Las obras de creación quedan.
Permanecen en su burbuja. Pero las hay que pueden pincharse y dejar que lluevan
sus elementos mientras alguien sopla desde detrás de la cortina celeste y
dirige la refrescante humedad hacia quienes pasan por allí abajo. Es lo que
sucede con la música. A diferencia que una pintura, una escultura o una
arquitectura e, incluso, un relato (aunque este es susceptible de traducción),
la música puede interpretarse. Puede desmigajarse. Esparcirse en finas gotas o
en súbitos chaparrones. Con independencia de quien la ha creado. El soplo es
quien decide.
¿Puede una criatura saber lo que
hay en la burbuja creada por alguien adulto? Lo que sí puede es interpretarla.
Se dice que para ello se necesita una lógica distinta de la que es necesaria
para crear. Es algo más parecido a lo que sucede en el ajedrez. Con
entrenamiento se puede dominar la técnica que permite llevar adelante la
actividad. Pero no deja de sorprenderme el ver unas manos infantiles delante de
un piano, haciendo de mayor. Imagino que
todos los casos son distintos, que habrá infantes a quienes apenas les
suponga renuncia el tiempo que exige dominar el instrumento, y que habrá otros
que preferirían estar jugando a las tabas o a los bolos.
Queda una sensación hueca, de algo fuera de lugar. Pero, tal vez, no tiene mucho de diferente con el anuncio de entrada.
Sí que queda una sensación hueca. Tal vez ni toda la música sale de ese piano.
ResponderEliminarSaludos.
Puede que tengas razón. Es algo que no se me había ocurrido.
EliminarSaludos.
Qué barbaridad, qué espectáculo. El intérprete no parece triste mientras toca. Muchas veces la música misma es el premio del juego.
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