viernes, 13 de abril de 2012

Deseos inalcanzables



Con frecuencia formulamos deseos. Y la literatura, que es una cilla chismosa, recoge y reparte nuestras carencias, nuestras evasiones, nuestros anhelos. Albert Lange, en su Historia del materialismo (1866, ampliada después a dos tomos), que tradujo Vicente Colorado para la editorial Daniel Jorro (1903, felizmente disponible en internet), fue quien contribuyó definitivamente a la rehabilitación de La Mettrie (de quien hablamos hace unos días en esta bitácora). Lange dice de él que «no se conoce a La Mettrie ni una sola mala acción. Ni arrojó sus hijos al hospicio, como Rousseau; ni burló a dos prometidas, como Swift; ni fue simoníaco, como Bacon; ni falsificador de documentos, como Voltaire».

Pero, a lo que íbamos. Es precisamente Voltaire −desde la corte de Federico de Prusia− quien escribe de él: «Era el más loco de los hombres, pero era también el más ingenuo. Este hombre tan alegre que de todo se ríe −añade−, llora algunas veces como un niño, a solas conmigo, porque no quiere estar aquí».

Y esta postura infantil y este deseo de retorno –no de recuerdo−, que pudiera tomarse por debilidad, la hallamos con frecuencia en textos de hombres. Tanto es así que nos llama la atención cuando la leemos en obras de mujeres. De ahí que nos sorprende gratamente leer en el Diario (2010) de Hélène Berr (1921-1945, fallecida en el campo nazi de Bergen-Bersen), en la anotación de 12-XI-1943: «Quisiera que me acunasen como a un niño. Yo, que me ocupo de otros niños. Quisiera después tanta y tanta ternura». Aunque no sea grato pensar en lo que deparó el destino humano a esta mujer –gota de rocío− a la que no sirvieron de sortilegio sus palabras: «Toda mi vida se apagará de golpe. Con todo el infinito que siento dentro de mí».

4 comentarios:

  1. Todos necesitamos volver a la infancia. El cariño que nuestros padres nos prodigaban, con el único interés de hacernos felices. Pero, como dices, no una mera evocación sino con el ansia del retorno. La madurez nos lleva muy lejos, a encontrarnos con gente que no son nuestros padres, y que no se vuelca en nuestra felicidad. Pero, a su vez, estos con quienes la vida nos hace coincidir se toparon también con nosotros.

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  2. Volver a los días de la niñez es retornar al paraíso perdido. Quién no añora esos días.

    Saludos Lavela.

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  3. Una oportuna reflexión, ebge. Quienes nos rodean, se sienten de igual modo a nosotros.

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  4. Ya, elena, eso del paraíso debe de ser un feliz lugar.

    Saludos a ti, Elena.

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