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viernes, 21 de julio de 2017

La prosista poeta (Sylvia Plath)

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Sylvia Plath (1932-1963) es conocida por haberse quitado la vida y reconocida por Ariel, libro de poemas escrito el último año de vida, en el que se muestra poeta del género confesional, en paralelo a su compatriota estadounidense Anne Sexton (1928-1974), también suicidada. No obstante, «para mí –escribe–, la poesía es una evasión del trabajo de verdad de escribir prosa», algo que realiza con fluidez durante la adolescencia, pero que se le resiste en la edad adulta. Y eso que su deseo es llegar a ser una escritora popular, que gane ingentes cantidades de dinero, con lo que poder sentir que tiene un oficio respetable, además de que sueña con ser periodista de viajes y poder financiar los mismos con las crónicas correspondientes.
Sus cualidades literarias hacen que reciba una beca Fullbright (con la que estudia en Europa, donde se casa y muere). Comienza varias novelas, de las que solo termina La campana de cristal (como Victoria Lucas). A pesar de que lo intenta con ahínco y, a la manera flaubertiana, ensaya una y otra vez escribiendo minuciosas descripciones de lo que ve, además de volcarse por momentos en unos diarios (que permanecen sin publicarse en su totalidad, debido a la crudeza de las opiniones hacia quienes conoce), en las que hallan sentido muchos de los elementos que aparecen en su poesía. (Curiosamente, su escritura mecanografiada es de bastante mejor calidad que la escrita a pluma). Pero estaba «completamente aislada de la humanidad, en un vacío creado por mí misma: me sentía cada vez más enferma. Solo podía ser feliz como escritora y no podía ser escritora. Estaba paralizada por el miedo». Hasta el último año de vida, perdía la lucha cuerpo a cuerpo que mantenía consigo misma.
Es en el relato Jonnny Pánico y la Biblia de los Deseos, de 1958, cuando muestra esa libertad que aparece en Ariel y en los cuentos de 1963. Con ese nombre –Johnny Panic and the Bible of Dreams– se recopilan algunos de ellos, lo que es editado ahora en español como La caja de los deseos.

[Salud. A la espera de que la vida disuelva los caprichos de quienes gobiernan la res publica].

viernes, 4 de julio de 2014

Sueños

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Esta mañana no ha salido el bullicio de las golondrinas. El cielo nublado, medio lluvioso, las mantiene altas, alejadas de la ventana. Las buscaba al levantarme algo sonámbulo, pero no están cerca. Puede soñarse con tormentas de arena y puede ser que te entierren. La Camarera no sabe bien qué decir cuando le cuento la pesadilla de la pasada noche.
Sueño es el título con el que se traduce uno de los relatos de Haruki Murakami (del que solemos toparnos con forofos), anterior a las novelas que le han hecho famoso, pues se publicó en 1990, viendo la luz dos años después en The New Yorker, periódico que ennobleció el relato largo o la novela corta en la segunda mitad del pasado siglo. La editorial incorpora las sorprendentes ilustraciones realizadas por la alemana Kat Menschik, que refuerzan (ya desde su colorido añil plata) el ambiente onírico de la obra y se muestran casi como una película inanimada, a la que podemos insuflar vida al zambullirnos en compañía de la protagonista.
Es lo que sorprende a la Camarera (que fue la que me sugirió esta lectura), la voz de la protagonista o, mejor dicho, la consciencia. «Demasiado intelectual», dice «se nota la gradación de tiralíneas de la historia». La miro abrir el grifo sobre las tazas antes de ponerlas en la bandeja del lavavajillas. «Ya ‒protesto‒, pero llevamos tres días hablando de ello. Algo tendrá.» Y tiene la doble vida, la fluidez del agua, el ímpetu hacia la libertad, la fuerza de la soledad, la atracción de lo desconocido. La bella escritura.

