sábado, 31 de diciembre de 2016

Dolor Placer (Armonía en la época del artificio)

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Despedimos el año con margaritas. La madre tierra nos las proporciona. A pesar de que la sometemos al extractivismo ‒término que acuñara en los 60, al describir los conflictos que enfrentaban a empresas mineras con comunidades andinas, el novelista peruano Manuel Scorza (1928-1983), editor de populibros, autor de poemarios como El vals de los reptiles, novelas como Redoble por Rancas en que se une el realismo social y la fantasía poética‒. En el buzón está el número de invierno de la revista Entrepueblos. Sí, recuerdo perfectamente cuando en julio eran asesinadas Lesbia Yaneth, en Honduras, y Gloria Capitán, en Filipinas, por ser activistas de sus pueblos frente a proyectos extractivos de corporaciones transnacionales, amparadas por gobiernos de turno, que utilizan la violencia. El metabolismo neocapitalista necesita de la transformación masiva de bienes naturales en productos de consumo o, simplemente, en objetos de especulación de los mercados financieros. (Además, en el caso de la mujer rebelde al defender su tierra, no solo desafía las normas, sino que transgrede los estereotipos).
Para estos días tenía reservado un libro bien distinto a estos asuntos. Que se balancea entre el placer de su exquisita prosa y la reflexión a que conduce su decir. Se trata de Lecturas y lectores, de Andrés Soria Olmedo. De Editorial Alhulia, ubicada en Salobreña, en la colección Mirto Academia (de Buenas Letras de Granada) ‒que ya sabemos: «Silencio de cal y mirto. / Malvas en las hierbas finas.», escribe Lorca en La monja gitana‒. Partidario como soy de escribir libertad con minúscula, puedo afirmar que esta es una obra magistral. Pues va de profesores/as y discípulas/os. «Prácticamente nada de lo que quiero decir hoy es original. Al contrario, se trata de propagar el virus saludable de la letra impresa; de repetir los beneficios y placeres ‒que en mi opinión son intensos y prolongados‒ de comprar libros, leerlos y recordarlos».

Llevaré la revista y llevaré el libro para trasladarme a 2017 por las laderas del Moncayo. Salud.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Regalo en La Recolectora (voces narrativas)

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Hablábamos el lunes pasado en el club de lectura de la variedad de voces narrativas que suelen tener los textos literarios modernos en una misma obra, según hemos comprobado este trimestre en los libros leídos. Así ocurre en Las hijas de Hanna de Marianne Fredriksson, en cuya historia la autora narra el devenir de una saga familiar ‒léase también el de Suecia‒ a través de tres mujeres, en distintos registros. Igualmente Elvira Navarro en La ciudad feliz se acerca a la vida de la inmigración china y a la de la adolescencia desde la visión de un niño venido del país asiático y una niña de barrio medio que contacta con un indigente (con los detalles de bisoñez que muestra en la desmedida utilización del su). Y en la misma línea se sitúa El padre de Blancanieves de Belén Gopegui, que concede un diario al personaje que más se mueve ‒Manuela‒ y empareja al resto en diversas secuencias.
Estábamos, también, con poemas de Stephen Dunn extractados de En otro momento (obra ganadora del Pulitzer en 2001), así Frotar: «Una vez vi a una pintora untar pintura negra / en un mal cielo azul, / después restregarlo hasta que esa mentira suya // desapareció. He visto hombres encerar coches / con tanto empeño que despedían luz. / Cuando era niño llevaba una piedra siempre en mi bolsillo, // pulgar e índice en complicidad / con el agua y el viento, acariciándolo día y noche […] Pero pocas cosas humanas pueden soportar / el ser frotadas demasiado ‒sé esto // y no puedo parar‒. Si la belleza acude / será sobresaltada, escondiendo cicatrices, / hecha de lo que apenas puede perdurar». Introducido con la frase de Jim Opinsky «Cualquier cosa que frotes lo suficiente / se vuelve bella».
Entonces abrió Casilda su bolsa y dijo «os he traído un regalo». Y ahí nos obsequió -abrió nuestra sorpresa, frotó nuestras manos vacías- con la figura alada de claro cerebro dulce corazón golera dorada y delicado frufrú. Agasajo contra la rutina y el desaliento.

Gracias.
[Composición de Luis Jiménez Ridruejo]

lunes, 19 de diciembre de 2016

El peor libro del año (encuesta)

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Leía ayer La Campana de Palo, periódico de Bellas Artes y Polémica, editado en Buenos Aires entre 1925 y 1927. Atractiva publicación, de estilo fresco, que ofrecía algunos textos inéditos, tal ¿En qué consiste la libertad verdadera?, de Tolstoy, en traducción de Alejo Abutcov (conocido compositor y concertista, con su violín de 1650, que logra escapar milagrosamente de las cárceles bolcheviques y se asienta en Argentina, donde pone todo su caudal al servicio de una colonia tolstoiana). Este quincenario, dirigido por Atalaya y Carlos Giambiagi, con textos de Álvaro Yunque y de León Felipe, como conocidos por aquí, publica alguna encuesta que resulta curiosa. No sé si hoy tendrían sentido.
La primera es al finalizar 1926, en que pregunta a una quincena de personalidades de las letras argentinas ¿Cuál es, a su juicio, el peor libro del año? A lo que contesta Alfonsina Storni: «Zogoibi, como toda novela solo para señoritas es francamente incoloro. No concibo de qué manera se han podido acumular tantas idioteces en un solo libro, superiores en cantidad y calidad a a las acumuladas durante cinco años de misticismo por mi querida amiga Raquel Adler». Y Jorge Luis Borges: «¡Amalaya con estas encuestas de Juicio Final! Pero la pregunta es linda y acogedora como sombrilla de alero, y me le voy a atrever. Zogoibi es un libro sobre el cual pesa la fatalidad del sino de su autor, hombre leído que ha escrito páginas llenas de hostiles zonceras, en las que no se encuentra ni un chelín de ingenio. Páginas baldías, huérfanas de la claridad de los patios. Páginas zumbadoras y pesadas como moscardón de campo a mediodía».
Más de una docena nombran a Zogoibi [o el desventurado, de Enrique Larreta, apodo con el que se conoce a Boabdil después de la pérdida de Granada], aunque no falta quien dice «En “prosiverso” los libros de Jorge Luis Borges», caso de Ernesto Mario Barreda.

