No hace mucho tiempo, en una
ciudad mediana del Levante, se me acerca una mujer de aspecto agradable, con
algo de misterioso descuido, y me pregunta de manos a boca «¿Has visto a mi
esposo?, hombre, ¿dónde puede estar
ahora?». En medio de la sorpresa de la situación, de modo formal, le contesto «Señora,
creo que se equivoca. Ni la conozco a usted ni conozco a su esposo». Con gesto
enigmático, inclinándose ligeramente hacia mí, dice «Claro que lo conoces. Mi
esposo es el zar de Rusia y está aquí de incógnito, esperando su momento. Y también
sabrás de la familia imperial. Ella es la que me odia y persigue por ser yo tan
hermosa, y quieren…».
En esa misma localidad, hace
ya bastantes años ‒las dos únicas veces que he estado allí‒, conocí por breves
momentos a una chica hermosa. Era novia de uno de los que trabajábamos en los
hoteles en época veraniega. Por cualesquiera fatuidad de juventud, hice de
Cyrano en alguna ocasión, pues este chico quería impresionarla con las
pretendidas lecturas de las que se pavoneaba ante ella. Su incuria llegaba a
que me pasaba las cartas de Isabela ‒que así se llamaba, y no voy a decir dónde
vivía‒ para que le diera ideas al contestarla y no se ocupaba de que se las
devolviera. Conservo cinco. En una de ellas escribe: «¿Tú sueñas? Yo sueño
despierta… ¡Si fuera verdad todo lo que sueño!... Pero, como si fuera; me
compenetro tanto con mis sueños que los creo verdad y vivo feliz…». Todavía no
sé lo que hacía esta cenicienta con aquel adoquín.
El caso es que me proponía
elaborar la entrada sobre el libro El
padre de Blancanieves, de Belén Gopegui (algo premonitorio en algunos
aspectos al estar escrito cuando aún no había llegado la crisis), en el que nos
plantea la posición que vivimos ante la marcha de la sociedad y si es posible y
viable tomar alguna postura de compromiso.
Algo ha hecho que uniera a
la mujer del zar a Isabela y a Belén. Tal vez aquellos versos de Eça de Queirós:
«Sobre a nudez forte da Verdade / o manto diaphano de Fantasía».
Salud.
Curiosa entrada. En la vida pasan cosas curiosas.
ResponderEliminarGenial la expresión "de manos a boca".
Saludos.
Ya lo creo, Anónimo.
ResponderEliminarLa expresión ya está en desuso, pero me gusta.
Saludos.
Qué barbaridad. Ni siquiera reclamó las cartas. Parece que lo que quería era ganar el trofeo, no conocer a la persona.
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