miércoles, 20 de febrero de 2013

La Biblioteca de "El primer hombre"

Hablo con la Bibliotecaria sobre la reducción de costes de los libros electrónicos y su facilidad de difusión, y le digo que las editoriales lo tienen más chupado. Y me dice que de eso nada o algo menos, pues ahora (salvo en las novelas) los libros digitales están enriqueciendo su contenido con imágenes, sonidos, interactividad, etc., con lo cual la figura editora está variando y necesita integrar conocimientos informáticos, aplicaciones para dispositivos móviles y otra serie de elementos que convierten al libro en un elemento complejo, lo cual redunda en su precio final. («Y ya veremos –me dice– lo que tarda la novela en incorporar estos atractivos»).

Entonces, me acuerdo de los libros y de la Biblioteca pública que nos describe El primer hombre, de A. Camus (1913-1960), montada en Argel hacia 1920 en los aledaños del barrio pobre junto al puerto, y de los libros allí contenidos, que los dos pequeños amigos elegían de corrido en los anaqueles (siempre que no fueran novelas, reservadas estas a mayores de 15 años), los cuales sacaban después de rellenar la ficha azul de pedido y de que la Bibliotecaria (voluntaria) hiciera constar en la ficha de que disponían al haber mostrado un recibo de casa y pagado un mínimo. Le leo a la Bibliotecaria:

«Lo que contuvieran esos libros, en el fondo poco importaba. Lo que importaba era lo que sentían ante todo al entrar en la biblioteca, donde no veían las paredes de libros negros sino un espacio y unos horizontes múltiples que, no bien pasada la puerta, los arrancaban de la vida estrecha del barrio. Después venía el momento en que, provistos de los dos volúmenes a los que cada uno tenía derecho, los apretaban con el codo contra el costado, se deslizaban en el bulevar oscuro a esa hora, aplastando con los pies las bayas de los grandes plátanos y calculando las delicias que podrían extraer de sus libros, comparándolos con los de la semana precedente, hasta que, al llegar a la calle principal, empezaban a abrirlos bajo la luz incierta del primer reverbero para sacar alguna frase (por ej. «era de un vigor poco común») que los fortaleciera en su alegre y ávida esperanza. Se separaban rápidamente y corrían hacia el comedor para abrir el libro sobre el hule, bajo la luz de la lámpara de petróleo. Un fuerte olor de cola subía de la grosera encuadernación que raspaba los dedos.

»La forma en que el libro estaba impreso informaba ya al lector del placer que le proporcionaría. A Pierre y a Jacques no les gustaba la composición ancha, con grandes márgenes, en que se complacen los autores y los lectores refinados, sino las páginas llenas de caracteres pequeños, alineados en renglones poco separados, llenas hasta el borde de palabras y de frases, como esos enormes platos rústicos donde pueden comer varios a la vez y durante largo rato sin agotarlos jamás, y que son los únicos capaces de calmar ciertos apetitos enormes. De nada les serviría el refinamiento, no conocían nada y querían saberlo todo. Poco importaba que el libro estuviera mal escrito y groseramente compuesto, con tal de que la escritura fuera clara y llena de vida violenta; esos libros y sólo ésos les daban el alimento de sueños que les permitiría dormir después profundamente».

4 comentarios:

  1. Pues mucho me temo que yo también prefiero el desnudo texto. Hombre, todo lo más, alguna ilustración que otra. Pero, ya si venimos con videos, canciones, referencias, enlaces varios, y demás adornos, solo contribuirían a despistarme del milagro de la escritura. Convertirían la lectura en una carrera de obstáculos.

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  2. Bastantes motivos sí tienes, ebge, para decir eso.

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  3. Sigo prefiriendo los libros de papel, si quiero musiquita ya la pongo yo. Está claro que los libros digitales tienen algunas ventajas, pero no todas, tampoco son el no va más.

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  4. Seguro que dispondrás de papel para muchos años, Esther.

    Sugerentes flores.

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