Tiene golondrinas.

lunes, 21 de enero de 2013

Sueños de morfina

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«Hubo que recurrir a la morfina. Desde meses atrás, sus dolores se habían intensificado. Nada extraño para la mujer. Los últimos doce años fueron de sobresaltos, de crecidas de caudal que desbordaban las presas, donde ríos subterráneos comenzaron a afluir a su mente desprevenida. En ciertos momentos, el lago se calmaba y podía desplegar la vela de su barquichuela, recuperando hermosos objetos multicolores de los fondos. Pero, en general, predominaba el tembloroso dolor, la angustia nerviosa, el inconcreto miedo, porque su vida había estado dominada por la oscura amenaza del infierno.

»Así que fue un paso más –“el último terrenal”, hubiera dicho ella– en la vida. La morfina la aliviaba, pues decía que la quemaban viva al curarla –“el infierno terrenal”, pensaba, apartando con susto de mí este pensamiento–. Con el indoloro sopor del opiáceo, llegaron las alucinaciones. Los ojos lucían un saludo sonriente, indicador de que el caudal de lava no abrasaba las profundidades. Tendía la mano, curvando el cálido aire, creando alivio al contacto con otra piel.

―¡Veo ángeles!

―¿¡Ángeles!? ¿Cómo son?

―Pequeños… revoloteando sobre unas islas colgadas en el inmenso cielo… hay casas con prados en ellas… entran y salen por las ventanas y balcones abiertos… a veces se elevan como colibríes…

―¡Pues tienen que ser muy hábiles! –le decía, por seguirle la conversación. Y añadía–: ¿Hay más gente? Cuéntame.

―¡No, solo ángeles! Y uno… si vieras… uno es muy bonito… el que más… con sus rizos, mejillas sonrosadas, delicada piel, pies de armiño… su estrella… un zaborrillo.

―Y tú, ¿cómo sabes que es el más bonito? ¡A lo mejor es que no te has fijado bien en los demás!

―Lo sé porque se parece a ti.

―¡Oh, yo no he sido nunca así!

―¿¡Acaso hay alguien que te conozca mejor que yo!?».

[El cuadro La morfina es de Rusiñol].

viernes, 5 de octubre de 2012

Buscadores de sueños. Contrastes

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En una de estas escapadas que hacemos las gentes de provincias a la capital, paseaba con la Bibliotecaria por la zona de Malasaña. No llevábamos rumbo fijo. Callejeábamos. En esto, nos detuvimos en un escaparate de librería de ocasión, tan numerosas en estos tiempos, y vi un libro que me llamó la atención: «Fíjate –le dije a la Bibliotecaria–, hace tiempo que lo estaba buscando y, mira por dónde, aparece aquí. Vamos a entrar». Y allí quedó en mis manos Los buscadores de sueños: trece cuentos de maravilla y prodigio, de Félix Martí Ibáñez (1911-1972), con 14 láminas de Teodoro Miciano, editado en Madrid por Victoriano Suárez en 1964, en pleno franquismo, siendo que se trataba de un autor que estaba en el exilio neoyorquino, un médico que había redactado el decreto del aborto, en Cataluña, en los años de la guerra. Su precio de comercio: 40 euros, que no se quedan cortos.

Aprovechando que estábamos allí, preguntamos al librero si tenía algo de Crémer, pero no había nada que no conociéramos. No obstante, con el instinto que les caracteriza, nos mostró un pequeño folleto en tamaño y extensión, de unas quince páginas, escrito por uno de sus nietos, que ha sido editado hace escasos meses. ¿Precio?: 7 euros (resultaba a más de un euro cada poema). Pero se ve que hay mercado para todo.

Continuamos andando y dimos en calle Covarrubias con una curiosa librería llamada Libros Libres en la que los libros están disponibles de modo gratuito para quien lo desee, al tiempo que se solicita que se aporten gratuitamente los ejemplares que a cada cual le parezca. Emulando una experiencia estadounidense, desean conseguir 360 asociados, que aportarían 12 euros anuales, con lo que podría mantenerse. ¿Alguien da más?