La Campana de Palo [¿símil de nuestra bitácora?], una vez callado el «bronce armonioso y fúlgido de los remotos tiempos ‒mezcla alquitarada de metales nobles‒, convertida en insonoro y apolillado leño».
[Ilustración de Standstill]

martes, 13 de diciembre de 2016

El padre de Blancanieves (Belén Gopegui y otras fantasías)

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No hace mucho tiempo, en una ciudad mediana del Levante, se me acerca una mujer de aspecto agradable, con algo de misterioso descuido, y me pregunta de manos a boca «¿Has visto a mi esposo?,  hombre, ¿dónde puede estar ahora?». En medio de la sorpresa de la situación, de modo formal, le contesto «Señora, creo que se equivoca. Ni la conozco a usted ni conozco a su esposo». Con gesto enigmático, inclinándose ligeramente hacia mí, dice «Claro que lo conoces. Mi esposo es el zar de Rusia y está aquí de incógnito, esperando su momento. Y también sabrás de la familia imperial. Ella es la que me odia y persigue por ser yo tan hermosa, y quieren…».
En esa misma localidad, hace ya bastantes años ‒las dos únicas veces que he estado allí‒, conocí por breves momentos a una chica hermosa. Era novia de uno de los que trabajábamos en los hoteles en época veraniega. Por cualesquiera fatuidad de juventud, hice de Cyrano en alguna ocasión, pues este chico quería impresionarla con las pretendidas lecturas de las que se pavoneaba ante ella. Su incuria llegaba a que me pasaba las cartas de Isabela ‒que así se llamaba, y no voy a decir dónde vivía‒ para que le diera ideas al contestarla y no se ocupaba de que se las devolviera. Conservo cinco. En una de ellas escribe: «¿Tú sueñas? Yo sueño despierta… ¡Si fuera verdad todo lo que sueño!... Pero, como si fuera; me compenetro tanto con mis sueños que los creo verdad y vivo feliz…». Todavía no sé lo que hacía esta cenicienta con aquel adoquín.
El caso es que me proponía elaborar la entrada sobre el libro El padre de Blancanieves, de Belén Gopegui (algo premonitorio en algunos aspectos al estar escrito cuando aún no había llegado la crisis), en el que nos plantea la posición que vivimos ante la marcha de la sociedad y si es posible y viable tomar alguna postura de compromiso.
Algo ha hecho que uniera a la mujer del zar a Isabela y a Belén. Tal vez aquellos versos de Eça de Queirós: «Sobre a nudez forte da Verdade / o manto diaphano de Fantasía».

Salud.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Máscaras femeninas (y coro)

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La otra tarde, tomando un café, alguien le preguntó a una amiga viajera viajera de las que estaban allí a qué país, de tantos que ha visitado, volvería. «Sin duda, a Japón», contesto. «¡Anda! ‒dije‒, curiosamente estoy leyendo un libro de esa tierra. Se trata de Máscaras femeninas, de la escritora Fumiko Enchi (1905-1986); tal vez te gustaría leerlo, aunque no sé si te has encontrado en los ambientes que has vivido situaciones y personajes de la novela, pues se presume un mundo profundo entre sus líneas».
El título ‒Onna-men‒ alude a la división en tres capítulos, intitulado cada uno con el nombre de una máscara de madera del teatro Noh: Ryoo no onna, la mujer espíritu o fantasma, demacrada con el paso del tiempo por sus apasionados apegos; Masugami, la joven desquiciada, representada por el cabello enmarañado, símbolo de la mente trastornada; Fukai, mujer de edad mediana, melancólica, desgarrada por la separación del ser querido. En la trama aparecen (algo que me sorprende) los espíritus y sus posesiones de personas. Parece que los hombres son títeres de las firmes voluntades femeninas, aunque estas tienen que sufrir humillaciones debido a la jerarquía social y ello marca su conducta. Narración asombrosa e inquietante. Seducción, infidelidad, lirismo, sutileza…
Estaba comenzando este último párrafo, cuando se me ha aparecido el coro de mujeres del opus 117 de Beethoven, de la ópera Rey Stephen. Me agrada tanto escucharlo que creo que encaja aquí de maravilla (con su regalo final):

Salud.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Béjar (Salamanca). Bibliotecas

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Al escuchar el nombre de Béjar (Salamanca) me viene a los ojos la ladera del Castañar en otoño ‒detrás, la nieve‒. Pasear sus calles y disfrutar de la aparición de esos colores ‒tan cercanos, tan límpidos‒ al asomarse a las callejas transversales resulta embriagador. Quienes se han criado en la influencia de los castaños ya no pueden olvidarlo. Leo Vivencias y experiencias de un bejarano, de Cipriano Blázquez, y Recuerdos de una vida, de Ruperto Fraile, y sus páginas reafirman esta impresión.
Con fama de liberal en el siglo XIX al derrotar a las tropas isabelinas en septiembre de 1868, el Ayuntamiento teje una red de escuelas que bien pueden pasar por modelo en aquellos tiempos. Sin embargo, no faltan dichos como aquel de que Béjar, 40 tabernas y 1 librería. Hoy puede visitarse la biblioteca del Casino Obrero, convertido en ateneo, con inicios en 1882, desde la que se trataba de culturizar al numeroso elemento obrero de la ciudad, pues no en vano era uno de los centros textiles con mayor producción en España (que inicia su declive en favor de Sabadell, Tarrasa o Alcoy, más atentas a las leyes del capitalismo: concentración de capital, comunicaciones, influencias políticas).
Igualmente en un marco especial como es el antiguo convento de San Francisco se halla la biblioteca y archivo municipal, más otras dependencias culturales, en la que consultar los libros arriba señalados o documentos de época, así el censo padrón de habitantes en 1910 (en la que se cuenta con cuatro librerías, que también pueden dispensar zapatos o velas de cera de abeja, las cuales hay en número de 5 en el escudo de la villa).

