viernes, 7 de febrero de 2014

Herradura

Llevo tiempo, casi diría años, pasando por allí y no me había dado cuenta. Hasta hace una semana a primera hora de la mañana en que vi a un vecino de mediana edad que venía por la acera, hablando con el móvil, levantar ligeramente la mano y tocarla. ¡Es una herradura clavada horizontalmente en la pared a medias!
Desde entonces he comprobado que es un objeto viviente del barrio y que hay gente que tiende la mano al pasar para tocarla. Está en el frente de un portal bastante anodino: un locutorio en el que puedes enviar faxes ‒pues todavía hay organismos que los exigen‒, hablar por teléfono vía internet ‒lo que ha abaratado enormemente las conferencias a otros países‒, alquilar la red por una hora o comprar chucherías.
Imagino que hace años años servía para atar las caballerías de la gente que llegaba de los pueblos a la ciudad al hacerse de día, compraban lo necesario en las tiendas, lo dejaban allí y se iban al centro a solucionar algún asunto, hecho o intentado lo cual, volvían, recogían lo comprado, soltaban al animal, le quitaban el bozo de la comida, pasaban por el pilón y retornaban al pueblo. Todavía permanece en el barrio la costumbre de abrir a las ocho de la mañana en las carnicerías, ultramarinos y pescadería que han sobrevivido a los supermercados.
A nadie se lo he dicho, pero he comprado hoy lotería (después de tocar la herradura).

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