jueves, 28 de abril de 2016

La Casa Redonda (Violaciones y Camelias)

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Ya pasada la matraca de personalidades locales de la “cultura” recomendando el último libro que recuerdan (por aquello del Día del Libro), podemos estar de acuerdo con Baricco ‒un profesional del ramo‒ en que apenas hay nada novedoso en las novelas que salen al mercado hoy en día. Sin embargo, cuando leemos a Louise Erdrich (1954) tenemos esa certeza de que su literatura no cuadra en baremos formales. Parece que hay quien escribe para decirnos algo. Que tiene un destino en su existencia.
La casa redonda (2013) es una novela de iniciación y de remanso. De venganza y de justicia. Puede leerse como ficción real o real ficción. Literatura de raíces. Louise desciende de las tribus indias de lengua ojiwba, asentadas en la zona de los grandes lagos, entre Canadá y Estados Unidos. Es propietaria de una librería independiente, Birchbark Books, sita en Minneapolis, desde donde distribuye escritos relacionados con su pueblo. Vive en una reserva ‒«reservas naturales» las llama Reagan‒, ambiente en el que se desenvolvieron sus padres, unidos a labores educativas. Su novela más celebrada hasta ahora era Plaga de palomas. Es una de las autoras que más libros vende, dentro de la corriente en auge de las literaturas nativas en USA. Es madre.
¿Es de justicia que un hijo de 13 años y su amigo hermano asesine al violador de su madre cuando no espera reparación de la justicia ordinaria? Las camelias han llegado al barrio estos días. No recuerdo si con algo de retraso respecto a anteriores temporadas debido a las constantes lluvias de abril. Tampoco es que abunden entre el caserío. Apenas hay dos pequeños árboles con sus flores, junto a la lechera, y aun uno de ellos se las tiene crudas para subsistir.

Y lucen hermosas en esta mañana de luna menguante.

jueves, 21 de abril de 2016

Poemas en el bolsillo trasero

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«Llevo poemas para cuando nos veamos. No sabemos cuándo va a suceder. Seguramente dentro de unos meses, aunque vivamos en la misma ciudad. Ambientes distintos. Costumbres distintas. Besos distintos. Cenas distintas. Tampoco solemos llamarnos, salvo en las escasas ocasiones en que atravesamos la niebla de la voluntad. No importa. Te veo con los ojos abiertos. Así que cuando doy con esos versos que sé que son para ti, los imprimo. Si es invierno, los llevo en el bolsillo interior de la cazadora. Si es verano, en la bolsa de costado y, al anochecer, en el bolsillo trasero. Nos encontraremos ‒algo de sonrojo‒. Charlaremos deprisa. Te daré el poema…».
La calma en el mundo anterior a Bach
Tuvo que existir un mundo anterior
a la Sonata a trío en re menor, un mundo anterior a la Partita en la menor,
pero ¿qué clase de mundo?
Una Europa de vastos espacios vacíos, sin sonido,
por todas partes instrumentos dormidos
a través de cuyas teclas la Ofrenda Musical, El clave bien temperado
jamás pasaron.
Iglesias aisladas
donde el verso de la soprano en la Pasión
nunca se entrelazó  en desamparado amor
con los suaves movimientos de la flauta,
paisajes anchos y suaves
donde nada rompe la calma
sino las hachas de los viejos leñadores,
los sanos ladridos de fuertes perros en invierno
y, como una campana, los patines que muerden el hielo fresco;
las golondrinas que chillan en el aire estival,
la caracola que resuena en los oídos de un niño
y en ninguna parte Bach, en ninguna parte Bach,
el mundo en una calma de patinador  antes de Bach.

[Es de Lars Gustafsson, fallecido recientemente].

viernes, 15 de abril de 2016

Puentes

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Largo, como cola de tigre es el deseo. Irás detrás de él,te lo aseguro. Con la lengua afuera y el corazón afilado.
(Lilian Elphick)
Los dos ojos habitados habitualmente bajo el puente Malatos ‒ese que hurgan las huellas peregrinas desde hace ocho siglos‒ sobre el Arlanzón se convierten en cinco estos días. Alguna golondrina vuela en ellos, rozando el agua, en los momentos en que el cielo se abre en naranjas y azules. Con la lluvia racheada me recuerdan escenas que ilustran los libros de literatura china, especialmente aquel puente bajo la lluvia.
Leyendo a Elphick, la escritora chilena nacida en 1959, pienso en las peregrinaciones, en las tormentas de alta mar bamboleando las embarcaciones de gente en busca de refugio, en Frontex y Shengen. Las Bellas de sangre contraria me trasladan a El Salvador, a las mujeres rurales inmersas en la maquila, el trabajo textil que explotan las industrias textiles, en las que las protagonistas más visibles, por el contrario, son también mujeres. Sus Monstruos y monstruas me llevan en taxi por las esquinas de los barrios de la ciudad en las que apago la sed.
Seguramente su literatura está escrita desde otras vivencias. Gemma Pellicer (1972) deriva las palabras que inician esta anotación en un microrrelato (Nadie se libra de él. / Nadie lo ignora. / La distancia aviva su sed, / la cercanía lo colma). Pero yo ‒hoy‒ tengo mis puentes que cruzar.

