martes, 9 de julio de 2013

Locura de escribir

 Siento ansias de crear, es algo que late en mi pecho, como un pájaro que bate las alas con desesperación
le escribe Knut Hamsun a su amigo boticario Ingvar Laws, de Minneapolis en el otoño de 1888, a los veintinueve años, entonces en Copenhague, cuando está a punto de aparecer desde sus profundidades el gran escritor que se haría muy pronto. Desde joven había escrito miles de páginas. Pero era de las personas que necesitan bucear repetidas veces hasta sus profundidades, romper los diques de sus lagos interiores y correr el riesgo de la locura antes de que el genio de las letras le concediera la plasmación auténtica de sus inquietudes.
Una tarde, desgarrado, «me había esforzado al máximo trabajando durante días y noches, como un burro de carga, había leído hasta que los ojos se me salían del cráneo y había pasado hambre hasta perder el sentido. Me golpeaba contra las farolas. Un hombre que pasaba justo enfrente comenta riendo: “Debería ir a que le encierren”. Sí, claro, yo estaba loco, él tenía razón. Podría sentir la locura correr por mi sangre, notaba su celeridad en mi cerebro».
Dos años después, escribe sus conocidas palabras: «Fue en aquel tiempo cuando recorría Chistiania muerto de hambre, esa extraña ciudad que nadie abandona sin quedar marcado. Era una tarde de otoño».

Años después llegó el Premio Nobel (y, al final, su flirteo con el nazismo).

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