Esto sí que es diversidad.

domingo, 18 de julio de 2010

Ideas que traspasan regímenes

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No sólo El Quijote es un texto de monarquías absolutistas, revoluciones, repúblicas, dictaduras y democracias. Este delicioso diálogo que traemos a colación –Elefantes de la India–, lo recopiló Hervert y se encuentra en el clásico libro de lecturas escolares Pueblos y leyendas (primera edición en Seix y Barral, 1936), del no menos clásico Herminio Almendros (1898-1974), inspector de primera enseñanza (el de la Técnica Freinet), de ideas republicanas, que se exilió a México. Por uno de esos guiños del destino, el libro se siguió utilizando en las escuelas franquistas, editado por Teide, llegando, al menos, en la democracia actual a la veintiuna edición (1986).

Cuatro elefantes

—¡Que no! —Sí, madre, que sí.
Que yo los ví.

Cuatro elefantes
a la sombra de una palma;
los elefantes, gigantes.
—¿Y la palma? —Pequeñita.
—¿Y qué más?
¿Un quiosco de malaquita?
—Y una ermita.

—Una patraña,
tu ermita y tus elefantes.
Ya sería una cabaña
con ovejas trashumantes.
—No. Más bien una mezquita,
tan chiquita.
La palma
me llevó el alma.

—Fue sólo un sueño, hijo mío.
—Que no, que estaban allí,
y los vi,
los elefantes.
Ya no están y estaban antes.

[Pasaremos el verano buscando que alguien nos crea: los elefantes, por supuesto, estaban]

lunes, 20 de julio de 2009

El libro más bello

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Se dice que el libro más bello impreso en el Renacimiento es Hypnerotomachia Poliphili –en español, El sueño de Polifilo, o Lucha de amor en sueños del amante de Polia (Sabiduría)–, que vio la luz en Venecia en los talleres del editor e impresor Aldo Manucio en 1499. El incunable tiene varias singularidades. La primera es que se desconoce su autoría [¿L. B. Alberti?], a pesar de que fuera escrito en la década de 1460. La segunda es el idioma del texto, pues, aunque se cree que lo fue inicialmente en latín, la versión impresa que nos ocupa mezcla términos y expresiones del latín, italiano, griego, árabe y hasta español; una jerga propia. A ello se añade las ilustraciones alegóricas que incluyen los volúmenes, las cuales aportan (una vez descodificadas) comprensión a lo que parece el recorrido iniciático de la trama. Siendo una historia de amor, en ella Polifilo tiene un sueño en el que, a través de la vía del Conocimiento, camina hacia la Fuente de la Vida. Es muy posible que algunos jardines famosos –Boboli, Versalles, Isola Bella– reproduzcan los misterios que se hallan en el Polifilo, conduciendo a quien los visita a esa fuente piramidal con escalones de agua.

Aldo Manucio, además de haber marcado pauta en el mundo de la tipografía, era un humanista, amigo de humanistas. Esta corriente fue apoyada por los llamados papas de las luces, en la cátedra hacia mitad del siglo XVI (hasta 1463 en que fallece Pío II). A partir de ese tiempo, se tocarán con la tiara los partidarios del poder temporal de la Iglesia (entre ellos, nuestro Borgia Alejandro VI), iniciando una época en la que rodarán cabezas y se amordazarán lenguas. Es por ello que El sueño termina con el canto del ruiseñor, Filomela, símbolo de la libertad de expresión.

Si quien lee estas líneas tiene la fortuna de tener en sus manos un ejemplar de la editio princeps del Hypnerotomachia Poliphili, le rogamos que tenga la deferencia de avisarnos. Mientras tanto, nos conformaremos con el estudio que hace Emanuela Kretzulesco-Quaranta en Los jardines del sueño, la traducción de Pilar Pedraza en 1981 (reeditada en El Acantilado, 1999) y las anotaciones que vemos en la red.