Stig Dagerman (1923-1954) es
otro más de los escritores llegados de joven a la fama, que sucumben a sus
exigencias y se quitan la vida. No sólo por la dictadura del éxito, claro, sino
por su manera de soportarlo. Su madre lo trae el a este mundo en la granja de
sus abuelos y a las dos semanas desaparece sin dar ya señales de vida. Su padre
trabaja en Estocolmo. Así que se cría en un caserón de campo con abuela, abuelo,
tíos, tías, primas, primos y gente asistente más una pléyade de transeúntes que
pasan por allí: pordioseros, gitanos, vagabundos, heridos de guerra… que
duermen alguna noche en el establo. La muerte de su abuelo en un incidente grotesco y la de su abuela,
por la conmoción sufrida, resultan ser unas pérdidas que el joven Stig no
supera, dedicándose a la literatura.
Los estudios de bachiller y de
universidad los realiza en Estocolmo, donde se afilia a la SAC, en la que
milita su padre. Es un tiempo en el que escribe artículos en revistas
revolucionarias y en el que la policía le lee el correo, mientras él trabaja de
chófer, repartidor o lo que encuentra, pues no concibe la existencia parásita.
Cuatro novelas entre los 21 y 26 años (iniciadas con La Serpiente) lo catapultan al reconocimiento,
completadas con teatro, crónicas de viaje y artículos. Las exigencias
editoriales le angustian tanto como el panorama social, cuya destrucción de
vidas es tan evidente. No logra o no se aviene a la disciplina, a ese horario
de trabajador de la pluma que saca libros sobre temas de interés.
Sus cualidades humanas quedan de
sobra probadas en la solidaridad hacia la gente desfavorecida y, en especial,
hacia los exiliados españoles de la guerra 1936-1939 asentados en Suecia. Las
expresa en versos como éstos:
Mejor es aprender
a perdonar a tiempo
a los otros primero
a uno mismo después.
Mejor es aprender
a juzgar tarde
pero si
pero cuándo
a los otros después
a uno mismo primero.
Salud.
Muy joven para morir. Son buenos esos versos.
ResponderEliminarUn beso.
Ya lo creo, Sara. La muerte no se sabe bien cómo empuja.
EliminarUn beso.
La obra siempre hablará por los muertos, eso sí , los vivos deberán valorarla. Saludos.
ResponderEliminarNos hablan, efectivamente, Leticia, de lo somos. Los valores que le demos dependen de la cultura, las creencias, etc.
EliminarSaludos.
El éxito es un devorador. Pero cómo no sucumbir a las mieles, sobre todo cuando llegan pronto. Y desguarnecidos, la cara más amarga de la vida llega después inexorable.
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