lunes, 22 de diciembre de 2014

Lo bello, lo sucio... y lo real

Dice Baroja (Pío) que Francisco Sancha (1874-1936) dibuja con gran semejanza a lo que es su literatura: un espacio en el que se produce la confluencia entre lo bello y lo sucio. Algo necesario ‒pensamos‒ para construirnos en esa tercera dimensión que es la realidad, lo que cada cual es, pues no nos extinguimos en el choque (más o menos afortunado) de los contrarios. Somos llama. Y es aquí donde el arte halla una de tantas utilidades; rehaciéndose, nos construimos en él. Pero no disponemos de demasiado tiempo para emplear en nuestro conocimiento, ni existen relajados foros públicos en donde cultivarse. Solo el afán propio y una dosis de ingenio suficiente nos permiten escapar a la vulgar chanza de la información.
Entretengo varios momentos de estos días en la lectura de Las chicas de campo, de Edna O’Brien. Tal vez necesiten sus personajes algo de la profundidad psicológica de la Lispector, pero no puede dudarse de la maestría narrativa de la autora irlandesa; tan certera en las descripciones de corta pincelada; tan cercana en sus personajes, que nos hace sufrir en no pocos pasajes con la actuación de Caithleen, la adolescente que pasa a la juventud, apartándose sin querer (y sin remedio) de las relaciones que la sustentaban. De tal modo que, con sorpresa, nos sentimos letraheridos.
Pintura y literatura en el empeño de acompañarnos, de conocernos,  lejos de aquellos tópicos de que el arte sirve para transmitir valores (democráticos).
[Por cierto, ahora está visible en el Museo del ABC una muestra de Sancha, casado que estuvo con una brillante mujer: Matilde Padrós].

3 comentarios:

  1. Así parece ser, tres movimientos que resumen todos nuestras potencias y actos.

    Felices fiestas

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  2. Gracias, igualmente.

    Que disfrutes (con cualquier movimiento).

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  3. El arte tiene algo de provocación, de estirar en un sentido de lo real hasta desfigurarlo en algo irreal, a lo sucio o a lo bello, quién sabe. Eso puede tener un fin honesto o tal vez siniestro, y nosotros lo reconstruimos en nosotros mismos. Quizá lo estético tenga un trasunto, un reflejo moral.

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