viernes, 30 de junio de 2017

Conversación entre Correspondencia

6 comentarios
De vez en cuando vuelvo al humor de Natalia Ginzburg. En este caso ha sido a Mi querido Miguel ‒‘Caro Michele’‒, que tradujera en su momento Carmen Martín Gaite (1925-2000), en el que la autora se vale de la correspondencia entre protagonistas para enhebrar la historia, retomando la modalidad de novela epistolar. Como suele suceder en quienes dominan las entretelas literarias, fondo y forma se (con)funden. Una docena de personajes van apareciendo en las páginas y, según vamos leyendo, se acoplan entre sí. Los distintos domicilios de la ciudad donde viven (y desde los que escriben) permiten que entremos a escenarios distintos de manera natural. Y, además, la salida de Italia del personaje central, Miguel, labra el punto de fuga espacial (y vital) hacia ambientes distintos.
Una familia necesitada de relación, incrementada con seres que carecen de vínculos de sangre. Incapaces ambos de una comunicación auténtica, en parte porque los acontecimientos que suceden en su entorno arrastran a quienes se topan con ellos. Como suele decirse, al menos nos reímos.
Diferente es el modo de narrar del extremeño Gonzalo Hidalgo Bayal en Conversación. Aquí está la voz de sus protagonistas (a veces, incluso, en plural) y la de los testigos de los hechos que intrigan a los primeros en los cinco relatos que componen la obra. Ese kalé heméra con el que comienza es digno de los ‘buenos días’ con los que saludamos la jornada. La tristeza que se posa en la existencia cotidiana de tanta gente, cuando se sabe que la vida está adentro agazapada. El protagonista que cuenta con vergüenza el encuentro habido con la mujer en la mañana de la despedida.

Verecundor referens. «Prometí que nunca contaría lo que voy a contar […] lo cuento con pesadumbre […] si rompo la promesa y os lo cuento, es para que tengáis noticia de otras formas de dolor y de heroísmo».

sábado, 24 de junio de 2017

Lecturas de La Recolectora

8 comentarios
Una temporada más ‒y van ocho‒, el club de lectura La Recolectora, desde la Biblioteca Pública de Burgos, ha discurrido por los accidentados caminos del territorio literario de octubre a junio. Cada quince días, en la Casa Redonda, han sucedido los avatares en las voces compartidas de quienes por allí pasamos. Mares, oteros, llanuras, riscos… son visitados por nuestra percepción. De sesión a sesión, aquel vínculo invisible entre dieciocho personas leyendo las mismas palabras de un libro. Al final de cada una, voceando el texto elegido para la lectura vinculante. (Después, la charla refrescante en el bar).
El año de Gracia,  Cristina Fernández Cubas
El lector de Julio Verne, Almudena Grandes
Las hijas de Hanna, Marianne Fredriksson
La ciudad feliz, Elvira Navarro
El padre de Blancanieves, Belén Gopegui
El corazón de las tinieblas, Josep Conrad
Orgullo y prejuicio, Jane Austen
Identidades asesinas, Amin Maalouf
El túnel, Ernesto Sábato
El último día de Terranova, Manuel Rivas
El ruido y la furia, William Faulkner
Maus, Art Spielgeman
Mi planta de naranja lima, Jose Maria Vasconcelos
Zona fría, Jonathan Franzen
Especulación, Thomas Wolffe
Modos de ver, Jonh Berger
La mujer que buceó en el corazón del mundo, Sabina Berman
Además, un final en la peculiar biblioteca de Quintanalara, pequeño pueblo de Tierra de Lara, del que hablaremos en otra ocasión.

[Salud. A la espera de que quienes se arrogan la vida incorporen las lecturas].

domingo, 18 de junio de 2017

La madre de Dante

4 comentarios
Desde que Boccaccio (1313-1375) escribiera Vida de DanteTrattatello in laude di Dante‒, conocida es la leyenda en que se atribuye a la madre de este, Bella degli Abati (que muere cuando el niño tiene cinco o seis años), una visión premonitoria de que el hijo que va a nacer de sus entrañas realizará notoriedades. Sale a Florencia en su fantasía, vestida de novia, vaga por las calles, entra en un jardín y, allí, cercana a una fuente, al pie de un laurel habitado por un pavo real… siente el peso de su gravidez. Se dice que nadie como el poeta griego Angelos Sikelianós (1884-1951), en Epinicios, ha sabido captar tan bellamente ese momento del parto.
“Florencia parecía desierta en su sueño
al amanecer.
Lejos de sus amigas, sola,
vagaba por las calles.
Y tras ponerse el vestido nupcial de seda
y un velo de lirios,
caminó por las encrucijadas. Bajo los pies,
las calles le parecieron nuevas.
[…]
Atraída por su fragancia, le pareció acercarse
a un alto laurel,
en el que un pavo real, saltando de rama en rama,
subía hasta la copa.
Y alargando su cuello a una y otra rama,
rebosantes de bayas,
comía una, cogía otra y la arrojaba al punto
a la tierra.
Instintivamente, levantó su delantal bordado,
en la sombra, hechizada...
y al momento se sintió muy pesada,
cargada de rizadas bayas”.
******   ***         ******
Reposó un instante del esfuerzo matinal,
en una nube fresca,
y sus amigas, alrededor de la cama, esperaban
para acoger al niño.
Dante nace posiblemente en 1265 y muere en 1321. A los 9 conoce a Beatriz (que fallece en 1290), de la que asegura se enamora a primera vista y que es, sin que entable relación con ella, el motor de su vida, dando lugar al denominado amor cortés, tan influyente en los siglos posteriores. Su hija Antonia se hace monja con el nombre de Beatrice.

