«Tendrías que vender tus
memorias», le digo a la Camarera, «si nos entendemos en el reparto de
beneficios, yo puedo gestionarlo». «Vamos, no me hagas reír», me contesta ella,
«pero si no eres capaz ni de sacarle jugo al Quijote». «Ya, pero puedo copiar de una excelente maestra». Y,
entonces, le cuento lo de Chateaubriand y Madame Récamier, su amante.
François-René, vizconde de
Chateaubriand (1768-1848), comienza a escribir sus memorias (que también son
confesiones) en 1809, aumentándolas y retocándolas hasta poco antes de su
muerte. Su intención es que se publiquen cincuenta años después de fallecido, pero…
La finalización de su carrera política en 1830 va mermando sus ingresos y
aumentando sus deudas, por lo que Madame Récamier, amante del mismo desde algo
más de una década, convence al vizconde para que realice lecturas públicas en
su palacio en espera de que algún editor pueda adelantarles dinero.
No sucedió tal, por lo que la
mujer se puso a idear otro plan, que esta vez sí dio resultados positivos. Se
formó una sociedad anónima que vendió acciones para comprar los derechos de
publicación de las memorias, una vez que su autor falleciera y el manuscrito
pasara a sus manos. Es decir, eso de la especulación en bolsa con la próxima
cosecha de alimentos es algo antiguo (si bien no deja de ser espeluznante).
Quien más quien menos veía que
Chateaubriand no estaba para mucho, pues ya iba para los sesenta y cinco de
aquellos tiempos, y compró sus papeletas. Pero este se remozó con los dineros y
continuó en este valle de lágrimas durante quince años más, siendo que
bastantes de quienes habían adquirido la ganga se fueron a la tumba antes de
ver medrar su inversión, resultando que las acciones corrieron de mano en mano,
mientras esperaban que la artritis pudiera al fin con el escritor. El mismo año
de su muerte ‒nada de esperar medio siglo‒, poco después de situarlo frente al
mar en la isla de Grand Bé, comenzaron a publicarse los 42 tomos de que se
compone esta magistral obra, Memorias de
ultratumba, fecha en que también se comienzan a publicar traducidas en
Madrid y Valencia.
¡¡Chis!! A la Camarera le da un temblor
la cabeza, despierta, me mira y no sé interpretar sus ojos.
Genial. Sería curioso ver, cuando se topaban con Chateaubriand, la cara (y el pensamiento) de quienes tuvieran acciones y esperasen hacerlas efectivas.
ResponderEliminarSaludos.
Ya lo creo. Huiría del contacto. Y, como habían pasado de mano en mano, nunca sabría quién estaba esperando su desaparición.
EliminarSaludos.
Aquí tenemos una prueba del poder rejuvenecedor del libro. Al menos prolongó la vida a Chateaubriand unos años más.
ResponderEliminarYa lo creo. Y nos queda.
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