jueves, 30 de agosto de 2012

Pueblos y Burros. Bibliotecas con memoria

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«¿Dónde váis? ¡No bajéis por ahí!», nos gritaba la tía Emérita desde la puerta de su casa. El Alejandro y yo tirábamos del ramal del burro con todas nuestras fuerzas ¡arre, burrro, arrrre! para que bajara por la cuestecilla del tió Vítor. Había llovido bastante por la mañana y el animal se ve que no se fiaba de poner sus patas en la resbaladiza tierra (porque, claro, no habían llegado allí el cemento, los adoquines ni la brea en aquellos años).

Éramos chavalotes. Una vez al año hacíamos la ronda por el pueblo, con la tartana y el burro, recogiendo el trigo de la iguala que se pagaba a la barbería. Dos o tres medias, dependiendo de los hombres que hubiera en cada casa y la frecuencia que se tenía contratado el afeitado y el corte de pelo. Los barberos eran tres, primos de mi padre y vecinos del Alejandro, razones por las que nos encargaban la recogida de su paga, pues ellos no tenían animales de carga. Solía suceder que en las casas humildes no le habían pasado el rasero a la media (además de que nos ofrecían pastas y chocolate), y en las pudientes estaba la medida bien rasa. A nosotros nos tocaba algún celemín, en cuantía que ya no recuerdo.

Nos gustaba hacer esta faena, también, porque durante esos días no íbamos a escuela. Aquel día de lluvia mañanera íbamos de la calle del Castillo a la zona baja de la calle de la Amargura, por lo que se nos ocurrió aquello de la cuestecilla. Esta es pequeña, pero empinada y en forma de ele mayúscula, con el lado corto arriba.

Cuando, por fin (desoyendo los sabios consejos), logramos que el burro perdiera el miedo y avanzara levemente, todo fue visto y no visto. En cuanto puso las patas en el inicio inclinado, resbaló y, desoyendo nuestros gritos de ¡sooo, burro, sooooo!, nos llevó por delante, sin reparar que tenía que tomar la curva. Yo me agarré al cuello del pollino; el Alejandro a una de las varas. Suerte que enfrente (en el ángulo exterior de la ele) queda el corral de tío Ángel, el Pompa, y que la puerta no estaba bien atrancada, porque dimos contra ella, abriéndose con estruendo, y entramos hasta el final arremetiendo contra unas jaulas de pollos.

«¡Pobrecitos! ¡Pobrecitos!», decía mientras corría hacia allí la tía Emérita. Y la gente iba llegando y arremolinándose. Nosotros salvamos el pellejo; al burro no se lo llevó Dios de esta vida miserable; solo hubo que lamentar víctimas entre quienes menos habían tenido que ver en el fregado: los pollos. Magullados como estábamos, con algún que otro siete en la ropa, lo primero que dijimos para nuestros adentros fue: «¡menuda nos espera en casa!». Aunque parece que movíamos bien piernas y brazos, nos palpábamos por todo el cuerpo lamentándonos ¡ay, ay!, por lo que decidieron llevarnos a la cercana casa de la Elena y el Isidro, el Pote (en el ángulo interior de la ele). Mientras venía el médico, al que habían avisado, nos dieron un chocolate caliente con tontas y un chupito de anís (para que se fuera el susto). Don Sisinio se tomó su tiempo mientras participaba del convite. Con ello, ganamos lo suficiente para que la tormenta no llegara a extremos cardenalicios al llegar al hogar algo renqueantes.

jueves, 23 de agosto de 2012

Pinturas, caricaturas de la crisis

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Pawla Kuczynskiego, nombre más conocido como Pawel Kuczynski (quizá por su pronunciación en inglés), es artista polaco que nace en 1976, estudia Bellas Artes y desarrolla una destacada obra como caricaturista, en la cual obtiene más de noventa reconocimientos desde 2004, año en el que se da a conocer gracias a la fuerza crítica de su obra. Sus composiciones son difundidas en páginas diversas (una más)(y otra) en nuestros días por internet, esta red que nos permite interconectar contenidos.

