miércoles, 28 de septiembre de 2011

Silvia, mujeres en el mismo nombre

Hace unos días anotábamos cómo una misma mujer vivía en nombres distintos: Marie Duplessis, en la realidad, se convierte en Marguerite Gautier, en La dama de las Camelias, para ser Violeta, en La Traviata. Pero también ocurre lo contrario: un mismo nombre llega a distintas mujeres.

Silvia habitaba una casa de la plaza de Recanati, aldea de la costa adriática. En una mesa de terraza de dicha plaza se sentaba Giacomo Leopardi (1798-1937) a contemplarla. Giacomo padecía una enfermedad ósea y, desde niño, mostró avidez por la lectura y el estudio, tanto que a los trece años escribe su primera tragedia y, a los quince, se maneja con siete idiomas. Silvia era costurera, hija del cochero de Leopardi, y −joven− muere de tuberculosis. Giacomo −moviéndose en su vida entre amores imposibles− añora la presencia de Silvia (a la que nunca habló) y compuso en su memoria el poema ¿Todavía recuerdas / de tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo, / en el que la beldad resplandecía / en tus ojos huidizos y rientes…?

Los versos de Leopardi son de los que ejercen influencia en la poesía española. Años después de su muerte, Hortensia Blanch Pita (1914-2004) lee sus poemas y toma como seudónimo el nombre de Silvia Mistral, con el que escribe crónicas cinematográficas y páginas literarias, entre ellas un impagable libro: Exódo. Diario de una refugiada española −título evocador del texto bíblico y de Español del éxodo y del llanto, de León Felipe−, publicado por primera vez en México en 1940 en Editorial Minerva (repescado en 2011 en Biblioteca de la República).
Cuando Silvia Mistral publica Madréporas, en 1944, libro de exaltación a su embarazo y al nacimiento de su hija, metáfora de la superación del exilio, nos habla de que ésta también se llama Silvia, por aquella costurera del verso.

8 comentarios:

  1. Los nombres siempre van unidos a las personas,si alguien te atrae, su nombre ya te parece bonito en cambio cuando alguien no te cae especialmente bien, al recordar su nombre nos viene a la imagen esa persona y el nombre queda descartado.

    ResponderEliminar
  2. Hubo otro Éxodo en los años cincuenta, de Leon Uris. Una palabra, esta, que no quisiéramos nutriera la materia de ningún libro.

    ResponderEliminar
  3. Lo de los seudónimos está muy bien, que tu obra no triunfa, te cambias de nombre otra vez y arreglado ;)

    ResponderEliminar
  4. Qué curioso, estamos en el medio más propicio para el seudónimo, a veces, hasta falseamos la personalidad.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Algo de razón tienes Ayla, pero también hay nombres que superan esa primera barrera (emocional), ¿no? Seguro que tienes alguno.

    ResponderEliminar
  6. Buen apunte, ebge, el de Uris (otro día nos cuentas cómo es).

    ResponderEliminar
  7. Eso no vale, Nadia, hay que ser consecuente con el fracaso (y, en lo posible, darle la vuelta).

    ResponderEliminar
  8. Sí que es así, Elena. Fíjate, qué puedo decir yo con eso de lavelablanca...

    Saludos.

    ResponderEliminar

Nos encantan los comentarios y que nos cuentes lo que quieras.