miércoles, 26 de febrero de 2014

Manos rojas

10 comentarios
¡Cómo me impresionó la primera vez que lo leí! Por aquello de la afinidad entablada en la geografía leíamos a Machado y a Bécquer hasta incluso fui en la niñez a Veruela donde está el monasterio de su retiro y donde quedaba estupefacto ante los perfectos agujeros que realizaban los pájaros carpinteros en los árboles de los alrededores allí viajamos con el coche de mi tío Ricardo que era panadero a quien mi padre hacía las tarjas en la carpintería bueno en realidad a mi tío lo que le tiraba era ir de taxista con el coche y perderse en la noche de los caminos y las tabernas y las que de verdad trabajaban era mi tía Encarna y mi prima mayor yo me entretenía jugando con mi prima pequeña de mi edad y cargando algunos troncos para el horno con lo que ayudaba a mi primo mediano que el otro estaba con los frailes que me daba alguna peseta el día que ganaba a las cartas con los otros chavalotes del pueblo.
Digo que me impresionó leer la leyenda El Caudillo de las manos rojas, de Bécquer ‒«¿De qué me sirven el poder y la riqueza si una víbora enroscada en el fondo de mi corazón lo devora, sin que me sea dado arrancarla de su guarida? Ser rey, señor de señores; ver cruzar ante los ojos, como las visiones de un sueño, las perlas, el oro, los placeres y la alegría; verlos cruzar al alcance de la mano, y al tenderla para asirlos, ¡encontrar cuanto toca manchado de sangre! ¡Oh! ¡Esto es espantoso!»‒. Allá, en Orsira, tierra cruzada por caravanas de dromedarios, de brillantes zafiros, de azulada niebla, de mil ruidos misteriosos, del murmullo del Jawkior…
Más adelante, me he enterado de otras manos que no pueden borrar su pátina por mucho que se laven. ¿Qué puedo decir del sobresalto de Macbeth, después de que Lady le arrebate los puñales y se dirija a embadurnar a los guardianes con la sangre del asesinado?:
¿Dónde llaman? ¿Qué me ocurre
que todo ruido me espanta? ¿Qué manos
son estas? ¡Ah, me arrancan los ojos!
¿Me lavará esta sangre de la mano
todo el océano de Neptuno? No, antes esta mano
arrebolará el mar innumerable,

volviendo rojas las aguas.

viernes, 21 de febrero de 2014

Traición

8 comentarios
Hay momentos o situaciones en los que una misma palabra confluye en nuestro día a día. Arroyos que aumentan la corriente principal. Que llaman nuestra atención. En esta temporada me ha ocurrido con la palabra traición. Me ha llegado a las manos el excelente libro de Rebeca West El significado de la traiciónThe Meaning of Treason‒, ya publicado en 1949 después de que presenciara el juicio que se le hizo a quienes se consideraba traidores a Inglaterra durante la segunda guerra mundial, caso de William Joyce, que alentaba a desertar y apoyar a Alemania desde una emisora germana, programa que era escuchado en toda Inglaterra.
La autora concluye que todas la personas deberíamos tener «una gota de traición en las venas», pues las demandas de cada cual cuando tenemos altas cotas de libertad representan un desafío a las limitaciones que impone el Estado. El libro de Rebeca West está editado en español por Reino de Redonda (2011), ya sabemos, esa pequeña isla descubierta por Colón en cuyos riscos ondea el lema Ride si sapis, y está dedicado a Juan Benet, de quien incluye un epílogo con sus reflexiones sobre la traición.
Y, también, vuelve José Emilio Pacheco con ese poema que conoce de sobra toda persona que se desenvuelve con cierto desenfado por el proceloso mundo de la literatura:
Alta traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

lunes, 17 de febrero de 2014

Preguntas de despertar

11 comentarios
¿Dónde estoy cuando no estoy conmigo? Es algo que se nota con claridad. ¿Qué ciudad quiero para mí? Pregunta, también, que me viene al despertar, mientras estiro los brazos y me voy desperezando. Abro la ventana, aspiro el aire fresco del alba. La luna llena enfrente después de tantos días nublados. Me lavo con agua fría (pues tengo la creencia de que es saludable para la piel de la cara). Y cuando estoy en la ducha ya tengo suficiente clarividencia mental como para detenerme un tiempo en las dos preguntas que me han surgido. Tan distintas. Tan semejantes.
Al desayunar ‒de pie‒ manzana untada con mermelada de jengibre, nueces y yogurt, pongo enfrente el manifiesto que leí ayer. Es de 1930, repartido en Isla Cristina (Huelva), escrito por Trinidad Corral Pérez -es un hombre-, porque tal vez tiene elementos con los que pueda contestar a las preguntas. Finaliza así:
«De la cultura nadie ha tenido que arrepentirse; de las riquezas, sí. Por la Cultura se engrandecen los pueblos, es cierto, pero ésta es un retoño de la Libertad.
Esta cultura que menciono, no es, ni puede ser, servida por un grupo, una Escuela, un partido o clase. Como el oxígeno, la luz, y el aire, nadie puede, ni debe condicionarla.
Dudad de esa Cultura que se os presente en forma de intransigencia, dogmática, de imposición o violencia. Es su antítesis.
El palo no educa: «domestica y envilece».
El cerebro que antepone prosperidad económica a la Cultura, corresponde al de un esclavo, y nunca será liberto. Cuando su poder le haga dueño de su voluntad, será víctima de sus vicios y depravadas pasiones.
Luz. Luz. Luz».
(Reproducido en Suplemento de La Revista Blanca, núm. 170, 15 junio 1930, pág. X).
[El despertar de las Artes, Frans Floris]

