No siempre hablamos aquí de lo
que leo, de todo ello, pues hay lecturas, digamos, que se me resisten, a
las que suelo volver una y otra vez. No es el caso de los textos de memorias de
Astrid Lindgren (1907-2002), Mi mundo
perdido (editado por Juventud en 1985), páginas que pueden visitar quienes
deseen acudir a momentos entrañables de la autora de Pipi calzaslargas. Ella misma ha contado en multitud de ocasiones
que no es quien inventa el nombre, sino su hija Karin, cuando estando algo
febril en cama le pide una noche que le cuente algo de Pippa Mediaslargas. Esto ocurre en 1941. Dos o tres años después,
Astrid resbala en la calle nevada, se tuerce el pie, tiene que guardar reposo,
se aburre… y retoma la historia de aquella chiquilla extravagante que había
creado para su hija alrededor de un nombre hasta entonces inexistente, con la
salvedad de que ahora la escribe, siendo la primera vez que se pone a practicar
tal actividad. Hay quienes la consideran «una idea desagradable, que araña el
alma», pero desde 1944 suele ser un personaje que atrapa la atención de muchas
criaturas.
De madres e hijas también
están sembrados los versos de Violencia
doméstica, de Eavan Boland (1945), poeta dublinesa (que divide su tiempo
con California), cuya obra pertenece a ese tipo de literatura que mencionamos
al inicio de esta entrada: se me resiste. Hace tres años que vuelvo a las
páginas de este poemario, situado en la parte alta del montón de libros en
espera de ser leídos. Me absorbe y me expulsa, como si estuviera en el Hospital
de Manternidad de la que ella ha sido poeta residente (o al que iba Leopold
Bloom en ese capítulo con estructura similar al desarrollo del feto en el útero).
Siempre he querido un mundo que se cure
de la naturaleza. / Un hogar sin dioses. / Paredes que llegan, entradas que
toman formas, verticales que reúnen / horizontales: un dónde que alcanza un ahora.
Bolan dice que «trata de
plasmar la vida que vive en el poema que escribe». Parte de esos elementos
cotidianos ‒la cocina, el tiesto, etc.‒, familiares, maternos y los impregna de
los mitos que nos preceden, tal ese salmón del conocimiento o la anciana pobre
de las jornadas revolucionarias de 1798.
Me has hecho sonreír Ignacio con esa referencia a la pelirroja Pipi, me ha hecho recordar una infancia en la que estaba presente. No conocía esos detalles de la escritora.
ResponderEliminarY a mi también hay libros y/o autores que se me resisten y no acabo de entender el por qué, supongo que hasta que consigues hacer el "click" con ellos, Murakami es uno de ellos.
Un saludo
La verdad que es algo sorprendente la manera en que esta mujer comienza a escribir, teniendo en cuenta el éxito que alcanza.
EliminarSaludos.
Vaya un contrasta que traes aquí. Lo clásico y lo insólito.
ResponderEliminarSaludos.
Ya, Anónimo, hay muchos días en que se cruzan los caminos.
EliminarSaludos.
Hola Ignacio, vi muchos capítulos de la serie "Pipi Calzaslargas" y la verdad es que me divertían. Cuando comienzo un libro, si llego a la página cien y no he conectado o no me engancha, lo suelo dejar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es una medida prudente, Conchi, las cien páginas de cortesía. Entre los derechos de la gente lectora está el dejar inacabado un libro.
EliminarUn abrazo.