viernes, 14 de octubre de 2016

La Pelirroja (de madres e hijas)

No siempre hablamos aquí de lo que leo, de todo ello, pues hay lecturas, digamos, que se me resisten, a las que suelo volver una y otra vez. No es el caso de los textos de memorias de Astrid Lindgren (1907-2002), Mi mundo perdido (editado por Juventud en 1985), páginas que pueden visitar quienes deseen acudir a momentos entrañables de la autora de Pipi calzaslargas. Ella misma ha contado en multitud de ocasiones que no es quien inventa el nombre, sino su hija Karin, cuando estando algo febril en cama le pide una noche que le cuente algo de Pippa Mediaslargas. Esto ocurre en 1941. Dos o tres años después, Astrid resbala en la calle nevada, se tuerce el pie, tiene que guardar reposo, se aburre… y retoma la historia de aquella chiquilla extravagante que había creado para su hija alrededor de un nombre hasta entonces inexistente, con la salvedad de que ahora la escribe, siendo la primera vez que se pone a practicar tal actividad. Hay quienes la consideran «una idea desagradable, que araña el alma», pero desde 1944 suele ser un personaje que atrapa la atención de muchas criaturas.
De madres e hijas también están sembrados los versos de Violencia doméstica, de Eavan Boland (1945), poeta dublinesa (que divide su tiempo con California), cuya obra pertenece a ese tipo de literatura que mencionamos al inicio de esta entrada: se me resiste. Hace tres años que vuelvo a las páginas de este poemario, situado en la parte alta del montón de libros en espera de ser leídos. Me absorbe y me expulsa, como si estuviera en el Hospital de Manternidad de la que ella ha sido poeta residente (o al que iba Leopold Bloom en ese capítulo con estructura similar al desarrollo del feto en el útero). Siempre he querido un mundo que se cure de la naturaleza. / Un hogar sin dioses. / Paredes que llegan, entradas que toman formas, verticales que reúnen / horizontales: un dónde que alcanza un ahora.

Bolan dice que «trata de plasmar la vida que vive en el poema que escribe». Parte de esos elementos cotidianos ‒la cocina, el tiesto, etc.‒, familiares, maternos y los impregna de los mitos que nos preceden, tal ese salmón del conocimiento o la anciana pobre de las jornadas revolucionarias de 1798.

6 comentarios:

  1. Me has hecho sonreír Ignacio con esa referencia a la pelirroja Pipi, me ha hecho recordar una infancia en la que estaba presente. No conocía esos detalles de la escritora.

    Y a mi también hay libros y/o autores que se me resisten y no acabo de entender el por qué, supongo que hasta que consigues hacer el "click" con ellos, Murakami es uno de ellos.
    Un saludo

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    1. La verdad que es algo sorprendente la manera en que esta mujer comienza a escribir, teniendo en cuenta el éxito que alcanza.

      Saludos.

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  2. Vaya un contrasta que traes aquí. Lo clásico y lo insólito.

    Saludos.

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    1. Ya, Anónimo, hay muchos días en que se cruzan los caminos.

      Saludos.

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  3. Hola Ignacio, vi muchos capítulos de la serie "Pipi Calzaslargas" y la verdad es que me divertían. Cuando comienzo un libro, si llego a la página cien y no he conectado o no me engancha, lo suelo dejar.

    Un abrazo.

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    1. Es una medida prudente, Conchi, las cien páginas de cortesía. Entre los derechos de la gente lectora está el dejar inacabado un libro.

      Un abrazo.

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