miércoles, 28 de mayo de 2014

Tiempo para la virtud o el mérito

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Porque, ¿dónde habrá, aquí en este mundo, una materia de especulación más hermosa, una más agradable visión contemplativa, que la de una acción bella, proporcionada y apropiada? ¿Hay acaso alguna cosa que alegre más sólida y definitivamente nuestra conciencia y nuestra memoria?
Es Shaftesbury (1671-1712) una mente precoz. Al igual que lo había sido Étienne de La Boétie (1530-1563). Pronto comprende cómo está formándose la sociedad. A los 24 años manifiesta que hace ya alguno tiene redactado lo esencial de su obra Investigación sobre la virtud o el mérito, en el que señala que se avecina un vuelco de los tiempos, una coyuntura en la que el absolutismo quedará vencido, dando paso a una sociedad más comunera. Ciertamente, que se producen cambios desde entonces en Europa. El feudalismo y el totalitarismo ceden, pero a costa de instalarse el principio de la desconfianza y el de la reserva. El puritanismo deja una profunda huella.
El niño Anthony Ashley se educa desde los tres años con el filósofo Locke, que tiene buen cuidado en buscarle una nurse que le habla en griego y latín, por lo que, a los once años, se desenvuelve con soltura en los idiomas clásicos. Su abuelo es campeón de los Comunes ingleses, que protagonizan la segunda revolución inglesa en 1688, dando paso a las libertades (religiosa, de reunión, jurídicas, etc.), en la que el nuevo rey le ofrece a Shaftesbury un puesto en el Parlamento, al que el joven de dieciocho años declina, pues quiere entregarse al estudio (lo que lleva a cabo durante cinco años). Ya en el Parlamento, en 1695, vota según la idoneidad de las proposiciones y no según la disciplina de partido, pues está en política «por su amor a la justicia, a la fe, a la honradez, a la promoción de lo público».
Leer (o releer) sus 315 párrafos lleva su tiempo. Tal vez el que ya no tenemos. Para concluir que «así, pues, la sabiduría de lo que rige y es primero y principal en la Naturaleza, hizo que el trabajar por el bien general esté de acuerdo con el interés privado y el bien de cada uno».

viernes, 23 de mayo de 2014

Los puentes de Sthendal

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"Fuera de aquí, yo gobierno y ‒lo confieso para mi vergüenza‒ encuentro algún placer al hacerlo; a vos me someto como un esclavo, pero con un placer que sobrepasa con mucho al de gobernar fuera de aquí. Estoy bajo la influencia de un ser superior; aunque lo intentara, no podría obedecer a otra voluntad que a la suya, y preferiría verme durante toda la eternidad como el último de sus esclavos a ser rey lejos de sus ojos" [Le dice el joven obispo de Castro, Cittadini, a la apuesta abadesa de la Visitación, Elena, en la obra de Sthendal, La abadesa de Castro].
El blanco continúa en el verde. Los pan y quesitos de las acacias llenan el vuelo de los paseos, en los que el viento de estos días cubre el suelo con sus pequeños pétalos, aumentando la alfombra con los milanos de los chopos, renaciendo en cada claro de lluvia. Aun cuando los castaños y los espinos van apocándose, comienzan a salir las flores del saúco. Fácilmente, las preocupaciones dan respiros en los que contraer el síndrome de Sthendal.
La obra de Sthendal (1783-1842) puede hacernos transitar hacia la realidad, pues ya definió su literatura como espejo de la misma. Realidad a la que acudimos sin prejuicios, dejando que sus personajes nazcan, se desarrollen y mueran porque sí, porque el tiempo les lleva a ello. El autor, además, se permite entrar en estas historias para ahorrarnos cientos de aburridas páginas, pues la vida es elipsis, movimientos inesperados, uniones que no se encuentran, mujeres que se disfrazan de monjes, ramo de flores con sangre, madre que miente por el gobierno de la hija, bandidos admirados… Y Elena, Elena, Elena que abraza a Julio.

Detrás del cristal que para el viento de esta tarde, escucho las notas de Adams, otro puente hacia el amor de los cuentos.

lunes, 19 de mayo de 2014

Musas en el viento (con alergias)

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Canta, oh Musa, la cólera aciaga de Aquiles, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves.
Cada vez tengo un mayor convencimiento de que las alergias ‒tan usuales en estos modernos tiempos‒ están provocadas por las musas. Vamos, no es que nos deseen molestia alguna, sino que reaccionan ante el descuido en el que las tenemos. Como su aliado, utilizan el viento, que ha sido siempre su camino ‒pneuma‒ preferido para llegar a la mente humana. Solo hay que estar observando tranquilamente una arboleda en estos días primaverales para ver sus ramas entrecruzarse y comprobar los milanos y flores de castaño que desprenden directas hacia el suelo, hacia nuestro territorio, en diagonales racheadas.
El Canto (o la Voz), la Meditación y la Memoria fueron las tres primeras musas en llegar a este efímero mundo. No se llevaban demasiado bien con las sirenas, así que pronto partieron peras y se instalaron en los montes, bañándose en fuentes y arroyos. Desde entonces han procurado susurrarnos al oído el modo en que nuestro discurso adquiera una elegancia que lo haga presentable en cualquier foro. Pero, qué se yo, según me han dicho, no se sienten atendidas últimamente y, de ahí…, las alergias.
De ahí ‒para aplacar su irritación en lo posible‒ que llegue a las librerías la traducción (ya del 2013, por Herder) de Ilíada y Odisea, el manga, ideado y publicado en Japón por vez primera. Al parecer, les ha gustado el detalle. Recordar Reflexionar Hablar.

jueves, 15 de mayo de 2014

¿Madurar? (Paredes de Salamanca)