En la noche, para distraer el día, leo El hijo de Rembrandt, de Robin. Béjar duerme ‒el tren recorriendo sus entrañas‒ en los susurros de sus fuentes, parados el traqueteo de sus máquinas y el repique de sus campanas. En sueños, desde el teatro, planeo sobre la ladera mullida de luz.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Sanar (flores) con versos

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Continúo en la cabeza dándole vueltas a contenidos de La vida secreta de las plantas (2016), así a que no hemos contabilizado las raíces de un árbol o a que un sencillo tallo de centeno dispone de más de 13 millones de raicillas, cuya longitud combinada pasa de 613 kilómentros.
O la vida del químico agrícola y educador Georges Washington Carver (1864-1943), el Negro Leonardo, que se sobreponía a su descendencia de esclavo, y no dudaba en afirmar que las plantas le revelaban secretos ocultos cuando se lo pedía, al tiempo que podía hablar con las hadas (del mismo modo que cualquier mortal que se lo propusiera); su mano con ejemplares enfermos era proverbial; estudió y enseñó (en Tuskegee, donde le llamaban el Mago) con métodos que asombraban al mundo científico, levantándose a las 4 de la madrugada y vagando por los campos –«la Naturaleza es la maestra más excelente, y de ella aprendo lo mejor mientras los demás duermen»–. Entre otros logros, introdujo la variedad de productos que se derivan del cacahuete y de la batata. Presentado ante comisiones ilustres en Washsington, llegaba con su traje de 2 dólares, su flor en el ojal y su corbata casera. Preguntado por qué había despreciado millones de dólares al no patentar sus productos, contestó: «Dios no me cobró nada a mí ni a ustedes por crear los cacahuetes».
Declinó un sueldo astronómico ofrecido por Thomas A. Edison, al igual que el que le ofreciera Henry Ford. En cambio, tenía siempre alguna florecilla en su banco de trabajo, con cuyo contacto, decía, tocaba el infinito, lo invisible, esa suave vocecilla que llama a las hadas. Le gustaban los versos de Tennyson (1809-1892), por su saber instintivo:
Florecilla de la pared hendida,
yo te arranco de la hendidura,
te tengo en mi mano, con raiz y todo,
florecilla…, pero si pudiera entender
lo que eres con raíz y todo, y todo en el todo,
sabría lo que Dios y el hombre.

«Aprendo lo que sé observando y amando todo».

sábado, 19 de noviembre de 2016

Plantas (que sueñan)

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Dice la Camarera, refiriéndose a una cuadrilla algo sospechosa que hay en el paseo, «somos como plantas que se mueven». Y una cliente que lleva unos meses pasando por el local dice: «ya nos gustaría. La especie humana apenas aporta nada a la vida del planeta, sin embargo las plantas son quienes hacen posible la vida en él. La fotosíntesis es la que permite respirar a todo bicho viviente. La humedad del ambiente. Por no mencionar que la mayor parte de los alimentos que tomamos (incluidos los de procedencia animal) provienen de ellas. Además de los beneficios estéticos y espirituales que nos reportan».
Ante ello, la próxima vez que voy a la biblioteca me hago con La vida secreta de las plantas (2016), de Peter Tompkins y Christopher Bird. Cierto que ya Aristóteles dejó dicho que las plantas tienen alma, pero no sensibilidad, lo cual ha quedado obsoleto con estudios posteriores. Linneo (como la Camarera) afirma que son idénticos a los animales y los humanos, excepto en que no tienen movilidad, lo cual ya refuta Darwin, que muestra que incluso las partes más sensibles de las plantas, las raíces y los zarcillos, se mueven con independencia. Goethe y Rudolf Steiner, observadores de ellas, señalan que crecen en direcciones opuestas. Pero es Raoul Francé (1874-1943) quien escandaliza a la filosofía natural de su tiempo al afirmar que se mueven y sienten, llegando a adivinar y buscar la dirección adecuada; no lo notamos porque no nos paramos a observarlo.
Y en esta observación es en la que destaca el indio polímata, físico, botánico Jagadis Chandra Bose (1858-1937), que lanzara ondas electromagnéticas un año antes que Marconi, investigó en fisiología vegetal y construyó instrumentos para estudiarlas. El límite entre lo que solemos tomar como vida animada e inanimada se diluye cuando se presta atención. Las plantas (aun sin sistema nervioso) pueden ser anestesiadas, dormir, despertarse, sufrir los golpes, recuperarse…

Hasta una maceta supone la recuperación del Edén.

domingo, 13 de noviembre de 2016

De películas y arradios

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Escucho las emisiones de Sangre Fucsia en la radioteca de Ágora Sol Radio (nacida en los días pasados de las concentraciones de Sol), que a veces transmiten desde Kasa Pública de Mujeres Eskalera Karakola (ya activa desde 1996). Me gusta no perder comba. En la capital siempre hay más vida, más frescura, sobre todo entre la gente joven, la que aún no tiene compromisos sociales (familia, hipotecas, etc.).
Precisamente ahora que tengo estos días delante el volumen de 1001 películas que hay que ver antes de morir (que ya cuenta con su docenica de años). Lo encontré en el cuarto de debajo de la escalera en la casa del pueblo estos pasados días de cementerio. ¡Cuántas historias se han acumulado para poder ver en una vida breve! Seguramente es uno de esos manuales de degustación cinematográfica en los que la variedad se impone al valor. Curiosamente, no soy persona de cine ‒¿veo un par de películas al año?‒, pero los concisos ensayos que acompañan a la información sobre las películas estimulan la atención llevándola a detalles del argumento, el contexto histórico o cultural más continuas anécdotas sobre cada obra.