Cierro los ojos y lo veo.

sábado, 9 de abril de 2016

Unión más allá de la muerte

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 En los castaños de Indias del Paseo de la Isla, si te detienes con atención en los momentos cálidos del día, puedes ver el desplegar de sus bulbos ‒impresionantes‒ y sientes que presencias una función de la vida, sientes que eres algo de esa hoja flor que recubre lentamente las desnudas ramas del invierno. Lo natural, lo popular, lo intelectual se unen en múltiples momentos. Mientras lo observo, me viene a la cabeza aquel poema y cantinela que tan conocida era, que en el pueblo nos llamaba la atención por su título, Lux aeterna, del que después he sabido que lo compuso en 1889 Juan Menéndez Pidal (hermano de Ramón) y que, al igual que el follaje del castaño, se extendió rápidamente por España, conociendo múltiples versiones.
            Era la voz de lamento de la joven que muere, sospechando que su novio la engaña con otra (No madre mía / ¡y el pérfido juraba / que me quería!). ¡Cómo sonaba en nuestros oídos infantiles aquel pérfido! Y, sobre todo, las descripciones musicales (En los robles oscuros / solloza el viento; se apagan las estrellas / del firmamento; / el río entre los álamos / reluce y pasa; / ni crujir una viga / se oye en la casa; / la candileja / que ardió toda la noche / de lucir deja). En fin, con la candileja también nos las teníamos algo oscuras. Pero nos gustaban estas formas de recitar y cantar, mezcla de elementos populares y pluma culta, que volvía a las calles para ser transformada al gusto.
            Algo parecido a lo sucedido en Irlanda ‒esa fecunda tierra‒ con She moved throught the fair, poema y canción que, desde hace algo más de cien años conoce múltiples versiones. Aquí es él quien, después de que ella desapareciera (tal vez por su posición social más encumbrada), con el correr de los años, siente que vuelve (Y suavemente ella entró, / Sus pies no hicieron ningún alboroto, / Se acercó a mi lado, / Y esto es lo que ella dijo, / No será un largo amor, / Hasta el día de nuestra boda). Unido su camino al de los momentos convulsos de la patria gaélica, puede decirse que no hay cantante con interés en lo folk que no la interprete. Aquí elegimos una voz ya de los sesenta, Anne Briggs (la del delicioso Blackwaterside):

Nos vemos en la eternidad.

domingo, 3 de abril de 2016

Wearable. De agua de mar. Pagar con el corazón

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Estas lluvias de marzo (y alguna nieve) están poniendo a la primavera en su sitio. Esparcen sensación de normalidad. Debajo del paraguas leo El mar (2006), de John Banville. En esta ocasión me dejé atraer por una opinión publicitaria, la de George Steiner, que asegura que «Banville es el escritor de lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante». Claro que no lo leo en inglés, pero no decepciona su prosa, a muchos de cuyos párrafos y frases se vuelve una y otra vez por el puro placer de leerlas, ya que la historia narrada no es precisamente el espacio en el que se pueda disfrutar. La pérdida, la vejez y la memoria como salvación son asuntos centrales de su argumento, adobados con los variados yoes de su protagonista. Eso sí, la sal se pega a nuestro cuerpo saliendo de sus líneas y sentimos su reconfortante caricia en la piel mientras caminamos en el páramo.
Vestirse de agua de mar.
En esas andaba estos días de asueto, cuando leo la noticia de que la biometría es la candidata perfecta para convertirse en código (pin) personal intransferible e inimitable e incopiable e inhackeable e…, según avanzan quienes desarrollan las potencialidades de la tecnología ‒con el propósito de hacernos más fácil la vida‒ en los ámbitos del e-commerce. Resulta que una empresa canadiense, de estas startupes, ha ideado una pulsera que utiliza la señal eléctrica que emiten nuestros corazones como clave de autentificación; solo hay que añadirle un pequeño chip y se convierte en un dispositivo único como método de pago. ¡Vestirse ‒wearable‒ para pagar! Es ya unos de los contactless del futuro, que, por si fuera poco, ahorra el llevar móvil o tarjeta de crédito.
Con el corazón es suficiente.
[La Nit a Llancà pertenece a una serie de Paco e Isabel, excelentes artistas de la cámara].