Podemos, así, avanzar en este caluroso agosto, en el que no faltan -¡sorpresa!- algunos arbustos florecidos en la tierra de Soria.

¿Pintaremos alguna vez las nubes?

jueves, 16 de agosto de 2012

Música. Extraña religión

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La Bibliotecaria, en sus afanes musicales, me hace tragar de vez en cuando algunos bodrios (o, al menos, yo los considero así), pero reconozco que buena parte del disfrute que me proporciona la música se lo debo a su interés en convertirme en melómano. El otro día le decía que ella tiene que pertenecer a la religión de la música de la que habla Camilo Mauclair (1872-1945), en esa religación de la Persona con la Cultura, especialmente con el arte. Este poeta, novelista, crítico musical nos ha dejado obras tan sugerentes como El arte del silencio, y narra la anécdota de aquel músico que nadaba en la miseria pero tenía el suficiente ímpetu para decir: "Creo en Dios, en Mozart y en Beethoven". A este escritor francés lo recoge Rubén Darío en su segunda edición de Los raros (1905) [Libro que merece por sí mismo entrada propia].

La Bibliotecaria sonríe con mis desvaríos. Hoy escuchamos un disco compacto con música de órgano de Antonio de Cabezón (1510-1566) a cargo de Andrés Cea, con el título Suavidad y extrañeza (continuamos con las sugerencias). Para dárselas un poco más, la Bibliotecaria me dice que está tomado de Juan Cristóbal Calvete de la Estrella, en su libro El felicísimo viaje (Amberes, 1552), cuando escribe que las ceremonias se hacían: "con tan divina música y de tan escogidas voces y de oír la suavidad y extrañeza con que tocaba el órgano, el único en este género de música, Antonio de Cabezón, otro Orfeo de nuestros tiempos".

Yo le agradezco a la Bibliotecaria sus recomendaciones, que hacen vibrar en mí registros inusuales.

jueves, 9 de agosto de 2012

Vacaciones de la Bibliotecaria. Su palabra

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En estos días en que la Bibliotecaria está de vacaciones, noto un cierto desasosiego en mi ánimo, que combato con afable porte ante quienes me rodean. Caigo en la cuenta, así, del valor de sus palabras, de esa amabilidad contenida con que me atiende en el mostrador. Por ello, le dedico este poema de José Ángel Valente, en la ilusión de que desee escucharlo en la distancia:

Contemplo yo a mi vez la diferencia

entre el hombre y su sueño de más vida,

la solidez gremial de la injusticia,

la candidez azul de las palabras.

No hemos llegado lejos, pues con razón me dices

que no son suficientes las palabras

para hacernos más libres.

Te respondo

que todavía no sabemos

hasta cuándo o hasta dónde

puede llegar una palabra.

Quién la recogerá ni de qué boca

con suficiente fe

para darle su forma verdadera.

Haber llevado el fuego un solo instante

razón nos da de la esperanza.

Pues más allá de nuestro sueño

las palabras, que no nos pertenecen,

se asocian como nubes

que un día el viento precipita

sobre la tierra

para cambiar, no inútilmente, el mundo.

[Tomado el poema de elalmadisponible. Gracias, Ana].

jueves, 2 de agosto de 2012

Magnolias, bibliotecas y asesores

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Llegan las magnolias a los paseos y parques de Castilla. El árbol no deja de resultar extraño, tan carnoso, con ese verde minero, alejado del amarillo cereal de la época. Y la flor exuberante acoge en las frescas mañanas y sorprende en la calina. Siempre con esa sensación de estar mirando una tierra de nadie.

También llegan los rumores –por desgracia, no tan extraños como la flor del magnolio- de que este mes de agosto es el indicado para “racionalizar” las plantillas de las bibliotecas públicas, eliminando de ellas las personas interinas.

Toda una medida lógica, que sale del caletre de algunos/as de los/as 17.000 asesores con que cuentan las autoridades que nos gobiernan.

Y continuamos viendo que somos NADA.