Los patitos, en recua zigzagueante,
van creciendo cada día detrás de su madre. Conocemos a Luo Ying a través del
colombiano Fernando Rendón, iniciador de ese evento tan singular como es el Festivalde Poesía de Medellín, que pone la palabra recitada en las calles. Luo es un
constructor a gran escala, incluido en la lista Forbes, que edifica un enorme
jardín en las afueras de Pekín para homenajear a los cien poetas mayores de la
historia humana ‒a mí, eso del número nunca me ha parecido acertado, pero como
mi opinión no va hasta allí…‒. Y, sobre todo, es un enorme poeta. Alguien con
quien me estremezco.
Nace en 1956, en la provincia de
Ningxia, donde a los tres años fusilan a su padre por contrarrevolucionario,
siendo que había peleado por la revolución. «Los recuerdos de mi patria
empiezan con el hambre y la pobreza abyecta / Pero los recuerdos de mi padre
terminan con su arresto en público». Su madre, con tres hijos y una hija, amasa
barro para vender y, en una escombrera, queda coja. «Cuando pasaba, los niños
en la calle imitaban sus gemidos y pataletas / Cuando pasaba, los vecinos a lo
largo de la calle fruncían sus labios con desprecio». «De rostro sombrío», su
madre, «nunca parecía bañarse ni ponerse ropa nueva […] en una furia repentina
podía golpearme hasta que yo temblara de miedo [pero …] Una vez incluso gastó 5
centavos en una torta de frijol verde para mí / Aquel pastel tenía un sabor
celestial que nunca olvidaré».
Si le golpeaba a su hijo, tenía
sus razones. Este era algo asilvestrado, casi rufián, peleaba sin medir las
consecuencias, tiraba objetos a la gente, destrozaba ventanas… y era sometido a
sesiones de vergüenza. Entonces, a los ocho años, se publica el Libro Rojo de Mao, obligatorio en
colegios y en citas científicas, da inicio en 1966 a la Revolución Cultural, en
la que Luo Ying ‒entonces Huang Yuping‒ se hace guardia rojo y, con otros
compañeros, humillan y ridiculizan a los maestros, campando por la ciudad,
envueltos en la vorágine de distintas facciones, en unos años en que la vida
deja de tener valor ‒«la revolución no olvida el odio de clases ni las
rencillas de sangre».
Y, a finales de 2012, Luo Ying escribe
Memorias de la Revolución Cultural (que
publica Visor de Poesía), con esos largos versos impactantes de su autor. Integrante del Movimiento Poético Mundial.
"Finalmente, una vez más, permítanme maldecir lo que pasó -en nombre de la poesía".
"Finalmente, una vez más, permítanme maldecir lo que pasó -en nombre de la poesía".
¡Regir la vida de millones de personas con un libro! ¡Qué contradicción!
ResponderEliminarPues sí, Anónimo, parece contradictorio, aunque si analizamos la historia no parece tan extraño. Solo hay que ver cómo se interpretan los libros en las religiones.
EliminarSaludos.
Jovencito violento, de carácter intratable se adhiere a la milicia de una formación de praxis radical, para incorporarse a las escuadras de acción de la misma. Eso me suena a tantos casos similares. Los líderes de todos esos partidos, facciones, bandos, o lo que sea, necesitan carne de cañón para perseguir sus propósitos porque a ellos, a esos líderes, les da asco o miedo o pereza ejecutar las terribles consignas personalente. Luego una medallita, una palmadita en la espalda para felicitar al avezado escuadrista, y ya está creado el ejemplo para el resto de jóvenes. Este Luo Ying se cayó del caballo antes de que le devorara su patrón.
ResponderEliminarParece que sí, cayó del caballo a tiempo. Aunque siempre queda grabado en la naturaleza y en la historia lo que se ha hecho.
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