miércoles, 12 de febrero de 2014

Dulces Sueños

5 comentarios
Recorre Isaac Rosa en El país del miedo (2008) la exuberancia verbal de los espacios del miedo, del país del miedo, paseando apresuradamente por avenidas, navegando en ríos, cruzando arroyos, escalando montañas, penetrando en cuevas, rara vez descansando para almorzar o echar un cigarrillo. Creado y sentido. Alimentado en el cine, la televisión y los diarios. Terror al dolor ‒no tanto a la muerte o a la pérdida de bienes‒, pues ante cualquier percance podemos recibir un puñetazo una patada un cabezazo ¡un mordisco! una pedrada un corte una presión… Buscamos, por ello, espacios, lugares limpios, limpiados, donde no nos griten, molesten, escandalicen. Guardados por vigilancias varias, sin darnos cuenta de que no están allí para salvarnos sino para salvar propiedades ajenas.
Patsy Clyne (1932-1963) muere en accidente de avión. Llevaba ocho años cantando el desamor, el dolor de quien se fue. Nashville la acogía a medianoche, mientras daba vueltas a sus calles para entenderse. Grabó Crazy en 1961, convaleciente de un accidente anterior, por lo que no pudo registrar las notas altas en ese momento (que se recogieron después), dolor autobiográfico (Loca, estoy loca de sentirme tan sola. / Estoy loca, loca por sentirme tan triste. / Sabía que me amarías el tiempo que quisieras. / Y que algún día me dejarías por alguien nuevo). Con los años, el recuerdo de esta cantante, cuyos temas son himnos de la comunidad lesbiana, queda plasmado en el cine, a través de la película Sweet Dreams (1985), dirigida por Karel Reisze e interpretada por Jessica Lange, con el acierto de que Jessica pone los labios y Clyne la voz.

Dulce Sueños, Patsy.

viernes, 7 de febrero de 2014

Herradura

6 comentarios
Llevo tiempo, casi diría años, pasando por allí y no me había dado cuenta. Hasta hace una semana a primera hora de la mañana en que vi a un vecino de mediana edad que venía por la acera, hablando con el móvil, levantar ligeramente la mano y tocarla. ¡Es una herradura clavada horizontalmente en la pared a medias!
Desde entonces he comprobado que es un objeto viviente del barrio y que hay gente que tiende la mano al pasar para tocarla. Está en el frente de un portal bastante anodino: un locutorio en el que puedes enviar faxes ‒pues todavía hay organismos que los exigen‒, hablar por teléfono vía internet ‒lo que ha abaratado enormemente las conferencias a otros países‒, alquilar la red por una hora o comprar chucherías.
Imagino que hace años años servía para atar las caballerías de la gente que llegaba de los pueblos a la ciudad al hacerse de día, compraban lo necesario en las tiendas, lo dejaban allí y se iban al centro a solucionar algún asunto, hecho o intentado lo cual, volvían, recogían lo comprado, soltaban al animal, le quitaban el bozo de la comida, pasaban por el pilón y retornaban al pueblo. Todavía permanece en el barrio la costumbre de abrir a las ocho de la mañana en las carnicerías, ultramarinos y pescadería que han sobrevivido a los supermercados.
A nadie se lo he dicho, pero he comprado hoy lotería (después de tocar la herradura).

lunes, 3 de febrero de 2014

Nieve sobre José Emilio Pacheco

13 comentarios
Acaba de llegar hace apenas media hora. Con la luz. Pasado el lomo de enero. Salgo de casa hacia el trabajo. El viento hace inútil el paraguas. Pero no importa. El rostro lo agradece. Me orillo en el paseo del parque. Parejo del río. La nieve extiende lentitud a donde alcanza la vista. Cubre asfalto, pasos de peatones, adoquines… Los coches, con tímida luz en los faros, se deslizan sin ruido en esta mañana de cuento. Figuras encapuchadas cruzamos entre los árboles como ante fuerzas antidisturbios.
Se posan en esta tierra los copos como en aquella en la que yace José Emilio Pacheco ‒todo es uno, todo es único.
Porque sabe cuánto la quiero y cómo hablo de ella en su ausencia,
la nieve vino a despedirme.
Pintó de Brueghel los árboles.
Hizo dibujo de Hosukai el campo sombrío.
Imposible dar gusto a todos.
La nieve que para mí es la diosa, la novia,
Astarté, Diana, la eterna muchacha,
para otros es la enemiga, la bruja, la condenable a la hoguera.
Estorba sus labores y sus ganancias.
La odian por verla tanto y haber crecido con ella.
La relacionan con el sudario y la muerte.
A mis ojos en cambio es la joven vida, la Diosa Blanca
que abre los brazos y nos envuelve por un segundo y se marcha.
Le digo adiós, hasta luego, espero volver a verte algún día.
Adiós, espuma del aire, isla que dura un instante.
Que la tierra te sea leve.