Hace un año, o así, tuvimos unas
conversaciones con la Camarera sobre campo y ciudad. Macario, que es un hombre
efusivo, decía que no viviría en un pueblo ni de broma; el nació en uno de la
provincia y permaneció allí hasta que hizo la mili, época en la que se apañó
para encontrar trabajo en una fábrica de la capital, pues la dureza de aquellas
tareas no le atraían. Por mi parte, les contaba los encuentros que tuve, en los
años ochenta, con Julián, uno de los personajes más curiosos que conocí por
entonces; había estado en el exilio francés después de la guerra y había vuelto
terminada la dictadura; nacido en un pueblo riojano ‒San Vicente de la
Sonsierra‒, había participado en colectividades agrarias y trabajado en
colectivizaciones de fábricas; con toda su experiencia en situaciones que
exigen sacrificio y generosidad, nos decía: «Con la gente campesina, voy al fin
del mundo; con la gente que trabaja en las ciudades…, hasta la esquina».
Aquello me ha hecho reflexionar
muchas veces. Y este par de semanas en que he estado leyendo para el club de
lectura El viento de la luna, de
Muñoz Molina, me han venido de nuevo a la mente las palabras de Julián. El
libro refleja no solo modos de vida diferentes de ahora y de antes, sino
maneras distintas de relacionarse con los productos de la naturaleza y con la
Naturaleza misma. Habla del cuidado con el que tienen que manipularse objetos o
frutos de la huerta, poniendo especial atención en que no se estropeen o echen
a perder los tomates o higos que están madurando. Pero en la ciudad, ¿qué
atención debemos tener ante los objetos de la mesa de escritorio o en la cadena
de producción?
Tal vez somos bichos raros. Sin tierra.
Estoy de total acuerdo contigo Lavelablanca, la vida sana de un pueblo no tiene comparación con la de la ciudad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya lo creo, Conchi. Pero... ¿dónde encontraremos lo perdido?
EliminarUn abrazo.
Se procede con más sentido común y gregario, amén de la comunión con la natura, en el pueblo que en la artificial ciudad.
ResponderEliminarAllí somos otros.
Un abrazo.
La comunión con natura, Gemelas, nos transforma.
EliminarUn abrazo.
Jeje, espero que, en tanto bichos raros, no nos sulfaten.
ResponderEliminarNos hemos separado tanto de las tareas agrícolas que, a veces, vivimos como si la comida viniera del "super", y no del campo. O, incluso, vivimos a espaldas del campo.
Más bien, ebge, de espaldas al campo.
ResponderEliminarLa comida nace en el plato.
Estoy totalmente de acuerdo, aunque en la ciudad se puede tener acceso a la alimentación saludable también.
ResponderEliminarSaludos