lunes, 13 de julio de 2015

Transformación (por qué)

"No porque parezca delicado a primera vista, debe ocultarse: la total falta de amor que hubo en Julio Camba por los seres y las cosas".
Cuando bajaba andando hacia el trabajo, a orillas del Arlanzón, viendo las campánulas blancas reposando en la alta hierba de las orillas y escuchando las alegres voces de los aviones cuando descienden a beber, iba pensando que no sé si a la gente nos gustaría que dijeran algo parecido a lo que encabeza esta anotación después de nuestra muerte. Eso es lo que dijo César González-Ruano sobre su amigo después de este muriera, refiriéndose sobre todo a los últimos años de su vida.
Julio Camba (1884-1962) es uno de los periodistas más inteligentes y sagaces que ha tenido España, según opinaba Ortega y Gasset. Un niño con inteligencia innata, que escapa con frecuencia de la escuela de Villanueva de Arosa (Pontevedra) y se niega a ir a un seminario, por lo que a los doce años trabaja de mozo en una farmacia de Santiago de Compostela, oficio que extiende hasta los quince, edad en la que se embarca de polizonte hacia Argentina. Con el tiempo, logra hacerse una cultura notable, escribe en periódicos cada vez de mayor tirada y termina como columnista de ABC, lo que le permite vivir desde 1949 en la habitación 383 del hotel Palace de Madrid, una vez que ha coqueteado con el franquismo durante la guerra (por lo que se se aplica el calificativo de fascista); además de la aceptación de sus libros, así Londres, Aventuras de una peseta o Mis páginas menores.
Pero no siempre fue así. Con ese empuje juvenil, transformador de la sociedad, con el que llega a Buenos Aires, está entre los 16 y los 22 años en primera fila de las luchas sociales de su época. Tanto que, rondando los 18 años, es expulsado de Argentina por ser uno de los cabecillas de la huelga general de la capital en noviembre de 1902. Llega a España y es procesado y encarcelado en numerosas ocasiones por sus ideas. Entre 1903 y 1905 publica, con Antonio Apolo, un periódico de nombre El Rebelde, de sumo interés, con matices stirnerianos, donde clama por la libertad y por el cultivo personal: «Y es que es en él, en nuestro interior, donde tenemos que edificar la obra anhelada. Nuestras entrañas son las que deben arden en fuego de pureza para que vayamos, como focos vivientes, iluminando el mundo». Ama a la Humanidad.
Esas entrañas que se le quedaron heladas, bullían antes con una palabra novadora: ¡Germinal!
[¡Ah!, también estaba contra los toros].

5 comentarios:

  1. Las transformaciones se producen durante nuestra vida imperceptiblemente, pero los cambios bruscos, como este que dieces, no se sabe muy bien a qué son debidos.

    Saludos

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    1. Seguramente tienes razón. Tal vez puede explicarse aquí por la edad y por ir entrando en el lugar que queremos posicionarnos en el mundo. No obstante, no deja de ser curioso que proclamemos algo un día y, al poco tiempo, lo contrario.

      Saludos.

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  2. Con los años he observado que con, frecuencia, se dan casos de idealistas de izquierda que conforme van avanzando en edad van dejando los ideales por el camino. No sabemos bien qué es lo que pasa, será que los jóvenes son más extremistas, más inconformistas, más idealistas (seguro) y conforme uno avanza en la edad madura se vuelve más cómodo, busca su propia tranquilidad e importan menos los ideales, solo busca su provecho.
    El caso que explicas es más radical, pero no extraño...

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    1. Sí, es cierto, Conxita, es bastante frecuente lo que comentamos.

      Saludos.

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  3. Es curioso, al contrario que otros que no cejaron nunca de darse contra el muro del poder, Camba se curvó como un vegetal. Por respeto a aquellos, podríamos tirar piedras contra su memoria, desde luego.

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