jueves, 16 de agosto de 2018

Felicidad (urbana)


Parece que la felicidad nos viene cuando vivimos alguna de las variadas situaciones con las que disfrutamos (momentáneamente). Por lo general después de algunos esfuerzos (para contar con seguidores en las redes, para llegar a la arena soleada, para sentarnos a la mesa...). Poco que ver con las enseñanzas antiguas que cifraban lo estados felices con la templanza y el desprendimiento, con la capacidad que adquiriéramos de no poseer, de no necesitar poseer.
Seguramente tiene ello que ver con habernos hecho personas urbanas. Georg Simmel, en su breve estudio La metrópolis y la vida del espíritu (1903), trata de entender las mutaciones que sufrimos en los espacios de las ciudades -que heredan las que la misma ciudad sufre- y nos define como homme blasé, es decir, individuos envueltos en gran variedad de estímulos y acontecimientos ante los que nos es conveniente anestesiarnos si deseamos sobrevivir. O sea, la riqueza nos lleva a la pobreza. Somos Ulrich asomadas a la ventana en las páginas de Musil.
Nos lo dice Wislawa Szymborska en Vida al instante:
Mal preparada para el honor de vivir,
soporto con dificultad el ritmo impuesto por la acción.
Improviso, aunque deteste improvisar.
Tropiezo a cada paso en mi ignorancia.
Mi manera de hacer sabe de provincias
Mis instintos son los del diletante.
La agitación, que me disculpa, tanto más me humilla.
Siento como crueles los atenuantes.
Salud.

2 comentarios:

  1. Ni siquiera sé si es consecuencia del espacio urbano, pero sí que ésta sociedad prima lo inmediato, la chispa de lo placentero, y se olvida del rescoldo del fuego...la felicidad está hecha de instantes, el saber vivir de todo lo demás y lo hemos olvidado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya lo creo, Esther, difícil bajarse del instante en estos días.

      Abrazos.

      Eliminar

Nos encantan los comentarios y que nos cuentes lo que quieras.