miércoles, 16 de mayo de 2012

No entiendo

Me recuesto en la cabecera de la cama, y leo y observo una versión ilustrada de La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik –la publicada en Libros del Zorro Rojo, 2012, con dibujos de Santiago Caruso–, y se me encoge el cuerpo desde el estómago. Cierro el libro, coloco la cubierta boca abajo y lo llevo al aparador de la entrada para devolverlo mañana a la biblioteca. Me voy a intentar dormir. No entiendo. Por supuesto, me desvelo.

Como ya alguien habrá adivinado, estas páginas describen y pintan la obra de Erzébet Báthory (1560-1614), todopoderosa condesa protegida de los Habsburgo, que asesinó a 650 doncellas en el laberíntico castillo de Csejthe, azuzada por la hechicera Darvulia, con el fin de alejar la vejez. Ella y sus sirvientas, poseídas por instintos destructivos (incluidos los sexuales), utilizaban tenazas, atizadores rojos, ganchos, jaulas, cirios ardientes, cuchillos, agua helada, agujas… con el solo fin de atormentar hasta la muerte, de contemplar el sufrimiento, de regar de sangre sus blancos vestidos y su piel cincuentona. En un cuaderno anotaba el nombre y rasgos de sus víctimas. ¿Puede apreciarse belleza en un personaje semejante, tal como afirmaba Sartre: «El criminal no hace la belleza; / él mismo es la auténtica belleza»? ¿Es que no cuentan las muchachas?

Pizarnik (1936-1972) escribió en su diario: «¿Cuál es mi estilo? Creo que el del artículo de la condesa. Nunca después volvió a sucederme algo parecido». Sencillamente, le fascinaba el laberinto. Igual que le había sucedido a Valentine Penrose (1898-1978, otra admirable poeta. Tengo las flores más bellas / la quimera más bella / el espejo más bello / yo soy el agua que se canta), que logró reunir, antes de escribir su poema en prosa, una buena cantidad de documentos sobre el terrible erotismo de piedra, de nieve y de murallas de la condesa. Es tal la crueldad que muestran las palabras, líneas y colores de este libro que no me cabe en la cabeza, según dice el ilustrador, que sirvan para «exorcizar la enfermedad del mundo» o, según dice la escritora, para mostrar que «ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible».

Hoy prefiero no mirarme al espejo.

4 comentarios:

  1. Uf, no sé si alegrarme de que el espejo me devuelva una imagen "normal", de ésas que ni tiran para atrás ni atraen por hermosura.

    Un abrazo Lavela.

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  2. Pues, en este caso, Elena, yo casi te diría que te alegraras.

    Un abrazo.

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  3. El ser humano es capaz de las obras más nobles y de las aberraciones más espantosas que alguien pueda imaginar... esa polaridad se da en todos, toditos, todos, hasta dónde sería capaz uno de llegar creo que no estamos preparados para saberlo.
    La belleza y la perfección como bien único nos lo vende la tv todos los días, la arruga, lo feo se tiene que esconder, apartar.
    Lo que no sabemos qué pasa....

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  4. Tengo las flores más bellas / la quimera más bella / el espejo más bello / yo soy el agua que se canta
    No tiene abuela, pero sí una fascinación que hiela la sangre. Con perdón por la impertinencia, la creatividad germina por caminos inescrutables, como la de la autora de este libro.

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