorarlo–, pero no disponemos de datos sobre la misma. Únicamente sabemos de nuestra frustración ante lo útil o inútil del gesto. Únicamente comprendemos las razones para acudir o no a la misma. Pero desconocemos los motivos de fondo que llevaron a su convocatoria. Nadie nos preguntó; ninguna asociación trató de reunirnos para ver qué podía hacerse, qué medidas de protesta estábamos con disposición de llevar a término, qué alternativas proponíamos a la pérdida directa de nuestros derechos. Los sindicatos mayoritarios, esos entes de maquinaria jerarquizada, habían decidido en nuestro nombre. Y como desconocemos los motivos que les llevaron a (intentar) movilizarnos ayer, pues no podemos escribir sobre la huelga en las bibliotecas.

Con la que nos viene encima, tendríamos que elaborar una anotación sobre la bajada de nuestros salarios –los de la gente que estamos en los mostradores de las bibliotecas; los del resto de personal, no somos quién para hacerlo–, y aquí sí que disponemos de información para ello. Los medios de masas (en esas prosaicas y, con frecuencia, procaces tertulias) y la gente de la calle se despachan con aquello de que tenemos el privilegio de un puesto fijo, cumplir los horarios no es nuestro fuerte y, además, «no damos golpe». De poco sirve que argumentemos que en las bibliotecas desarrollamos nuestro trabajo (frente al público) con solvencia, tenemos un salario nada voluminoso (que nos permite vivir sin grandes dispendios) y sufrimos la sujeción de turnos semanales de mañana y tarde (que condiciona cualquier proyecto).

Pero pintan bastos. Desde dentro de nuestras instituciones siempre nos niegan el pan y la sal, poniendo especial empeño en mantener diferencias. Ahora, desde fuera, sí que nos equiparan a la hora de las rebajas.

Somos peones. De ahí que difundamos nuestra protesta por ello.

lunes, 7 de junio de 2010

Mañana alegre con trompeta

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Hoy disfrutaremos de la mañana. La rivera del Arlanzón va decreciendo en caudal y convirtiendo al río casi en riachuelo. Las ánades reales ya encabezan el desfile con sus criaturas en fila. En la ribera quedan todavía algunos narcisos de tallo alto. El blanco se entremezcla con el verde en los matorrales; se ha pasado al pan y quesitos de las acacias, a las flores de los rosales silvestres, al espino blanco -ya no volverá a helar hasta el próximo invierno-, a los hinojos y ya comienza a poblar los saúcos.

Así que hoy nos toca la música de trompeta

miércoles, 2 de junio de 2010

Morir en la mar... Literatura ciega

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Hace dos noches no pudimos dormir. Hasta el barco llegaba el sonido de secos impactos provenientes del Este. Según nos íbamos acercando, los identificamos como disparos, a los que pronto se sumaron gritos perfectamente audibles de personas. En alta mar, unos barcos estaban abordando a otro. Pronto supimos el resultado: dieciséis muertos por heridas de bala. Era un ejército contra lo que se ha llamado flotilla humanitaria. Todo un conflicto nada fácil de comprender y resolver: la Franja de Gaza –la gente de Gaza– acordonada por un gobierno exterior que le raciona los alimentos y la libertad, y por un gobierno interior que procura arrebatarle la mente y la voluntad.
Personas que matan por la orden de un Gobierno, para defender una patria. Personas que mueren por ello. Y la literatura ¿qué hace? ¿Crea ficciones fundacionales como sostenía Doris Sommer? ¿Crea heroínas y héroes con pensamientos y propósitos que se identifican con esos Estados, con estas naciones? Michel Foucoult (1926-1984), filósofo y sociólogo estricto, cuando escribía Historia de la sexualidad, afirmó que el deseo sexual podía ser la explicación de todo. ¿Tanto potencial erótico tienen los territorios y los gobiernos como para ser seguidos ciegamente?

Si fuera así, malas noticias, puesto que en lo último que se desea entrar es en la comprensión de ese deseo.

lunes, 31 de mayo de 2010

Vamos de Feria... con Andrés Sorel

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Hace años que leímos uno de los libros que más nos ha impresionado: Castilla como agonía; no porque sea más profundo o más erudito que otros, sino porque se acercó en el momento justo en que estábamos sensibles a esos temas, allá por los tiempos en que se editaba El Pendón. Desde entonces, cada vez que escuchamos el nombre de Andrés Sorel, notamos que surge de nuestro interior una corriente de simpatía hacia este segoviano, nacido en 1937 (que en realidad se apellida Martínez López, pero que tomó el apellido Sorel del personaje de Stendhal en Rojo y negro), aunque no concordemos siempre con sus posiciones políticas.
Viene a cuento este nombre porque está presentando en Burgos su último libro, Miguel Hernández, memoria humana (Vitrubio, 2010), justo en vísperas de la celebración de la XXXIV Feria del Libro, ubicada en el paseo del Espolón. Durante los días 28 de mayo a 6 de junio, tendremos posibilidad de pasarnos ante cualquiera de sus 27 casetas y adquirir algún libro, e incluso acercarnos a las paradas en que se encuentren quienes escriben y publican para que nos lo dediquen. Entre las autorías locales, podremos toparnos con Carlos Contreras Elvira, Fernando Ortega Barriuso, Esther Pardiñas, Eduardo Battaner, Ramón Peñacoba, Manuel Cámara, Manuel Aparicio, Jorge Sáiz Mingo, Matilde S. Galerón, Tino Barriuso, J. M. Antúnez, Teresa Arroyo, Yzquierdo Perrín y Carlos Serrano.

