viernes, 15 de febrero de 2013

El Primer Hombre. Niñez

¡Qué difícil es representar la niñez! Al menos, con cierta soltura. Es en la pintura donde más se echa en falta la destreza del artista: cabezas adultas, brazos desproporcionados, pies sobresalientes, cuerpos algo deformes. Parece como si fueran incapaces de contener una imagen infantil en la mente. Cuando observo cuadros de este tipo, pienso, a menudo, que uno de los favores que ha hecho Picasso a la pintura moderna es no tener que esforzarse en desarrollar la destreza de dibujar figurativamente criaturas (aunque les haya metido en otros bretes).

En cambio, la literatura toca otros timbres en sus descripciones. La palabra puede dar más el pego. No obstante, hay libros que atraviesan todas las pruebas. Tal es el caso de El primer hombre, de Albert Camus (1913-1960), autobiografía sobre la infancia, que deja inacabada aquel día en que muere en accidente de automóvil en Villeblerin (Francia), llevando en el bolsillo el billete de tren que había comprado para viajar y que no utilizó al venir unos amigos y ofrecerle viajar con ellos. Nacido para la miseria, muerto el padre en 1914, vive con su madre y su hermano en casa de su abuela en Argel. Esta es quien se encarga de administrar hasta los castigos físicos a los niños. Su inteligencia natural y voluntad, más un comprensivo maestro de primaria que le consigue una beca, hace que emerja, contra todo pronóstico, de las cloacas sociales.

En silencio, él adora a su madre, obediente, sumisa, distante, radiante. Y ansía que ella le corresponda. Así, escribe: «Estuvo por decir: “Estás muy bonita” y se detuvo. Siempre lo había pensado de su madre y nunca se había atrevido a decírselo. No porque temiera un rechazo o porque dudara de que ese cumplido le gustase. Sino porque hubiera sido franquear la barrera invisible detrás de la cual siempre la había visto parapetada —dulce, cortés, conciliadora, incluso pasiva, y sin embargo jamás conquistada por nada ni por nadie, aislada en su semisordera, en su dificultad de lenguaje, bella seguramente pero casi inaccesible, tanto más cuanto más sonriente parecía y cuanto más se volcaba hacia ella su corazón—, sí, toda la vida había tenido el mismo aire…»

En Francia, Camus se atreve a denunciar públicamente el estalinismo en 1951, echando sobre sí la ira de la intelectualidad de izquierdas, con Beauvoir y Sartre a la cabeza. Por ello, va ganando enteros con el tiempo. Es lo que nos cuenta M. Onfray en L’ordre libertaire: la vie philosophique d’Albert Camus (2011). Pero ello es una historia para otro día.

[El cuadro es Retrato de niños (Niñas de Caillebote), de Renoir].

2 comentarios:

  1. Me encanta lo que cuentas sobre la madre de Camus, del que lo ignoro todo. A veces, es tan difícil advertir lo cotidiano, lo discreto, por ello celebro ese adjetivo, "radiante", que le dedicas.

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  2. Es una relación singular, al igual que todo el libro.

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