No deja de ser una pequeña obra de arte ‒como puede serlo «Agitate in tante pene», de La vergine del sole, de Cimarosa‒ comentar de forma estimulante Viaje a la luna (1902), con la que comienza la relación; o La carreta fantasma (1921), basada ya en una obra literaria de Selma Lagerlöf; o sencillamente en Vivir (Ikura, 1952), en la que la trama del protagonista se confunde con la vida de su intérprete, Takashi Shimura, para decir que el dolor y la felicidad se unen en el parque la vida; o, en fin, Empieza el espectáculo (All that Jazz, 1979), brillante o pretenciosa, según el gusto de cada cual, se mueve entre bastidores y retrata la «excitación obsesiva  y devoradora de quienes se entregan apasionadamente a su trabajo».

lunes, 7 de noviembre de 2016

De personajes bibliotecarios (de Larkin a WikiLeaks)

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Suelo acoger con simpatía los textos de quienes trabajan en las bibliotecas. Es lo que me ocurre con Philip Larkin (1922-1983), poeta inglés que en un principio no es que me tirara demasiado. Pero el hecho de que fuera subdirector en la biblioteca del University College de Leicester, así como en la de Queen’s University de Belfast y, posteriormente, en Hull, me animó a leer con detenimiento sus poemas, algo de lo que me alegro cada vez que vuelvo a ellos. Resulta un observador de gestos cotidianos (Me senté mirándome las botas), desde los que inicia unas reflexiones que hacen de sus versos un proceso, una evidencia de desarrollarse algo que, al final, se transforma en un instante luminoso en el que se aparean experiencia y suceso.
Hombre adusto, enamorado del jazz (al que considera imagen adecuada de la mente), no tiene imágenes amables de la infancia; pasó por ella esquivando la dicha y la desdicha: «No querría que nadie pensara que no sentía aprecio hacia mis padres […] Pero al mismo tiempo eran personas difíciles, y la felicidad no era su fuerte. Y esas cosas se pegan». La edición y traducción que realiza Damià Alou en la reciente Antología poética (2016) dispone de una selección de poemas que no defraudan, como ese Recuerdo, recuerdo que finaliza en «Nada, y todo, ocurre en todas partes».
De otro lado están personajes como Manning, Sweden o Assange, que se encuentran entre los promotores de WikiLeaks, la cual se presenta como un colectivo de historiadores del presente dedicados a la construcción de una gran biblioteca (de la rebelión). La persecución de que son objeto los nombrados no impide que surjan continuamente voces nuevas que alimentan este centro de documentos que denuncian abusos y prácticas del poder. Silvia Arana elabora un artículoenunciando los diez tópicos que la organización ha decidido subrayar de sí misma en los 10 años que lleva de vida.

Según expresa la cita de Carl Sagan con que termina dicho artículo: «...somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esa memoria se llama biblioteca... la salud de nuestra civilización, el nivel de conciencia sobre los cimientos de nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro pueden ser medidos en relación con el apoyo que le brindemos a nuestras bibliotecas».

martes, 1 de noviembre de 2016

Muertes sin ley (hermetismos)

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Hermes Trimegisto elabora las 7 leyes o principios herméticos del universo ‒de afinidad, correspondencia, vibración, polaridad, ritmo, causa y efecto, y género‒ en tiempos del antiguo Egipto. Dice que, observándolas, podemos vivir con calidad, sintiéndonos en nuestro sitio. No sé si estaba en este equilibrio entre polaridades el profesor de filosofía y colaborador de prensa Antonio Aramayona, que a sus 68 años decide morir este verano, quitarse la vida, en un entorno mediático, según él se movía. Deja una carta de despedida (muy difundida) y se ofrece a que un programa de televisión grabe su último mes y medio de existencia. Escribe: «He amado y sigo amando la vida con pasión [...] La muerte no es sino el último latido de la vida, y si la vida ha sido valiosa y buena ha de desembocar igualmente en una muerte digna, apacible y buena».
Por contraste, el mexicano Manuel Acuña (1849-1873) deja no una carta sino un extenso poema antes de que se suicidara a los 24 años a causa del amor (imposible) que profesa a una mujer casada. Nocturno a Rosario (de la Peña y Llerena) es de sobra conocido: «Esa era mi esperanza... / mas ya que a sus fulgores / se opone el hondo abismo / que existe entre los dos, / ¡adiós por la vez última, / amor de mis amores; / la luz de mis tinieblas, / la esencia de mis flores, / mi lira de poeta, /mi juventud, adiós!».
Aquí, en estos días de cementerios, continuaremos necesitando alguna tabla esmeralda para comprender nuestros destinos, para dejar selladas herméticamente, por arte de magia, las cajas de pandora.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Aire del más allá, Ardalén (día de la biblioteca)

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Reciente el día de la biblioteca, caminando al segundo novilunio de octubre, se me figura que estos centros son como el arladén (ar de / do alén), viento ábrego que sopla desde el mar hacia tierra, procedente del suroeste, en las costas atlánticas europeas. Se trata de un viento húmedo que llega a portar muchos kilómetros tierra adentro olores a sal y yodo. Y no viene solo. Trae, igualmente, vivencias de gentes allá el Atlántico que pueden llegar a gentes de la montaña, penetrar en su hipocampo y convertirse en recuerdos que transforman la vida de quienes eso experimentan.
Ardalén (2012), de Miguelanxo Prado, es un delicioso ensamble de imagen, color y palabras en el que se viaja por la Memoria (En las penumbras del interior / un hombre de mirada líquida / le habla al silencio de bajamar que llena las estancias). Fidel nunca sale de su aldea de montaña, bueno, unos años está en la capital hasta que muere la tía con la que vive, sumido en la biblioteca de ella. Con las escasas pertenencias que le deja la burocracia administrativa, retorna a su caserío de la ladera. Pero él emigra al Caribe, ronda por La Habana, se embarca en cargueros mercantes y sufre tres naufragios de los que se salva. Ahora, ya senil, con su casa llena de cajas diseminadas (metáforas de su memoria), encuentra su casa poblada de los amigos, amores y ambientes que vivió allí, y aparece Sabela, mujer de carne y hueso con la que renace su memoria y su corazón.
Los días de viento ábrego sale al prado de la colina, se sienta en unas rocas y espera hasta que salen volando las ballenas desde el bosque de eucaliptos. «Oye, Fidel ‒le dice Ramón‒, si yo soy un recuerdo tuyo… pues eso, mis recuerdos ¿son míos, son tuyos…?». (Debió de ser un viento marino, / errático e improbable, / el que llenó su cabeza / de aquellas historias míticas y oceánicas / haciéndolo náufragos de recuerdos ajenos / precio increíble de una marejada remota).

