lunes, 20 de febrero de 2012

Tierra, fuego, agua, aire


¿Cómo podemos entender hoy estos elementos? Sabemos que Empédocles, en el sigo V de la Grecia clásica, los fijó en cuatro –él los llamaba raíces–, constituyendo los componentes básicos de la materia del universo, en el sentido de que eran las formas fundamentales en las que se mostraba ésta (adquiriendo, según los momentos, las propiedades de calor, frío, sequedad y humedad). Aristóteles nombraría el éter como quinto elemento (ya añadido en la escuela pitagórica), más apropiado, por su pureza, para componer los objetos celestes. Poco después, Hipócrates, sostiene que las personas somos un microcosmos en el que se reproducen los elementos, ahora llamados humores, en forma colérica, melancólica, flemática o sanguínea.

Tenemos, así, una materia literaria que nos sirve para elaborar una historia de ficción abarcándola en su totalidad; para estructurarla en círculo (identificando, por ejemplo, los elementos con las estaciones o con los puntos cardinales), mejor dicho, en espiral (porque, en la vida, los círculos solo existen en nuestra mente); para definir a los personajes (con uno de los elementos o realizando mezclas); para imbricar personas y Naturaleza; para…

Es lo que hace la escritora húngara Magda Szabó (1917-2007) en La balada de Iza (traducida en 2008), obra que se publicó en 1963 con el título Pilátus. Presenta cuatro capítulos, cada uno de los cuales se denomina, sucesivamente: Tierra, Fuego, Agua, Aire. Las palabras de esta profesora de latín y griego, poeta, ensayista, autora teatral salen de sus textos y encuentran hueco en nuestras entrañas. Remueven (por unos días) los frágiles cimientos de nuestro estar. La balada a la que se refiere el título en español, es una canción popular de la zona:

La llama de las velas
en el castillo brilla,
al luto nos invitan
unas tristes melodías.

Sobre un alto catafalco,
en mitad de la sala,
yace el tierno cuerpo
de una bella doncella.

Blanca como la nieve
y pálidas las manos,
ya no brilla la estrella
de sus ojos apagados.

¿Por qué no seré yo quien
yace muerto y pálido,
en vez de esta flor cortada,
de esta bella doncella?

[Las ilustraciones son de Chagal].

6 comentarios:

  1. Una materia literaria inacabable, y también una excusa perfecta para que los horóscopos dividan a los seres humanos en categorías inexistentes.

    Por cierto, nunca entenderé por qué Acuario no es un signo de agua.

    Saludos Lavela.

    ResponderEliminar
  2. Ahí me pillas, Elena, desconozco por qué los arquetipos os han enviado al Aire.

    Saludos a ti.

    ResponderEliminar
  3. Un número limitado de rasgos cuya mezcla genera ilimitadas posibilidades, deducibles a partir de las proporciones de los ingredientes. Un poco de tierra y un mucho de agua, puede generar a un melancólico si hay suficiente tierra, pero no demasiada. Porque entonces nos puede aparecer un adobe.

    ResponderEliminar
  4. O, en caso contrario, un adoquín, ebge. ¡Vaya un lío en el que nos metió la antigüedad clásica!

    ResponderEliminar
  5. Lo peor es si aparecen los ladrillos. Y por cierto que en el Ayurveda también se utilizan los cuatro elementos: Kappa, Pitta etc.. con lo que los cuatro elementos se vuelven tremendamente cosmopolitas y universales.

    ResponderEliminar
  6. Pues sí, Esther, parece que la observación de lo que nos rodea, proporciona resultados semejantes. Claro que si se presentara en nuestras calles alguno de aquellos observadores, no sabría bien qué pensar.

    ResponderEliminar

Nos encantan los comentarios y que nos cuentes lo que quieras.