viernes, 26 de diciembre de 2014

Alegría de estar viva

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Dice así el papel doblado que hay en la silla: «Agradezco a mis enemigos la energía que descubro en mí. Nunca hubiera deseado tenerlos. Prefiero que la gente me quiera. Pero, de no contar con la enemistad de algunas personas, con el diamante hiriente que rayan sobre mi piel, ahora sería una piedra de cal común que descansa al sol en el lecho de un antiguo arroyo. Sin embargo, después del dolor de las palabras lacerantes (y aun vejatorias), la geoda se ha abierto y he descubierto las amatistas, calcedonias, ágatas y calcitas que conviven en mi interior; los cuarzos diseminan turquesa y añil por la superficie; las iridiscencias blancas me llenan de atractivo; el negro me anuncia fuerzas y reinos ocultos. Pocas sensaciones tengo por más placenteras que el perdón que extiendo sobre ellos».
Me levanto de la mesa donde he estado en la cafetería, pues la barra estaba ocupada cuando he llegado, y le pregunto a la Camarera si recuerda quién ha habido en aquel lugar. Me dice que una mujer morena, de mediana edad, y que le ha sorprendido la viveza de su rostro al acercarse a pagar. No le doy más explicaciones, pues esta mañana está muy animado el local. «Ya te comento en otro momento».

Salgo al vientecillo fresco de esta mañana de escarcha en la que el agua de la fuente del paseo se ha helado. Es el solsticio de invierno.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Lo bello, lo sucio... y lo real

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Dice Baroja (Pío) que Francisco Sancha (1874-1936) dibuja con gran semejanza a lo que es su literatura: un espacio en el que se produce la confluencia entre lo bello y lo sucio. Algo necesario ‒pensamos‒ para construirnos en esa tercera dimensión que es la realidad, lo que cada cual es, pues no nos extinguimos en el choque (más o menos afortunado) de los contrarios. Somos llama. Y es aquí donde el arte halla una de tantas utilidades; rehaciéndose, nos construimos en él. Pero no disponemos de demasiado tiempo para emplear en nuestro conocimiento, ni existen relajados foros públicos en donde cultivarse. Solo el afán propio y una dosis de ingenio suficiente nos permiten escapar a la vulgar chanza de la información.
Entretengo varios momentos de estos días en la lectura de Las chicas de campo, de Edna O’Brien. Tal vez necesiten sus personajes algo de la profundidad psicológica de la Lispector, pero no puede dudarse de la maestría narrativa de la autora irlandesa; tan certera en las descripciones de corta pincelada; tan cercana en sus personajes, que nos hace sufrir en no pocos pasajes con la actuación de Caithleen, la adolescente que pasa a la juventud, apartándose sin querer (y sin remedio) de las relaciones que la sustentaban. De tal modo que, con sorpresa, nos sentimos letraheridos.
Pintura y literatura en el empeño de acompañarnos, de conocernos,  lejos de aquellos tópicos de que el arte sirve para transmitir valores (democráticos).
[Por cierto, ahora está visible en el Museo del ABC una muestra de Sancha, casado que estuvo con una brillante mujer: Matilde Padrós].

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Cantares

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Escribe La Mettrie (1709-1751) en el discurso preliminar a sus Obras filosóficas: «Nuestros escritos no son para la muchedumbre otra cosa que cantares». Y, sin que tenga mucho que ver, ello me recuerda una situación del verano pasado. Estábamos en una casa de montaña un grupo de unas veinte personas pasando el fin de semana. En la noche del sábado salimos al fresco y nos pusimos a cantar. En fin, intentamos cantar, pues la mayoría no seguíamos las letras y acabábamos con el lalalala. Entonces, Marlen, una chispeante alemana, con su deje teutón, dijo: «Cuando yo llegué a España, se cantaba en todos los sitios».
Y es verdad, pensé. Cuando niño, al andar por las calles, escuchabas los cantos de las mujeres saliendo por las ventanas de casa y las chicas siempre cantaban en sus juegos. Los hombres lo hacían en las faenas. Y qué decir de los mozos en la cantina, después de merendar los domingos, donde siempre había alguno que comenzaba Cuando yo me emborrachaba / mi madre me iba a buscar…, acompañando de seguido los demás en su lamento, que también era de llamada a «aquella». Algún vestigio ha quedado en la ronda por los terrizos de las fiestas de agosto, cuando ya los ahora casados, al haber apurado tres o cuatro vasos con melocotón, se atreven con los oxímoron de Que la nieve ardía. / En el alto del Moncayo / soñé / que la nieve ardía. / Y por soñar imposibles / pensé / que tú me querías.
Y a ello nos entregábamos en muchas de las ocasiones de la época de estudiantes, paseando por la alameda pensando Cuando en la playa / mi bella Lola / su lindo talle / luciendo va. O al tumbarnos boca arriba, en las noches de primavera, en lo alto de la escalinata (ya desaparecida) de la catedral vieja para contemplar con comodidad las estrellas, La torre de mi pueblo / no la puedo olvidar. Por no hablar de Víctor Jara o de Santa Bárbara, que eso daría para otra anotación.