Bibliotecas… de aire del más allá.

jueves, 20 de octubre de 2016

Campanas para Valle Inclán (en Biblioteca Digital Hispánica)

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Ya es posible estar en la procesión y repicando. Al menos en Oña (Burgos). En el monasterio de San Salvador (fundado en 1011, como dúplice, ¡tiempos!) ha decidido el cura poner al día los repiques. Así que han colocado un módem que traslada las señales enviadas desde el móvil a las diversas campanas de la espadaña, una de ellas con 6 ó 7 siglos de antigüedad (sonaba allí cuando en el siglo XVI fray Ponce de León instaura la primera escuela de sordomudos de que se tiene noticia). De esta manera, esté donde esté el párroco, en misa procesión Roma Australia… con una llamada de teléfono puede hacer sonar a los distintos toques de los que se acostumbra en la villa, gloria luto fuego misa…
Esta tecnología es la que nos trae la voz de Valle Inclán desde la Biblioteca Digital Hispánica, que digitaliza documentos contenidos en la Biblioteca Nacional de España. En varias ocasiones hemos querido referirnos a este proyecto, pero hasta ahora lo habíamos orillado. Sus colecciones son impresionantes: desde discos de pizarra, los 78 (con blues, flamenco, corales, etc.) a carteles publicitarios, cartas náuticas, ephemera, grabados (Goya, Durero, Rembrandt, etc.), estampas japonesas, etc. Dando posibilidad de poder enviar una tarjeta con estas imágenes a quien se desee por correo electrónico o poder pedir impresión bajo demanda de una obra.
Días y días pueden transcurrir en este espacio digital. Por hoy, nos conformamos con esta grabación de la llegada del marqués de Bradomín al palacio de Brandeso (Sonata de Otoño) y tres poemas de Claves líricas, en una voz que desmiente esa práctica al ceceo del autor gallego. Todo un mundo abundante en escasas palabras.
A disfrutar.

viernes, 14 de octubre de 2016

La Pelirroja (de madres e hijas)

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No siempre hablamos aquí de lo que leo, de todo ello, pues hay lecturas, digamos, que se me resisten, a las que suelo volver una y otra vez. No es el caso de los textos de memorias de Astrid Lindgren (1907-2002), Mi mundo perdido (editado por Juventud en 1985), páginas que pueden visitar quienes deseen acudir a momentos entrañables de la autora de Pipi calzaslargas. Ella misma ha contado en multitud de ocasiones que no es quien inventa el nombre, sino su hija Karin, cuando estando algo febril en cama le pide una noche que le cuente algo de Pippa Mediaslargas. Esto ocurre en 1941. Dos o tres años después, Astrid resbala en la calle nevada, se tuerce el pie, tiene que guardar reposo, se aburre… y retoma la historia de aquella chiquilla extravagante que había creado para su hija alrededor de un nombre hasta entonces inexistente, con la salvedad de que ahora la escribe, siendo la primera vez que se pone a practicar tal actividad. Hay quienes la consideran «una idea desagradable, que araña el alma», pero desde 1944 suele ser un personaje que atrapa la atención de muchas criaturas.
De madres e hijas también están sembrados los versos de Violencia doméstica, de Eavan Boland (1945), poeta dublinesa (que divide su tiempo con California), cuya obra pertenece a ese tipo de literatura que mencionamos al inicio de esta entrada: se me resiste. Hace tres años que vuelvo a las páginas de este poemario, situado en la parte alta del montón de libros en espera de ser leídos. Me absorbe y me expulsa, como si estuviera en el Hospital de Manternidad de la que ella ha sido poeta residente (o al que iba Leopold Bloom en ese capítulo con estructura similar al desarrollo del feto en el útero). Siempre he querido un mundo que se cure de la naturaleza. / Un hogar sin dioses. / Paredes que llegan, entradas que toman formas, verticales que reúnen / horizontales: un dónde que alcanza un ahora.

Bolan dice que «trata de plasmar la vida que vive en el poema que escribe». Parte de esos elementos cotidianos ‒la cocina, el tiesto, etc.‒, familiares, maternos y los impregna de los mitos que nos preceden, tal ese salmón del conocimiento o la anciana pobre de las jornadas revolucionarias de 1798.

