viernes, 21 de julio de 2017
La prosista poeta (Sylvia Plath)
viernes, 4 de julio de 2014
Sueños
lunes, 21 de enero de 2013
Sueños de morfina
«Hubo que recurrir a la morfina. Desde meses atrás, sus dolores se habían intensificado. Nada extraño para la mujer. Los últimos doce años fueron de sobresaltos, de crecidas de caudal que desbordaban las presas, donde ríos subterráneos comenzaron a afluir a su mente desprevenida. En ciertos momentos, el lago se calmaba y podía desplegar la vela de su barquichuela, recuperando hermosos objetos multicolores de los fondos. Pero, en general, predominaba el tembloroso dolor, la angustia nerviosa, el inconcreto miedo, porque su vida había estado dominada por la oscura amenaza del infierno.
»Así que fue un paso más –“el último terrenal”, hubiera dicho ella– en la vida. La morfina la aliviaba, pues decía que la quemaban viva al curarla –“el infierno terrenal”, pensaba, apartando con susto de mí este pensamiento–. Con el indoloro sopor del opiáceo, llegaron las alucinaciones. Los ojos lucían un saludo sonriente, indicador de que el caudal de lava no abrasaba las profundidades. Tendía la mano, curvando el cálido aire, creando alivio al contacto con otra piel.
―¡Veo ángeles!
―¿¡Ángeles!? ¿Cómo son?
―Pequeños… revoloteando sobre unas islas colgadas en el inmenso cielo… hay casas con prados en ellas… entran y salen por las ventanas y balcones abiertos… a veces se elevan como colibríes…
―¡Pues tienen que ser muy hábiles! –le decía, por seguirle la conversación. Y añadía–: ¿Hay más gente? Cuéntame.
―¡No, solo ángeles! Y uno… si vieras… uno es muy bonito… el que más… con sus rizos, mejillas sonrosadas, delicada piel, pies de armiño… su estrella… un zaborrillo.
―Y tú, ¿cómo sabes que es el más bonito? ¡A lo mejor es que no te has fijado bien en los demás!
―Lo sé porque se parece a ti.
―¡Oh, yo no he sido nunca así!
―¿¡Acaso hay alguien que te conozca mejor que yo!?».
[El cuadro La morfina es de Rusiñol].
viernes, 5 de octubre de 2012
Buscadores de sueños. Contrastes
En una de estas escapadas que hacemos las gentes de provincias a la capital, paseaba con la Bibliotecaria por la zona de Malasaña. No llevábamos rumbo fijo. Callejeábamos. En esto, nos detuvimos en un escaparate de librería de ocasión, tan numerosas en estos tiempos, y vi un libro que me llamó la atención: «Fíjate –le dije a la Bibliotecaria–, hace tiempo que lo estaba buscando y, mira por dónde, aparece aquí. Vamos a entrar». Y allí quedó en mis manos Los buscadores de sueños: trece cuentos de maravilla y prodigio, de Félix Martí Ibáñez (1911-1972), con 14 láminas de Teodoro Miciano, editado en Madrid por Victoriano Suárez en 1964, en pleno franquismo, siendo que se trataba de un autor que estaba en el exilio neoyorquino, un médico que había redactado el decreto del aborto, en Cataluña, en los años de la guerra. Su precio de comercio: 40 euros, que no se quedan cortos.
Aprovechando que estábamos allí, preguntamos al librero si tenía algo de Crémer, pero no había nada que no conociéramos. No obstante, con el instinto que les caracteriza, nos mostró un pequeño folleto en tamaño y extensión, de unas quince páginas, escrito por uno de sus nietos, que ha sido editado hace escasos meses. ¿Precio?: 7 euros (resultaba a más de un euro cada poema). Pero se ve que hay mercado para todo.
Continuamos andando y dimos en calle Covarrubias con una curiosa librería llamada Libros Libres en la que los libros están disponibles de modo gratuito para quien lo desee, al tiempo que se solicita que se aporten gratuitamente los ejemplares que a cada cual le parezca. Emulando una experiencia estadounidense, desean conseguir 360 asociados, que aportarían 12 euros anuales, con lo que podría mantenerse. ¿Alguien da más?
Esto sí que es diversidad.
domingo, 18 de julio de 2010
Ideas que traspasan regímenes

Cuatro elefantes
—¡Que no! —Sí, madre, que sí.
Que yo los ví.
Cuatro elefantes
a la sombra de una palma;
los elefantes, gigantes.
—¿Y la palma? —Pequeñita.
—¿Y qué más?
¿Un quiosco de malaquita?
—Y una ermita.
—Una patraña,
tu ermita y tus elefantes.
Ya sería una cabaña
con ovejas trashumantes.
—No. Más bien una mezquita,
tan chiquita.
La palma
me llevó el alma.
—Fue sólo un sueño, hijo mío.
—Que no, que estaban allí,
y los vi,
los elefantes.
Ya no están y estaban antes.
[Pasaremos el verano buscando que alguien nos crea: los elefantes, por supuesto, estaban]
lunes, 20 de julio de 2009
El libro más bello

Aldo Manucio, además de haber marcado pauta en el mundo de la tipografía, era un humanista, amigo de humanistas. Esta corriente fue apoyada por los llamados papas de las luces, en la cátedra hacia mitad del siglo XVI (hasta 1463 en que fallece Pío II). A partir de ese tiempo, se tocarán con la tiara los partidarios del poder temporal de la Iglesia (entre ellos, nuestro Borgia Alejandro VI), iniciando una época en la que rodarán cabezas y se amordazarán lenguas. Es por ello que El sueño termina con el canto del ruiseñor, Filomela, símbolo de la libertad de expresión.
Si quien lee estas líneas tiene la fortuna de tener en sus manos un ejemplar de la editio princeps del Hypnerotomachia Poliphili, le rogamos que tenga la deferencia de avisarnos. Mientras tanto, nos conformaremos con el estudio que hace Emanuela Kretzulesco-Quaranta en Los jardines del sueño, la traducción de Pilar Pedraza en 1981 (reeditada en El Acantilado, 1999) y las anotaciones que vemos en la red.