Mientras esto escribo, escucho Wish it was true de The White Buffalo, con los auriculares. Pero mi garganta está más seca que antes. Pues a estas cavilaciones me derivan las palabras del autor de Historia natural del alma y Discurso sobre la felicidad.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Cuidados del campo (o bichos raros)

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Hace un año, o así, tuvimos unas conversaciones con la Camarera sobre campo y ciudad. Macario, que es un hombre efusivo, decía que no viviría en un pueblo ni de broma; el nació en uno de la provincia y permaneció allí hasta que hizo la mili, época en la que se apañó para encontrar trabajo en una fábrica de la capital, pues la dureza de aquellas tareas no le atraían. Por mi parte, les contaba los encuentros que tuve, en los años ochenta, con Julián, uno de los personajes más curiosos que conocí por entonces; había estado en el exilio francés después de la guerra y había vuelto terminada la dictadura; nacido en un pueblo riojano ‒San Vicente de la Sonsierra‒, había participado en colectividades agrarias y trabajado en colectivizaciones de fábricas; con toda su experiencia en situaciones que exigen sacrificio y generosidad, nos decía: «Con la gente campesina, voy al fin del mundo; con la gente que trabaja en las ciudades…, hasta la esquina».
Aquello me ha hecho reflexionar muchas veces. Y este par de semanas en que he estado leyendo para el club de lectura El viento de la luna, de Muñoz Molina, me han venido de nuevo a la mente las palabras de Julián. El libro refleja no solo modos de vida diferentes de ahora y de antes, sino maneras distintas de relacionarse con los productos de la naturaleza y con la Naturaleza misma. Habla del cuidado con el que tienen que manipularse objetos o frutos de la huerta, poniendo especial atención en que no se estropeen o echen a perder los tomates o higos que están madurando. Pero en la ciudad, ¿qué atención debemos tener ante los objetos de la mesa de escritorio o en la cadena de producción?
Tal vez somos bichos raros. Sin tierra.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Risas y música

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En estos días tan serios hacemos un apartado en un rincón y podemos relajar los cuerpos y desconectar las mentes, al tiempo que incrementamos nuestro diccionario personal con las definiciones de Les Luthiers sobre el mundo musical, abriendo paso a esas partes anquilosadas del cerebro, deseosas de la sorpresa:
Director: Persona que, colocada en una tarima frente a una orquesta, responde al estímulo de la música agitando sus brazos.
Flauta de pan: También llamada pan flauta // Bartolo tenía una (con un agujerito solo).
Gallo: Ave de corral que anida en las cuerdas vocales de algunos cantantes.
Jota: Letra que se baila en Aragón.
Notas: Las siete maravillas del mundo de la música.
Plagio: Fuente de inspiración.
Radio: Medio de comunicación que podría haber servido para la difusión de buena música.
Silencio: Ausencia momentánea de sonido. En algunos compositores, ausencia definitiva de oyentes.
Ut: En los crucigramas, antiguo nombre de la nota "do".
Zampoña: Instrumento musical venenoso.
Es un extracto de la contribución «Les Luthiers de la A a la Z», publicado por la revista Claudia en octubre de 1980, donde dan una definición por cada letra del alfabeto.
(De paso, señalemos el origen del nombre de las notas musicales, extraídas por Guido de Arezzo, en el siglo XI, de la primera sílaba de cada verso del poema en el Himno a San Juan Bautista, compuesto por Pablo el Diácono en el siglo VIII: Ut queant laxis / Resonare fibris / Mira gestorum / Famuli tuorum / Solve polluti / Labii reatum / Sancte Ioannes; Para que puedan / exaltar a pleno pulmón / las maravillas / estos siervos tuyos / perdona la falta / de nuestros labios impuros / San Juan. Más adelante, en el siglo XVII, G. B. Doni sustituye ut por do[ni] para facilitar la pronunciación).

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Deseos en el camino a Oz

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Los estudios que hace unos años se hicieron sobre el siglo veinte recogen los acontecimientos que se producen durante los cien años que ocupa, principalmente en la cultura de Occidente o en la órbita y el prisma de la misma. Por lo general, se dice que ese siglo comienza con esperanza, basada en los avances de la ciencia, que iba a propiciar el progreso de la sociedad, algo que año a año es desmentido por las crueldades que se suceden en distintos territorios. No todo el mundo opinaba así, claro. Baste leer a José Martínez Ruiz (1873-1967) en Notas sociales, Literatura, Charivari o Boemia, escritas entre 1895 y 1897, para ver que sostiene la incapacidad de la entonces recién implantada socialdemocracia de resolver los problemas, pues considera que la civilización europea está moribunda, incapaz de regenerarse; entrado el siglo veinte, este autor se transmuta en Azorín y…
Y también hay un acontecimiento literario que sucede en 1900, que no recogen los manuales de Historia: la publicación de El mago de Oz, escrito por Lyman Frank Baum, cuando cuenta con cuarenta y cuatro años, e ilustradas por William Wallace Deslow. Una historia fantástica que desea amoldarse a las corrientes pedagógicas del momento y a la infancia de la era industrial. Según decía en la breve introducción a la primera edición: «Aspira a ser un cuento de hadas modernizado, en el que se mantienen la alegría y la fantasía, y se suprimen las penas y las pesadillas». Según suele suceder, su éxito fue rotundo, aunque nadie sepa exactamente a qué obedeció. De ahí que el Historiador de Oz compusiera otros catorce textos ambientados en este país.
Desparecen las hadas, los genios o los enanos. Nada de acontecimientos espeluznantes, de los que puedan extraerse moralejas. La moral ya la incluye la enseñanza de la época. Ahora se pretende solo el entretenimiento.

La realidad completó la fantasía de Dorotea en nuestro camino a Oz.