[El cuadro es de Heinrich Vogeler].

lunes, 12 de junio de 2017

Nada (en el despertar)

4 comentarios
Hay unos seis modelos de marcapáginas (que voy renovando según me llegan, principalmente de las bibliotecas municipales) en la mesa donde reposan los libros que llevo a casa en espera de ser leídos. Para algunos, ya lo elijo en el momento de empezarlo, pues me he hecho una cierta idea de cómo es desde que lo cogí en la biblioteca o en la librería. Para otros, necesito leer unas páginas antes de asignarle marcador. Y, en una tercera clase, están los que no tengo muy claro cuál es el adecuado para compartir esos días de lectura y de trasiego. Es lo que me está ocurriendo en este mes con dos obras, una de ellas ya terminada y la otra recién comenzada.
La primera es Nada, de la escritora danesa (afincada en Nueva York) Jane Teller (1964), escrita en el año 2000, una vez que la autora había dejado su trabajo en Naciones Unidas, dedicado a la resolución de conflictos humanitarios en Tanzania o Bangladesh. No solamente a mí me ha sucedido esta desorientación. La trayectoria de la obra es significativa. En la salida dio pie a encendidos debates sobre la idoneidad de su lectura en gente adolescente, debido a los asuntos que plantea. Pero supera este escollo y se convierte en libro obligado en el sistema de enseñanza de Dinamarca, además de resultar exitosa en Francia, Noruega y Alemania.
A veces me parecía estar releyendo El señor de las moscas, el cual me deja un regusto amargo. Pero aquí la crueldad no proviene del liderazgo, sino de la convivencia en la pubertad. Jane Teller asegura que es un «cuento de esperanza y luz», cuya escritura le supuso una reordenación interior, un vaciado de sus demonios, al que da gracias «porque me hizo abrir todas las ventanas del oscuro, precario y tentador desván existencial que llevaba conmigo». El protagonista –Pierre Anthon– puede abrirte los ojos a lo sorprendente de la vida, cuando no la reprimimos con artificiales y autoimpuestas reclusiones.

La segunda obra, El despertar, de la joven vietnamita (residente en Francia) Line Papin (1995), todavía está sin asignarle marcapáginas. Por de pronto, la publicidad que le han puesto (tomada de Livres-Hebdo) me resulta tan sin sustancia como la mayoría de críticas que acompañan a libros, pinturas, esculturas, etc. «seductora polifonía de hierática sensualidad».

martes, 6 de junio de 2017

La vejez entre palabras

8 comentarios
Con frecuencia, el inicio de las narraciones que comienzan con la vejez  suele ser una circunstancia, un modo de trabar una historia que se retrotrae a épocas anteriores de la vida de sus protagonistas. El arte de volar, de Antonio Altarriba, hecho novela gráfica con la aportación de Kim, es una muestra de ello. La persona anciana ‒algo demente, en muchas de estas ocasiones‒, mediante el recurso literario oportuno, da con los elementos con los que poder configurar el hilo de su existencia.
Por ello, decíamos en la anotación anterior que nos había sorprendido el libro Nosotros en la noche, de Ken Haruf. El protagonismo corre a cargo de Addi Moore y Louis Waters, de unos 70 años, viuda y viudo respectivamente, que han tenido vecindad durante más de media vida, sin que hubieran compartido acontecimientos de la misma, solo viéndose las veces que se cruzaban, tal como puede sucedernos con quienes habitan cerca de nuestra casa (porque, claro, es una pequeña población de Colorado y allí se suele vivir con jardín).
Una tarde (¿o mañana?), ella le hace una propuesta y él, sin meditarla demasiado, acepta. Desean tener compañía durante los momentos más interminables de los días. Ahí comienza una historia de amor sosegado, de dulzura sobrevenida, inesperada…, para la que no hay concesiones de ficción. Cada cual tiene su progenie. La independencia (aun en quien ya ha pasado por todas las cadenas) no existe. El cuerpo impone su ley.
Ken Haruf (1943-2014) escribe esta novela una vez que su médico le ha pronosticado que le resta poco tiempo de vida. Tiene 71 años y, antes de desaparecer, pone su empeño en narrar esta historia; además, de forma diáfana, en donde los diálogos se funden con la existencia, con ella y él.

[Salud. A la espera de que la vida transcurra por sus historias].