Aun en tiempos de crisis, no deja de ser una aconsejable inversión.
[Es título de la ilustración el Huelga minera, sin que conozcamos su autoría]

jueves, 27 de mayo de 2010

La imprenta en Bañuelos de Bureba (Burgos)

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Hace cien años (por poner una fecha) se descubrió la infancia, esa etapa de las personas en la que todavía no accedemos al trabajo y en la que comenzamos a formarnos intelectualmente. Surgieron, por ello, formulaciones pedagógicas (Decroly, Montessori, Piaget, etc.) que pretendían la idoneidad en las labores de enseñanza, procurando que las mentes infantiles se inquietaran y mostraran interés durante los procesos de aprendizaje. Varias de estas formulaciones se llevaron a la práctica, bien en proyectos concretos bien incorporando sus planteamientos en modalidades amplias de educación.
Una de las fórmulas que tuvo aceptación en España fue la propugnada por el pedagogo francés Celestin Freinet, llamada aquí La imprenta en la escuela, que se introdujo en nuestro país hacia 1930. (En Francia tenía el nombre de Escuela Moderna y, para su difusión, creo la Cooperativa de Enseñanza Laica [CEL].) En la provincia de Burgos solamente se conoce de una escuela que la adoptara: Bañuelos de Bureba, pequeño pueblo, apartado de la modernidad, al cual llegó un maestro de Cataluña que sí estaba puesto al día, llamado Antonio Benaigues. Ya hemos anotado aquí algunas de las coplas y refranes que contiene uno de sus cuadernos: Folklore burgalés.

Compraron una prensa, dos tipos de letras, tinta, papel... y se dieron al oficio de imprimir. Las criaturas elaboraban textos de redacción libre, basándose en la experimentación de lo que encontraban a su alrededor, según sus intereses y necesidades; se elegían varios de ellos y se iban escribiendo en el encerado, donde se corregían; después componían los textos y los imprimían en la sencilla prensa escolar, dando lugar a la elaboración de unos cuadernos –cuadernos de la vida los llamaban– que hacían la delicia de propios y extraños; una especie de revista a la que había gente que se suscribía. No contaban con manuales de enseñanza; el profesorado confeccionaba unas fichas-guía sobre los diversos temas e iban sacando libros de la pequeña biblioteca para las lecturas.
Para proporcionar material –prensa, tipos, fichas…– a escala nacional, se creo la Cooperativa española de la Técnica Freinet. Y para intercambiar experiencias contaron con la revista Colaboración, la imprenta en la escuela, en la que leemos repetidamente el nombre de Bañuelos de Bureba (Burgos).

domingo, 23 de mayo de 2010

La poesía que nos da ojos

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¿Estás triste hoy? ¿Crees que la vida tendría que ser más amable contigo? Bueno, aquí lo único que podemos hacer es contar historias. Así que si quieres…
A menudo desearíamos tener la clave para deducir si un poema es interesante, si dentro de cien años conservará la frescura que le vemos ahora. ¡Buf, qué complicado! René Char (1907-1988) –ese poeta imprescindible, algo hosco y malhumorado– decía en una entrevista en 1948: «para mí un poema no es bello, curioso, original o lo que se te ocurra. Es una cima en sí mismo. Algo duro, que no tiene necesidad de ser apreciado, admirado o saboreado. Lo que hace falta es que, al leerlo, descienda dentro de ti».

Robert Browning (1812-1889), por su parte, sí que daba pistas. Decía que un poema corrientillo es aquel que te dice que afuera pasa algo o, a lo sumo, te relata lo que ocurre; sin embargo, un poema de calidad es el que te asoma a la ventana. Browning tuvo una vida curiosa. Como si fuera un joven de hoy, vivió en su casa hasta los 33 años; entonces se enamoró de la poesía de Elizabeth Barrett, poetisa inválida que sufría en lo más parecido a una cárcel con su familia. Se casan al año siguiente, viviendo apasionadamente hasta 1961, en que muere Elisabeth. En esos años, ella escribe mucho más fluidamente, pero Robert conservó su maestría y la ejerció después. Veamos

Cita nocturna

El mar gris y la costa, larga y negra;
y el creciente amarillo, grande, bajo;
las olas asustadas y menudas que brincan
con fiero cabrilleo, a su sueño arrancadas,
al llegarme a la rada, con proa decidida,
y detener su marcha veloz en blanda arena.