sábado, 8 de octubre de 2016

Arte

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El arte de vanguardia se pasa la vida huyendo de la palabra, de la figuración, y volviendo a ella de múltiples maneras. Al fin y al cabo necesita una forma de explicar el contenido de sus obras. Hasta los graffiti acuden con frecuencia a las onomatopeyas o directamente a las frases, tal como hace aquel pintado sobre las ruinas de Pompeya: ¡Oh, muro, no sé cómo has podido resistir el peso de tanto oprobio!
La literatura lo recibe ‒al arte‒ con sereno alborozo. Según dice Juan Mata (en Cómo mirar a la luna), la literatura es una estancia de la vida, la más solitaria y acogedora, la más consoladora también. Hay textos que huyen de la dulzura, de la expresión acabada, consensuada; que toman el lenguaje como un objeto a descubrir, y lo hacen en el roce con la vida de la calle, intentando crear personajes sometidos a crítica en estos nuestros días de crisis.
Este sería el caso de El fin del mundo en las televisiones, poemario de Diego Doncel, que abre nueve canales en los que pueden verse imágenes de la mentira, la corrupción o las dificultades que encontramos para escapar de la insignificancia a la que nos someten los poderes. Eso sí, finaliza con La Primavera: «Ya no es tiempo de pensar, sino de ver de forma distinta. / Ya es tiempo de amar lo nuevo como se ama el futuro. / Ponemos la mirada en los confines como una manera de extender la vida. / La utopía viene. / Pero la utopía es tan frágil como la felicidad, tan frágil como esta primavera. / Recuerda que vivimos en territorios bajo vigilancia».
Mozart, a los 22 años, se encuentra en París con su madre; esta muere y él no se atreve a decírselo directamente a su padre. Compone:

https://youtu.be/dwPRo3gTMYk

domingo, 2 de octubre de 2016

Sonetos expansivos (elección)

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¿Qué autor/a no desea que su obra salga de sus libros, se derrame por caminos, pechos o recuerdos? Aunque fuera en recorrido silente. En la bibliografía francesa hay intentos múltiples de ello. Rabelais con sus Gargantúa y Pantagruel; Voltaire con la obsesión creadora; Mallarmé, emulando a este su maestro. Pero es Raimond Quenau quien consigue la obra más extensa de la literatura al componer en 1961 Cent mille milliard de poèmesCien mil millones de poemas‒, en la que incluye 10 sonetos troquelando sus versos uno a uno, con lo que pueden combinarse todos con todos (o sea, 10 al 14).
            No es broma. Una persona que leyera un verso por minuto (sin descansos para comer, beber o dormir) tardaría no menos de doscientos millones de años en ello. Son alejandrinos, con sus hemistiquios, sus cesuras, sus sinalefas. Cuyo sentido se renueva en la conexión universal que circula por sus venas.
            Precisamente, es Mallarmé el que dice que quien lleva a cabo una idea innovadora por primera vez es un genio, y quien lo hace por segunda es un imbécil. No hay para tanto, claro. En el cincuentenario de la publicación que nos ocupa, se elabora otra obra similar en español, en este caso coral, que invita también a la combinación de sus versos. Son tres autoras ‒Adón, Agudo y Valero‒ y siete autores ‒Doce, Reig, Aramburu, Irazoki, Auserón, Azpeitia, Molina Foix‒, quienes componen un soneto (editado por Demipage y apoyado por Hotel Kafka). Cien mil millones de poemas. Con la invitación a que quien lo lee para que elija su propio soneto. El mío es:
Hay música de lobo en las calles de enero
Sus letras son de un hombre que en mi mente camina
La sangre riega el torso la luz ríe y declina
Mestizo el malestar, deviene en aguacero
Ahora me pregunto si acaso es el dinero
El alma es solo hierba, granos de arena fina
El cuerpo, pan mojado, se ha vuelto luz mezquina
Se esparce el fruto amargo en forma de aguacero
Acercarse, con prisa huir de lo adyacente
Las torres de vigía propagan la advertencia
Como el ritmo del mar, contrario al continente
Si solo fuera helada la fraterna indolencia
El regalo forzoso al bello indiferente
No está en venta el paisaje que inventó la carencia

lunes, 26 de septiembre de 2016

Esperanza (sin optimismo)

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La esperanza fluye eterna en el pecho humano;el hombre nunca es, pero siempre espera ser dichoso
No hay quien se dedique a la filosofía, ensayo o psicología –a teorizar, claro–, que no se ocupe de la esperanza. Ya las obras literarias de la antigua Grecia la contemplan y, por lo general, la tienen como una calamidad, lo que recoge una parte del pensamiento moderno. Si Platón considera que puede extraviarnos o Eurípides la tiene por maldición para la humanidad, Tomás de Aquino señala que abunda en los jóvenes, los borrachos y los locos incapaces de razonar, y Byron la considera una prostituta demacrada. Será, pues, una agradable compañía, pero deficiente consejera; una delicia con la capacidad de inocularnos la amnesia suficiente como para olvidar la frustración y vacuidad que nos deja, proceso al que denominamos existencia humana.
Falsedad fecunda. Tan distinta del deseo. Tan distina de la convicción, de la fe («un creyente es alguien que está enamorado», escribe Kierkegard). Tan distinta del optimismo (una forma de fatalismo, en la misma medida que el pesimismo). Conlleva ambigüedad: un objeto en el horizonte (ya conocemos la definición de Paul Ricoeur, «esperanza es la pasión por lo posible»); una dosis de autoengaño, impulsora de tantas acciones en nuestras vidas, a las cuales sustenta como si estuvieran en la realidad. Lo único que hay cierto es su existencia. El resto se confía a lo que llegue, a lo que traigan los días, en notable medida porque participa de la creencia paulina de que la esperanza «penetra más allá del velo».
Terry Eagleton en el recomendable Esperanza sin optimismo (2016) clama contra la construcción a la que nos somete la industria del pensamiento al sustituir el témino esperanza por el de optimismo, dejándonos en manos de la ingenuidad, la jovialidad, el idealismo o la adhesión a la doctrina del progreso (a lo que contribuyen las teorías de autoayuda y el actual cristianismo). Y propone la esperanza surgida de la reflexión y el compromiso, surgida de la racionalidad, cultivada mediante la práctica y la autodisciplina, que reconoce el fracaso y la derrota pero se niega a capitular ante ellos.
¿Es posible la esperanza? ¿O solo es nostalgia del pasado? Karl Kraus escribe que «el mundo es simplemente una senda errónea, tortuosa, desviada de vuelta al paraíso». Aquí, no obstante, continuamos escribiendo

martes, 20 de septiembre de 2016

Umbrales (cambios en los caminos)

