Hay personas ajenas a los
círculos familiares y sociales en los que te desenvuelves desde la infancia con
las que adquieres unas llamémosles deudas morales porque tienen comportamientos
que son notables para la escala de valores que vas tomando en la vida. No
forman parte de tus ambientes cercanos, pero aparecen de vez en cuando, con un
sello de autenticidad. Desde hace meses, desde que ha muerto, tenía intención
de cumplir la deuda moral con Moncho Alpuente, dedicándole una entrada de la
bitácora, pero siempre quedaba pospuesto por lecturas recientes. Ahora, al
morir Isabel Escudero, me pongo a ello. A uno y otra encontraba en diversos
actos; siempre acudían a jornadas que pudieras organizar, sin pretensiones,
regalando su tiempo, con la consabida costumbre de abonarles viaje y estancia. Una especie de Albert Camus, indiferentes a las prebendas de la democracia, consecuentes con sus ideas.
Moncho Alpuente (1949-2015),periodista, escritor, humorista y músico no dejaba indiferente. Su hija Bárbara
hizo pública una carta en la que lo retrata: «Me pasé la infancia escuchando
eso de “ayer vi a tu padre en la tele”, que me decían casi a diario en el
colegio […] Siento que ha salido del tiempo, pero solo un ratito, y que volverá
a darme un abrazo y a contarme qué pasa al otro lado, por muy ateo que fuera, y
a sentarnos en el jardín de su casa, ahora que empieza la primavera; a leer
juntos, a escribir nuestras cosas y enseñarnos el trabajo según vamos avanzando
[…] Conocía sus fragilidades y aprendí a protegerlo, así como hicimos todos,
porque mi padre, más allá de la figura mediática, también era un hombre frágil,
y con un una enternecedora sensibilidad. Por eso era capaz de destrozar a
Esperanza Aguirre en un soneto y luego tratarla con respeto cuando coincidían
en alguna tertulia de radio». No conozco a Bárbara, pero sé que la carta
también es para mí.
Isabel Escudero (1944-2017),poeta y ensayista, tampoco dejaba indiferente. Era frecuente verla en recitales
poéticos, junto a Agustín García Calvo (1926-2012), con quien estaba unida y
con quien escribe algún libro de pensamiento y denuncia social, así Contra el hombre (1986) o ¿Quién dice no? Y sorprendía al
desgranar los poemas breves, muchos de ellos de inspiración popular ‒pues solo
eso que llamamos indefinidamente pueblo
es capaz de provocar lo que no se nombra, aseguraba‒, que ya recogiera en Coser y cantar (1984) y continúa
elaborando hasta el final de sus días. Desde su lado de profesora, realiza
igualmente experiencias que combinan juego y poesía (Cántame y Cuéntame). Isabelita llevaba la primavera en su rostro,
en su aire… y a sus puertas nos deja («Yo sé que me moriré algún día / Si no lo
supiera / no me moriría»).
Salud. Que la vida y la muerte
transcurran por sus llanuras.
Me suenan vagamente, pero me admira la forma en la que dices que se comportaban con sus ideas.
ResponderEliminarSaludos.
Ya ves, Anónimo, seguro que ahora también existe gente así, aunque la conozca menos.
EliminarSaludos.
Hermosas palabras las tuyas y emotiva esa carta de Bárbara a su padre, gracias por descubrirme a estas dos personas coherentes, que defendían con rigor sus ideas.
ResponderEliminarEs un privilegio conocer a personas así, fuíste afortunado Ignacio.
Un beso
Ya lo creo, Conxita, fue un honor.
EliminarEn fin, mejor no pensar mucho en su ausencia.
Besos.
Bonito homenaje, Ignacio.
ResponderEliminarVoy con retraso en los blogs.
BEsos y feliz fin de semana.
Vale, Celia, no te apures. Tenemos épocas de unos asuntos y otras de otros.
EliminarBesos e igualmente.