domingo, 2 de mayo de 2010

La ceguera, el paraíso perdido, las despedidas

John Milton (1608-1674) era trabajador, poco flexible, por lo que no disponía de las cualidades por las que una persona es tratable y, en su momento, amable, dada a que la amen. Hablaba y leía con soltura en hebreo, griego y latín, ya desde la juventud, además de desenvolverse sin cuidado en otras lenguas modernas. Hombre de conciencia, tomó partido por la fracción puritana, aquella que defendía al parlamento frente al rey y a la Iglesia. El latín era entonces la lengua internacional en Europa, por lo que Milton desempeñó la secretaría latina en este movimiento, la secretaría de prensa.

No le salió gratis: lo pagó con la vista. A los cuarenta y cuatro años quedó ciego. Él, que en la palabra escrita cifraba parte de su vida. Perdida la causa puritana, salvó la vida por una gracia. Entonces concibió lo que años después sería el poema épico inglés por excelencia: El Paraíso perdido. La forma en que el hombre y la mujer perdieron la inocencia. Con cerca de sesenta años, se levantaba a las cuatro de la madrugada y, mentalmente, daba forma a un centenar de versos. Después, quedaba a expensas de que alguno de los sobrinos tomara nota de lo que Milton le dictaba. –¿Cómo no estremecernos un poco ante la impaciencia de este hombre?–. Y así se compuso una magna obra (dividida en doce libros), en la que el diablo resulta más convincente que la figura divina que viene a salvar el mundo (W. Blake dirá que Milton es «del bando del Diablo sin saberlo»). No es sencillo leer los versos, pero es una historia la de Adán y Eva que cautiva: Adán está tan pendiente de Eva, que ésta le pide un respiro, el cual aprovecha el Diablo para ofrecerle la manzana del Conocimiento; Eva se la pasa a Adán y éste la muerde sabbiendo que perderá el Paraíso, pero no tiene más remedio: sin Eva no podría vivir. Milton los despide del Edén:

Su llanto, natural, muy pronto fue enjugado.
El mundo todo ante ellos, podían elegir
su lugar de reposo, guiante Providencia;
asidos de la mano con paso incierto y lento
cruzaron el Edén por senda solitaria.

Pocas despedidas tan hermosas en la literatura. Y, como arte trascendente, no solo es de Adán y Eva, sino la despedida de toda pareja humana que desee vivir su aventura unida, pues para ello necesita dejar su mundo anterior atrás. De lo contrario, no funcionará el empeño o lo hará a medias.

[La fotografía es un capitel de Estíbaliz, por J. A. Olañeta]

3 comentarios:

  1. Conmovedora historia. A veces nos aferramos a las desgracias y pensamos que es el final, casi nunca es así, como Milton hay que saber sacar partido a la vida.

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  2. Pues vaya memoria tenía que tener el buen señor.

    Increíble lo que puede llegar a hacer el género humano.
    Siempre lo digo, querer es poder, el caso de Milton es buen ejemplo de ello

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  3. Sí, son formas de encarar la vida buscando la belleza.

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