Comenzábamos hace un año, en esta bitácora, una serie sobre lecturas obreras, de la que hemos hecho cinco anotaciones hasta la fecha. Podríamos continuar con ella (haciéndonos eco, por ejemplo, de las cuadillas de tapers que trabajaban el corcho en el Ampurdán en los portales de las casas), pero nos parece que ha llegado a punto de sazón, por lo cual la finalizamos hoy, trayendo a colación un texto curioso de Juan Mir y Mir, escrito para prólogo de una recopilación de cuentos (Mahón, El Porvenir del Obrero, 1913) realizada por Josep Llunas que llevaba por título Dinamita cerebral (en clara referencia a su rechazo de la violencia física):
«Si la literatura sólo sirviera para entretener a los desocupados y para hacer reir a los satisfechos, no apreciaríamos el trabajo de un escritor en más de lo que apreciamos las bufonadas de un payaso. [Entiéndase la frase.] Este nos divierte un momento, mientras que el escritor ejerce una influencia poderosa en nuestra manera de sentir y de pensar.
Nada en el mundo produce una impresión tan duradera e influyente como la palabra escrita; y su importancia crece a medida que la industria facilita progresivamente los medios de reproducción de los papeles impresos.
[…] Se realiza en esto como una especie de transmisión de herencia, para optar a la cual no se requieren derechos de primogenitura, sino afán de saber y capacidad para comprender. Jamás ningún otro legado se repartió con mayor justicia, ni dio a los herederos más preciosas riquezas.
[…] Aquellos mismos cuya lozana juventud floreció en bellezas literarias pletóricas de vida y de pasión, apenas pudieron producir obras amaneradas y sin fondo cuando, después de haber aceptado el plato de lentejas, quisieron agradar a los poderosos y justificar su lastimosa caída desde las cumbres de los ideales al lodazal de las villanas conveniencias.
No reina el servilismo en aquellas alturas. La inteligencia del hombre naturalmente busca la verdad y el corazón espontáneamente se dirige al bien. Así se explican los preciosos y constantes servicios de la literatura en pro de los más sublimes ideales de la humanidad.
[…] El arte es revolucionario, el pensamiento es revolucionario, el corazón del hombre es revolucionario; y así será mientras la tiranía sea monstruosa, mientras se funde en el error y mientras sus obras sean malvadas e injustas, que es como decir mientras la tiranía exista en cualquiera de sus formas.»
¿Está de actualidad todavía este texto? Tal vez hemos amoldado nuestros ojos a la literatura del ocio, mirando impasibles -¿sí?- las palabras que adornan las almas con carmín de Cristhian Dior.
Está claro que las lecturas y el conocimiento sirvieron y sirven para comunicar ideas y para llamar la atención para propiciar los cambios, sobre todo en los casos de injusticias, VIVA LA ESCRITURA!!!!!!!
ResponderEliminarLa obra Dinamita cerebral ha tenido otras tres ediciones en España: una en Editorial Vértice [no la falangista] de Barcelona en 1932; otra en Editorial Bartolomé Bauzá, Barcelona, 1933 (con ligeras variaciones); y otra en Icaria, 1977, también en Barcelona (con dos reimpresiones). Contiene cuentos de
ResponderEliminarEmile Zola
Magdalena Vernet
A. Strindberg
Henrik Pontoppidan
F. Pí y Margall
F. Pí y Arsuaga
Octavio Mirbeau
Ricardo Mella
Ramiro de Maeztu
J. Martínez Ruiz (Azorín)
Carlos Malato
Anselmo Lorenzo
Bernard Lazare
Máximo Gorki
Anatole France
José Prat
F. Domela Nieuwenhuis
Jacobo Constant
Julio Camba
Julio Burell
Alfonso Karr
La lectura siempre ha sido revolucionaria y siempre lo será, pero yo me alejo siempre del significado político del término, porque la política no me gusta y lo extremos menos. La fuerza de la palabra es innegable y la sutileza de lo bien escrito fínisimo y delicado encaje. :)
ResponderEliminarYo ya había cogido cariño a las lecturas obreras, es una pena que lleguen a su fin, pero seguro que con el año nuevo Lavela nos sorprenderá gratamente con nuevas aportaciones.
ResponderEliminarFelices fiestas
Algo habrá que hacer, Ayla, para el año que viene [que esperamos sea propicio].
ResponderEliminarCierto, Mafi, que el poder de la palabra es innegable, aunque no estoy muy de acuerdo en que toda lectura es revolucionaria.