Luego –una milla– tibia y oliendo a mar, la rada,
y cruzar tres bancales, antes de la alquería;
un golpe en el postigo, el roce áspero y breve
y el destellar azul de un fósforo en la sombra,
y una voz aun más queda, por miedo y alborozo,
que los dos corazones, latiendo confundidos.

Tal vez la traducción pudiera haberse hecho de otra manera, pero aún así en seguida estamos metidos en la escena, llegamos a la casa y escuchamos el «roce áspero y breve», contenemos la respiración para que no se apague el fósforo y, pasado el primer destello azul, se abre nuestra mirada. La poesía que nos da ojos.

jueves, 20 de mayo de 2010

Volar

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Volaba. Había escalado a lo alto del mástil, me encaramé en la cofa, abrí los brazos y me dirigí hacia la costa. Suelo hacerlo con frecuencia. Apenas aparece la luz del alba, me levanto; realizo unos estiramientos en cubierta para desperezarme; desayuno algo ligero –kéfir y fruta, por lo general–; y me subo a los cielos. Aquel día llegaban de las montañas del interior nubes de tormenta, pero me dirigí hacia ellas. Recordaba los poemas de Boscán y Garcilaso, que para mí eran incompresibles en su tiempo y que ahora tenía delante de los ojos: Aurora de pómulos rojos precediendo al carro de Febo, coronado de amarillo, tirado por hermosos corceles; pronto se verían envueltos por las nubes traídas por Céfiro y tendrían que elevarse para evitarlas. Lo mismo que yo hacía de ordinario, pero aquel día me introduje en la tormenta.

Empapado en la fuerte lluvia, comencé a temblar de frío. No sabía cuánto podría resistir en aquel estado. Las ráfagas de luz procedentes de los rayos iluminaban de manera intermitente la vorágine, dejando al apagarse una profunda oscuridad. Con fortuna pude ir sorteando las aristas del paisaje rocoso que atravesaba, hasta que un rayo impactó de lleno en mi costado derecho. Retorcido, con la herida abierta, caí en picado, aullando de dolor. Los truenos simulaban esa maldita voz, tantas veces escuchada: «Tú eres humano, recuerda, y no puedes volar en la tormenta». Noté cómo las ramas cedían ante la velocidad de mi cuerpo precipitado al vacío, lastimándome el rostro antes de que se produjera el impacto contra el barro.

Desperté aturdido. En los labios sentía el sabor de las briznas de hierba mezcladas con sangre. Miré mis brazos magullados y… me encontré sereno: mi cuerpo estaba inundado de la dulce certeza del combate

domingo, 16 de mayo de 2010

La crisis (a través de la cultura popular)

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Ya nos lo advertían desde la niñez

Este dedito fue a pescar,
este lo limpió,
este lo guisó,
éste puso la mesa
y este que está aquí,
el picarón del gordo,
se lo comió.

[Pequeña adaptación de un poema de Roberto Ferrer Hernández, tomado de la revista Al Margen, editada por el ateneo del mismo nombre]

jueves, 13 de mayo de 2010

Lugar donde se calma el dolor. Pausilipo

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Seguro que cada cual tenemos ese lugar en el que nos sentimos a salvo de cualquier peligro, en el que no conocemos la desdicha, en el que dejamos que el aire nos arrulle, que la vista vague confiada. Si la fortuna nos ha sonreído, incluso podemos montar allí la casa a la que acudir cuando ansiamos descanso; o subirnos a la barca donde sentiremos el vaivén de las olas. En el antiguo imperio romano, la gente pudiente se hacía construir villas de recreo en una colina cercana a Nápoles, teniendo a la vista la bahía y sus verdes contornos. Una de estas mansiones se llamaba Pausilypo, ‘lugar donde se calma el dolor’. [Si alguien tiene interés en conocer varios de estos sitios, puede acudir al libro de César Antonio Molina, Lugares donde se calma el dolor].

Siendo una expresión tan hermosa, pasó a ser nombre propio, que las modas han dejado por anticuado (al igual que le ocurre a Eustaquio o Eufemia, y es fácil que ocurra con Jéssica o Jenifer). Todavía queda quien se llama así. Es el caso de Pausilipo Oteo Gómez –Pausi, para la gente allegada–, soriano de Santa María de las Hoyas, emigrado a Gerona, poeta que canta a su tierra de origen, a su niñez pastoril o al discurrir del río Lobos por su conocido cañón. Sus poemas recuerdan a la pintura románica o gótica, no sujeta a las proporciones que ahora nos gustan, pero llena de colorido e ingenuidad. Juglares en la jubilación (que nos entretienen con su rima).

No digáis que esto es mentira
porque es verdad y no miento;
la historia que ahora relato
pasó en Vallejo Concejo
interviniendo conmigo
el Pedrito del Pañero.

Estábamos de pastores
con ovejas y corderos
pacían por los Matones
la Jabiná y el Ricuenco.

[El cuadro es de Iván Aivazovsky, 1817-1900]