Anteayer por la tarde,
mientras llovía, un camión cisterna municipal iba regando la calle carretera
que linda con el costado Este de El Parral y el antiguo Hospital Militar.
Debajo del paraguas, iba recordando la escena que acababa de ver: un bebé era centro
de atención de cinco personas adultas, que imaginé eran abuela, abuelo, madre,
padre y, es posible, tía. La abuela me había saludado tan sonriente,
enseñándome a su nieto ‒Rodrigo, me dijo‒, mientras el resto asentían el amable
gesto y hacían lo posible por llamar la atención de la bisoña criatura.
Me sorprendió la solicitud de la
señora para conmigo, pues, desde los años que hace que la conozco, no recuerdo
que nunca me dirigiera una sonrisa; es más, definiría su actitud con palabras
que no vienen al caso. En ello iba pensando ‒decía‒ mientras el camión pasaba a
unos metros y me vino a la mente el Stoner de Stoner de John Williams en el momento que descubre que, para él, la
Universidad en la que ha estudiado y en la que le ofrecen trabajar se ha convertido
en esos años, sin que fuera consciente de ello, en el hogar que no tuvo en la
niñez; bueno, en el calor del hogar, pues sí que se crio su familia.
Natalie Angier en Mujer. Una geografía íntima (2000 y 2011)
comienza su interesante texto relatando una escena similar a la vista por mí
hacía unas horas y apunta que son las uñas la parte del bebé que mayor
atracción ejerce sobre la gente adulta -zonas curvas, según escribe el poeta Jesús Lizano que son las que le atraen-. Libro el de Angier que contiene el
humor necesario para que resulte atractivo y demoledor. Libro amistoso, que
disuelve la tristeza de Stoner y hace
entender por qué los Ayuntamientos riegan la lluvia.
Bebé, Stoner, Angie... y abuela. ¡Menuda combinación!
ResponderEliminarGracias por hacer posible lo improbable.
De nada, todo es cuestión de lluvia.
ResponderEliminarSaludos.
El hogar, el verdadero hogar es una cuestión de afectos. Lo demás son hostales.
ResponderEliminar