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¿Cómo olvidar esa mañana
en que asaltaron mi pecho
las mariposas?
Aunque no sea muy frecuente, sí que es posible toparse con textos literarios que son concebidos en un estado especial. Pareciera que las autoras o autores fueran tocadas por alguna musa que transportara a su hacedor a espacios desconocidos hasta entonces y que le dictara las palabras a escribir, o bien que despertara una facultad creadora inusual en ellas/os, que les lleva a elaborar obras de un tirón.
Es el caso de Alma, de Manuel Machado (¡Que las olas me traigan y las olas me lleven, / y que jamás me obliguen el camino a elegir!), o de El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro, es decir, Fernando Pessoa, en lo que se tiene por uno de los momentos de gracia de la poesía (Yo nunca guardé rebaños / pero es como si los guardara). Y lo mismo le sucedió a Claribel Alegría (1924) con Umbrales, el libro al que le pertenecen los versos que inician esta anotación.
Claribel estaba muy unida a su marido, el escritor y periodista Darwin J. Flakoll, Bud, incluso firmaban colaboraciones como Claribud. En una época en la que este se recuperaba de una enfermedad, en 1992 ‒él muere tres años más tarde‒, Claribel siente una alucinación al entrar la noche y comienza a dictar el largo poema de Umbrales, en el que suceden los cambios que desgarran nuestra vida. Durante unas horas habla los poemas y Bud los va transcribiendo. El resultado es un libro duro y entrañable, en el que logra su pretensión literaria: ser transparente sin resultar banal.
Aquí está su compromiso con lo que le rodea (Vallejo, España, Hiroshima, El Mozote, Tenancingo, etc.) y su mundo mítico (Deirdre, Lilith, Kukulkán), incluido Merlín, que extrayendo de la manga su varita
dibujó en el polvo
un pajarito renco.
«Es como tú»
me dijo
«si aprendes a volar
vas a morir mejor»

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Caligrafías en la mañana (Arquitectura)

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Las golondrinas se han marchado y las garzas, de camino, mojan sus patas en el Arlanzón. La furiosa lluvia de la tormenta ha lavado las hojas de los árboles, todavía con los milanos de julio, y ha dejado regueros de paja en las sendas de El Parral. ‒«Poco a poco me enamoré de ti», canta el picapedrero de la tapia‒. En la rotonda de los tilos, la compañía ambulante está montando la carpa, algo sorprendida por esta fría mañana. Al abrir la ventana de la sala de lectura, se agradece el saludo del gallo. Hay que encender el ordenador.
Múltiples segmentos de día, pues. La mañana se asemeja a los variados  volúmenes arquitectónicos asimétricos que confluyen en una unidad reconocible, en lo que puede llamarse poética de la arquitectura. Así en Resonancias orientales en la obra de Juan Navarro Baldeweg (2014), de Ramón Rodríguez Llera se aprecian sus geometrías desplegadas en la naturaleza conformando una topografía singular, en la que no faltan las atalayas interiores desde las que otear el panorama exterior, cromadas las superficies por luces que buscan su puesto. Caligrafías constructivas.
Hiroshige (1797-1858), maestro pintor del mundo flotante, vuelve en las creaciones pictóricas y arquitectónicas de Baldeweg (1939). Los paisajes del ukiyoe, los kimonos orlados, la delicadeza del grabado xilográfico, que interpreta la naturaleza a través de la madera, llenando los objetos de matices, en el que siempre está el ser humano presente. (Conocida es la influencia de este artista sobre el impresionismo y el modernismo occidental a través del japonismo).

L’Empire des Signes (1970), de Barthes, puede ser una de las obras más lúcidas sobre la cultura japonesa. El autor occidental afirma la incapacidad nuestra de comprender lo oriental. En todo caso, lo único que nos es dado percibir es «un imperio de los signos que proporciona una emocionante desorientación mental».

jueves, 8 de septiembre de 2016

Yelena. Servidumbre de la gleba

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Se dice que la serie Relatos de un cazador, iniciada por Turguénev en 1847 en la revista El Contemporáneo, influyó en la decisión del zar de Rusia Alejandro II de emancipar a los siervos de la gleba (lo que sucede en 1861, en lo que tuvo que ver algo la industrialización pendiente). Es demasiado hermoso como para no prestarle nuestros oídos. La literatura influyendo en la sociedad de esa forma es algo que no se nos ha dado conocer. La gleba, la tierra cultivada, el terrón levantado ligaba a estas fincas a quienes trabajaban en ella ‒descendientes de los primitivos abrigados altomedievales y, hacia atrás, de la esclavitud‒, impidiendo su emigración, para salvaguardar los intereses de la aristocracia terrateniente.
No es que Iván S.(erguéyevich) Turguénev (1818-1883) fuera un revolucionario, pero había estudiado en Europa, empapándose de liberalismo y, además, poseía el don del realismo descriptivo, por lo que su obra reflejaba la dura situación de lo que veía.
Leo ahora En vísperas, su tercera novela, de 1860, y me complace saborear la figura de Yelena, protagonista de este relato, que «a veces no se comprendía; incluso se temía»; que, observando la miseria de su alrededor, se conmovía y «la angustia de su alma agitada se ponía de manifiesto en su calma externa»; que no disminuían sus exigencias ante nadie, «incluso en sus oraciones más de una vez incluía algún reproche»; que no guardaba la sumisión que se le suponía, ya que «se había criado de un modo extraño: al principio adoraba a su padre, después se encariñó apasionadamente de su madre y, más tarde, se enfrió con ambos». Era alta, tenía el rostro pálido y moreno, ojos grandes y grises rodeados de pecas diminutas bajo… «En todo su ser, en la expresión de su cara, atenta y un poco temerosa, en su mirada clara pero cambiante…».