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Tomaba el café mañanero el pasado sábado divagando por entre los artículos contra la censura y el incorrecto uso del lenguaje de Larra (1809-1837), allá en Calle del Rector Tovar de Salamanca, delante de uno de los grandes ventanales de que dispone la cafetería de nuestro Fígaro cavilando si ‒en su honor‒ tomaría también unos churros lo que descarté al no haber pedido chocolate, cuando me llamó la atención una pintada que había en el edificio de enfrente (que comparte calle con el colegio Francisco de Vitoria), en la que simplemente se leía ¿madurar?, escrito a tiza o yesón.
Se disiparon mis deseos de acompañar el brebaje y me fijé detenidamente en el mensaje (pues así me pareció aquello), adornado con una serie de elementos: un corazón, una nube, una flor, un sol. Y debajo Lucy y. Mucha atención. Alguien hablaba públicamente a otra persona y deseaba dejar constancia ante el resto de ello. Podría haber vuelto la vista unos años atrás y “deducir” que… Pero preferí contemplarlo ‒suele obtenerse más de la contemplación que de la búsqueda o la persecución‒ como a este nuevo día. Tal vez sea de alguien que termine en la política o en la revolución. Tal vez sea la primera voz propia de una larga existencia reflexiva activa. ¿Qué te parece?
Esta otra sí que la entendí. La (madura) pareja que caminaba delante de mí traducía con mucha seguridad: «Aquí fue el señor mmmm Antonio Nebrisense muy importante que velaba para las barbaridades; bueno, más o menos».
En Calle Libreros, algo más adelante que este Vitor dedicado a Nebrija, batallador contra la ignorancia, se encuentra un tercer mensaje en lo que es un local que no acaba de cuajar como bar:

Riqueza de las paredes.

viernes, 9 de mayo de 2014

Alas de literatura

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«Pues a mí eso no me parece literatura», dice Laura, que se ha sentado conmigo en la cafetería esta mañana. «¿Qué quieres que te diga?», interviene la Camarera, «no hay reglas para dictaminar si algo es literatura o no lo es». «Ya, pero, fíjate, en las treinta páginas que llevo leídas aparece trece veces la palabra magia, lo cual no me resulta muy elegante en la narración de un texto. Creo que magia es de esos vocablos de los que no hay que abusar; se ha convertido en un término comodín; cuando escuchas programas de televisión o radio para niños o en los cuentacuentos, todo es mágico. De tanto utilizarla, pierde sentido y valor». «¡Mujer!», vuelve la Camarera, «hay que tener en cuenta que es una historia en la que se da por sentado que quien narra es una preadolescente, y tiene que darle un aire”. “¡Ya, preadolescente!”, salta Laura, «y habla de Leibniz o de Walter Benjamin como si desayunara con ellos todos los días. O cuando cita frases de su abuelo; ¡mira esta de la página 40!: “Dice que son heroicos oponiéndose a su modelo familiar y encarnan la diversidad necesaria para que el mundo mantenga el equilibrio”. Ni yo misma me suelto con semejante discurso. ¡Para que luego digan que la gente joven adolece de comprensión lectora!».
La verdad que a mi el libro no me disgusta (ni la compañía de la que disfruto ahora, lo que creo que adivinan aunque no diga nada). Está lleno de imaginaciones y, si te abres, sientes que te recorre una corriente marina que deposita caracolas sobre la piel, una brisa azul que sosiega. A todo esto, se trata de Las alas de mi padre, de Milena Agus. Lo demás, eso de si sus páginas son literatura o no lo son, no me interesa demasiado en esta época en que me asomo a la ventana por las mañanas y en los atardeceres para escuchar a las golondrinas.
Son las preguntas de nunca acabar. ¿Qué es literatura de calidad? ¿Qué hace que un libro tenga éxito? ¿Es necesario el reconocimiento?

lunes, 5 de mayo de 2014

Cuerpos (flagelados)

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Mi cuerpo desnudo está aquí
y no en otra parte.
Pasa y verás lo que hay
tras el esmalte de dientes.
Pasa y verás.
    (Miriam Reyes, Bella durmiente, 2004)
Apoyada en la amplia balda que tiene el bar a lo largo de la pared que da a la calle, enfrente de uno de sus ventanales, se ve una pareja de mediana edad sentada en taburetes altos de mostrador. Enseguida les traen una caña (para él) y un vino tinto (para ella), y, a los pocos minutos, un par de platos con comida; en uno, unas tapas de bacalao, gulas y berenjena, más un cuenco de patatas bravas; en otro, unas rebanadas de pan de hogaza con tomate y jamón. Apenas se dirigen la palabra. Comen y beben en aparente tranquilidad, que pasaría por tal si no fuera por los movimientos nerviosos de los dedos al llevarse la comida y la bebida a la boca, y la rapidez con que lo hacen; apenas terminan de engullir algo, cuando él coge el cuchillo y corta de aquí o de allá dos nuevos (futuros) bocados.
Sin que sepa por qué, no puedo dejar de pensar en las flagelaciones  que se infringe la gente penitente, especialmente visibles en los cuadros (o películas) de la Edad Media. Seguramente no tiene nada que ver una escena con la otra, según me dicen mis acompañantes (a quienes cuento mi ocurrencia), pero… esto de la sociedad de consumo.
Escribe Estíbaliz Espinoza (en Número e, 2004):
… y de tal forma los acantilados de esta tierra nos
            predisponen al abismo.
A nosotros, los cyborgs  con un pequeño corazón
            y un hígado pequeño.
Nos reproducimos constantes en ese frío.
Pero fuimos como animales muy calientes, muy
            calientes.
Alguna vez…

[Entre tanto libro, se puede leer El poder del cuerpo. Antología de poesía femenina contemporánea, número 53 de la Biblioteca de Escritoras de Castalia].