lunes, 21 de junio de 2010

Ordenar libros con sabiduría de andar por casa

Hace unos días me topé en la biblioteca pública con una mujer que conozco no sé de qué, pero con la que me saludo siempre con agrado. Charlamos de lo que hacíamos por allí. «Vengo a buscar algo sobre Velázquez, el pintor», me dijo. A pesar de que apenas sabemos nada uno de la otra (y viceversa), me resulta una persona desenvuelta y espabilada. «Pero estamos en la zona de filosofía», le dije, «¿crees que estará por aquí?». «¡Ah! –contestó– . Esta es la sala en donde están colgados los cuadros». Sonreí al escuchar semejante razonamiento. Cuando llegué a casa, fui directo a leer de nuevo la deliciosa página en la que Albert Cohen habla de ello en El libro de mi madre (la cual creo, dicho sea de paso, que debería figurar en la introducción de todos los temarios de la cedeú). Dice así:

«No tenía el más mínimo sentido del orden y se figuraba que era muy ordenada. Durante una de mis visitas a Marsella, le compré un archivador alfabético, explicándole sus misterios y que las facturas del gas habían de ponerse en la letra G. Me escuchó con sinceridad apasionada y se puso a clasificar con entusiasmo. Unos meses más tarde, en el transcurso de otra visita, me di cuenta de que las facturas del gas estaban en la letra S. “Es que me resulta más cómodo”, me explicó, “así me acuerdo mejor”. Los recibos del alquiler no estaban ya en la A sino que habían emigrado a la Q. “Hijo mío, bien habrá que poner algo en la Q, y además, ¿no lleva una Q la palabra alquiler?” Poco a poco volvió al antiguo método de clasificación: los impresos de impuestos regresaron a la chimenea, los recibos del alquiler bajo el bicarbonato sódico, las facturas de la luz junto a la colonia, los movimientos de cuentas bancarias a un sobre donde aparecía anotado “Seguro contra incendios”, y las recetas del médico al pabellón del viejo gramófono. Cuando aludí a aquella vuelta al desorden, esgrimió una sonrisa de niña culpable. “Con tanto orden”, me dijo, bajando la vista, “me armaba un lío. Pero si quieres, lo clasifico todo otra vez”. [Madre], te mando un beso en la noche a través de las estrellas».

9 comentarios:

  1. Sin duda el orden es el tejido del corazón.

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  2. Ay qué nervios, ganas me dan de ponerme a alfabetizar las facturas esas, si las tuviese a mano...
    Lo peor es cuando les dices está por la S, se ponen a mirar concentradísimos en la M o en la J o...vamos en cualquier sitio menos donde les has indicado y al momento te dicen.
    -No no está, no lo veo
    -Claro alma cándida es como buscar chuletas en la frutería.

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  3. Preciosa historia de ese orden tan personal que todos llevamos dentro...
    Gracias Lavelablanca por contarla.

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  4. casi que me voy acercara por vuestra biblioteca por si encuentro ese libro que decís " El Libro De Mi Madre "

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  5. Quien no ha dicho alguna vez, mamá no me ordenes la mesa que luego no encuentro nada.

    Nos entendemos en nuestro propio desorden, eso sí, como venga uno de fuera a buscar, lo lleva claro.

    En las bibliotecas debe existir un orden y nosotos encargarnos de que se mantenga, ya tenemos algún niño que no le gusta como lo hacemos y nos lo pone todo por colecciones, ay! angelitos

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  6. Bueno ebge, Isabel y Trupitomanías, un saludo desde esta biblioteca del orden.

    Sobre El libro de mi madre ya he manifestado en alguna ocasión que es una de mis debilidades (un poco reiterativo, sí, concedido, pero... ¡contando con páginas como esta!).

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  7. pues no lo encontré en la biblioteca....

    ande lo habréis puesto....

    me lleve otro para no volver de balde...

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  8. Si yo me he apuntado al grupo de facebook "mi madre también dice: cómo vaya y lo encuentre..." siempre encuentran y encontramos "todo" en nuestro ordenado desorden, el orden es bueno pero como todo, en extremo... conduce a obsesiones, fobias y donde esté la flexibilidad que se quite todo, CDU si pero no in extremis, hay veces que hacer concesiones por un razonamiento mejor es una victoria. ;)

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