Desde hace días, al abrir la ventana por las
mañanas, se escuchan algunos ruiseñores pregonando su territorio. Camino del
trabajo, los puntos blancos de margaritas cerradas se agolpan por sectores en
El Parral, abiertas ya a la vuelta si el día está soleado, superadas por el
amarillo de botones de oro y dientes de león. Incluso, entre los yerbales de
los costados y encimeras de las tapias de la Ermita de San Amaro, se pavonean
algunas amapolas. Paisaje agradable para pasear en compañía.
Llegado a las estanterías de la biblioteca,
olvidé el apellido exacto de la autora que buscaba y, por aproximación, caí en
Willa Carter (1876-1947), aquella mujer independiente que estudió en la
Universidad de Nebraska vestida de hombre como William, y allí me quedé. Me
decidí por Más allá de los cuarenta
(1936), aunque tuve mis dudas de si releer la deliciosa Mi enemigo mortal, en todo caso, obras breves, tal como buscaba.
Coincidimos con su afirmación de la dicha que experimentamos en ciertos momentos
«todos los que hemos tenido la grandísima suerte de haber conocido a los
grandes maestros por puro accidente, y no bajo la espeluznante guía de un
instructor». Letraherida.
Y es que, en el primer relato de este libro,
transmite la excitación que sintió al saber que una anciana con la que llevaba
tratando unos días en el Grand-Hotel de Aix-les-Bains ‒Willa vivía aprovechando
su economía desahogada, y allí estaba con su compañera Edith Lewis (1881-1972)‒,
era Caroline Groud , la sobrina de Flaubert criada con este (y su abuela) en
Croisset al morir la madre de la niña cuando ella nació, a la que el novelista
dedicó una serie de cartas tiernas y vivificadoras durante veinticinco años,
las cuales publicó la mujer en Lettres à
sa nièce Caroline. Ella fue la albacea nombrada en el testamento y conservaba
en su Villa Tanit, en Antibes, manuscritos y documentos originales e, incluso,
los muebles del salón escritorio de su tío, en el que, de niña, se sentaba en
una esquina de la alfombra mientras este escribía.
Algo de Flaubert hay en Willa ‒¡ah, madame
Arnoux!‒. Hasta sus deficiencias.
Sí que tiene que ser una sorpresa toparte de repente con una personalidad semejante.
ResponderEliminarUna entrada muy sugerente.
Saludos.
Gracias. La verdad que es una delicia leer, de vez en cuando, textos bellos. Te das cuenta, entonces, de lo distinta que es la literatura que tenemos cada día.
EliminarSaludos.
Es un placer añadido ese toparse por casualidad con alguien tan interesante, me has hecho pensar en todas esas veces que he disfrutado con conversaciones interesantes cuando menos lo esperaba, y ¡cuánto se aprende!
ResponderEliminarBesos
Pues sí, Conxita. La casualidad hace muchas veces dar con contenidos inesperados que abren nuestras percepciones.
ResponderEliminarBesos.
Demos paso al azar. Cuando elijo una novela nueva, me paseo por mis estantes de obras pendientes y dejo que me llame la que será mi próxima lectura.
ResponderEliminarQue interesante lo que cuentas, voy a buscarla.
Un abrazo.
Así sea. Lecturas azarosas. Seguro que te gusta su escritura.
EliminarAbrazos.
Quizás a los que leemos con frecuencia nos ocurra lo mismo y el azar juega con nosotros, porque sabe entramos al trapo.
ResponderEliminarSuelo también, como te podrás suponer, frecuentar las bibliotecas, a veces para coger un libro determinado, pero otras, prefiero dejarme llevar y espero que el libro me escoja a mí. Ahora me encuentro en uno de esos dilemas: ¿busco alguno que recomiendas por aquí, o por el contrario, ¿me dejo querer por la lectura donde encuentre un paisaje de esta hermosa primavera? Las decisiones son tan importantes como azarosas.
Besos
Ya lo creo, Ele, azarosas.
EliminarBesos.