Belleza interior

Cierto duendecillo me insinúa que no saco partido a mi natural beldad porque no me maquillo, ni me suelo poner pendientes ni soy partidaria de ir a la moda. No voy a negar que soy más bien descuidada en mi manera de vestir y que los pendientes me producen picor orejil. Lo de llevar alhajas ya es que me parece un vestigio propio de personas de la edad de mi abuela (y peina canas desde hace muchos años). Y bueno, del maquillaje no hablemos, porque tiene tantos secretos para mí como para los hombres el cierre de un sujetador.

Ahora estamos en la época del culto al cuerpo, a la delgadez, al gasto en tratamientos de belleza y cirugía. Entonces, ¿por qué se nos llena la boca con la frase “la belleza está en el interior”? ¿Es tan falsa como la del “tamaño no importa”?

Desde la biblioteca avanzamos con la sociedad, y eso implica tener dentro de nuestro arsenal de revistas productos tan fashion como la revista Elle, Cosmopolitan (afortunadamente erradicada en Cervantes) o Clara. La primera me la he llevado yo para culturizarme un poco de las últimas tendencias aprovechando la festividad de Santa Rita. ¿Y qué me he encontrado? Hoteles de lujo, bolsos en los que se me iría todo el sueldo, tendencias veraniegas sólo aptas para países cerca del Ecuador terráqueo (aquí unos mini shorts pueden ser penalizados con una pulmonía), entrevistas a gente guay y cómo no, miles de anuncios de cremas que me prometen quitar en quince días esas estrías a las que tiene tanto cariño mi muslo izquierdo.

Entonces a ver, si Shin Chan puede obtener la felicidad chupando el culo de su monstruo de plástico, ¿por qué no voy a obtener yo la felicidad con los siguientes pasos?
1. Me compro un anticelulítico, una crema vientre plano, un antiestrías, un quita manchas de la piel (no vale el kh7 ni el kalia) y una hidratante autobronceadora.
2. Me maquillo de pies a cabeza con unos polvos mega chupis con efecto bronceado dorado.
3. Encima del maquillaje me pongo los tonos mas modernos en ojos, pómulos y labios.
4. Me cuelgo varias cadenas al cuello y a las muñecas a ser posible del osito Tous o con motivos graciosos.
5. Voy a la tienda de Bimba & Lola y por fin descubro qué porras venden allí. Luego me paso por la iglesia más próxima y rezo porque haya extra en junio.
6. Para rematar, llevo un bolso de paja, que ha pasado de ser lo más “in” para llevar las acelgas a ser el accesorio de moda entre las famosas.

Después de esta estampa, en la que entre la paja, el marrón del bronceado y la cantidad de metal que llevaré colgado en el cuerpo pareceré más una especie en extinción del burro zamorano que una chica guapa, llegaría el temido momento de la cruda verdad: muy guapa, sí, pero pareces un extracto de barbie malibú. Vamos, que cualquier parecido con tu cara lavada es casualidad. Y esto yo lo veo un problema.

Un problema porque es una nueva forma de esclavitud: atada a los polvos compactos y al corrector de ojeras para salir de casa. Si no, somos cutres, feas, no somos personas válidas para la sociedad consumista. ¿Esto es la liberación de la mujer?

Desde aquí apoyo al colectivo de chicas que tenemos los santos ovarios de salir de casa con la cara lavada, con crema, sí, pero hidratante normal (para evitar los antiestéticos peladillo). Que queremos mostrarnos al mundo tal como somos, sin artificios. Que llevamos ropa cómoda para trabajar, porque estar sentada varias horas no merece un estrangulamiento de la circulación. Somos auténticas. ¿Quién se une?

PD: ahora no se une nadie y me da la depresión post parto (jojojojo).