lunes, 31 de agosto de 2015

Emigración

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Miras desde el balcón y caes en la cuenta de que no están las cigüeñas en la espadaña. Había tres hasta hace apenas unos días –al menos eso crees, sin darte cuenta de que llevas unas semanas fuera– y ya no llegan volando desde el río. Abres la ventana de madrugada y no escuchas el sonido de los aviones y las golondrinas. La infancia se ha callado. Te viene a la mente ahora esa bandada de aves que se posó en el soto el día de la vuelta. «Claro», te dices, «están migrando. Van al Sur, donde tienen la primavera».
En la pequeña pantalla van al Norte. No vuelan. Cruzan fronteras. A medias, huyen. A medias, esperan. No se sabe bien qué hacen ahí. Una interpretación veraz en un teatro o una película logra mantener los sentimientos vivos. La realidad molesta deja indiferente. Habrá que buscar otros asuntos para entretener los días a la vuelta.
Las vidas no usadas
No somos nosotros la imagen más importante
ni la más nítida
que un espejo refleja.
A poco que nos concentremos
en lo profundo del cristal,
es fácil reconocer a todos esos hombres
que pudimos haber sido. Nuestra vida cierta,
nuestra gastada imagen,
pasa a un segundo plano
al mezclarse entre tanta vida
con pátina de posibilidad.
Hasta el más mezquino de nuestros reflejos
parece atesorar una mayor luz, en este contraste,
que el verdadero ser que encarnamos.
(José Gutiérrez Román, Los pies del horizonte, Rialp, 2010).