Hubo críticos que saludaron la salida de la novela, señalando que Yelena era esa joven Rusia que estaba por llegar. Literatura rusa del diecinueve.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Rastrojos de fuego en Castilruiz

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Deambulo en el arrebol de las tardes por los caminos de Castilruiz en estos días del pasado agosto. Las golondrinas llegan hasta los rastrojos y sobrevuelan a lo largo de los riachuelos que se forman en el barranco y en el abrevadero de las ovejas para beber, pues la balsa se ha secado este verano, seguramente porque los arcaduces se han deteriorado en algún tramo subterráneo desde el manantial. Por la carretera se ven grupos de mujeres andando ligeras, atendiendo al consejo médico de cuidar el colesterol.
En el bolsillo llevo la historia de Adama, la adolescente que, acompañando a dos de sus amigas, han provocado fuego en uno de los edificios del extrarradio en el que vive, por una de esas circunstancias banales que suelen aparecer en la vida de quienes no tienen fácil la supervivencia. Vino al continente con su padre, recién nacida, escapando de una masacre y ha quedado encerrada en un negro futuro. Su padre, paciente luchador, sabe que muere con ella, ahora sí abocado hacia el cementerio de su alma.
Fuego por fuego es el libro que más huella me ha dejado de los leídos en este verano. Su autora, Carole Zalberg (París, 1964), ha construido dos voces que, «transformadas por una energía al filo de la navaja, expresan el abismo que las separa». Una redacción concisa, un estilo preciso, un modo que busca sorprender, sacarnos del placer de la lectura, sumiéndonos en eso.
Dichoso septiembre.

viernes, 12 de agosto de 2016

Gente menuda

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Estos días son distraídos, sin concentración. Los tiempos de lectura, cortos y, además, los libros cambiantes dependiendo de los momentos, aunque sin criterio especial. Así que me acerco a la biblioteca del barrio para ver qué puedo llevarme. En la mesa de novedades resalta uno ante mis ojos: Fuego por fuego. No es voluminoso: 76 páginas, letra de tamaño notable para lo que suele ser habitual «al menos un cuerpo 14», me digo. No conozco a su autora, Carole Zalberg, leo en la solapa que es una poeta, letrista y novelista francesa nacida en 1964, impulsora de talleres de escritura en el ámbito escolar y de proyectos teatrales. Esta es su séptima novela, las cuales comienza a publicar en 2005, iniciada la cuarentena, así que es una candidata perfecta.

El segundo –…Y más allá de mi vidaserán poesías de un escritor de la tierra, Jaime Alejandre, nacido en Las Huelgas (Burgos), en 1963. También novelista, escritor de teatro e, incluso, de un libro infantil y de otro de calambures. Está unido a varios proyectos editoriales –Evohé, El Periscopio, Cuadernos del Laberinto–, entre ellos alguno de literatura heterodoxa (pues si no, quién vende en este país). Lo completo con otro y, para ir sobre seguro, tomo La sombra del otro mar, de Joan Margarit, con ilustraciones (también “poemáticas”) de Josep M. Subirachs, (Ni en la literatura ni en la música / tiene su origen mi romanticismo: / más bien en la humildad / de los buques correo y mercantes).

Vaya también en el equipaje algo desenfadado. El cómic El Bosco, de Marcel Ruijters, lleno de agradecimientos a fundaciones neerlandesas y personas varias, por lo que parece que ha tenido una cuidada investigación del pintor y de su época. El siguiente me ha hecho estar un rato dudando, pero al final he picado: Mr Smith y el paraíso, de Georg von Wallwitz. Digo que dudaba, pues es algo sesudo. No obstante, no me resisto a leer algunas líneas este mes sobre la invención del estado de bienestar. Tal vez aclare algunos asuntos. En todo caso, me da que merece la pena.

Y finalizo con Umbrales, de Claribel Alegría. Releer «La ceiba», «El río» u «Ojo de cuervo» cabe en cualquiera de los momentos de las pausadas horas de agosto.

Ya veremos a final de mes cómo vuelven las palabras de estos desahogados libros.

viernes, 5 de agosto de 2016

Improvisación de agosto

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Cuenta las almendras,
Cuenta lo que era amargo y te tuvo en vela,
Cuéntame en medio de todo aquello.
Había pensado elaborar esta entrada con el libro Muerte de un silencio, de Clémence Boulouque, pero no me ha enganchado lo suficiente como para disolverme en sus páginas, y eso que la (su) historia es merecedora de atención. No entro aquí a explicar las razones de esta actitud mía (pues la de la autora ha merecido el elogio de la crítica de los medios). Sencillamente, en el protocolo, aporto a esta bitácora la cita con la que se inicia el libro, de Paul Celan, y dejo igualmente la de Ósip Mandelstam, con la que concluye (El paso que nos lleva quedará demasiado lejos. / Inmortales, las flores. El cielo permanece entero. Y lo que ocurrirá no es más que una promesa).
Del mismo modo procedo ante los textos teatrales de Angélica Liddell, El matrimonio Palavrakis, y ese epílogo esclarecedor que inserta como Lesiones incompatibles con la vida, ante las que me siento demasiado débil en esta temporada para afrontar con entereza o lucidez (Mi cuerpo es la crítica y el compromiso con el dolor humano. / Quiero que mi cuerpo sea estéril, como mi sufrimiento. / Mi cuerpo es mi protesta. / Mi cuerpo es mi pesimismo. / Gracias al pesimismo puedo hacerme preguntas. / Las familias se comportan con soberbia, pensando que su prole va a ser distinta, que sus hijos nunca van a traicionar como nosotros hemos sido traicionados, que sus hijos nunca van a dañar y a ser dañados, que los reveses de la vida sin duda van a ser menores y que sus hijos jamás van a ser culpables de nada. / Mi cuerpo es mi protesta contra las grandes esperanzas de los padres, contra las grandes pretensiones de los padres. / …).
Pero es demasiada derrota para estos días luminosos. Escuché el sábado en vivo una hermosa versión de Ständchen, de Schubert. No está (tal vez, por fortuna) en la red, pero quede esta:

Salud.