

[Todo esto (y mucho más) en las memorias de Stefan Zweig, El mundo de ayer (Acantilado, 2002)]
Gustamos, en la bitácora (puesto que somos del ramo cultural), traer documentos que hablen de hechos sucedidos hace años, los cuales reflejan situaciones actuales que nos parecen novedosas. En el caso que nos ocupa, hete aquí que ya se daban parecidas hechuras hace cien años. Y, si no, que cada cual juzgue este suelto que aparecía destacado en el semanario Tierra y Libertad, época 4.ª, número 40, (7 de noviembre de 1910), de Barcelona:
«¡Qué contraste!
Mientras en la Rambla de Barcelona y durante una semana andan a trompazos radicales y carlistas; mientras el Ayuntamiento de Barcelona se convierte en plaza de toros por la actitud de radicales, unionistas y catalanistas, los diputados catalanistas, unionistas y radicales, en Madrid, unidos en adecuado consorcio, firman juntos una proposición pidiendo 25 pesetas de dieta.
Ante el interés, los diputados, no encuentran diferencia.
¡Cuánta farsa!
¿Hasta cuándo, pueblo, hasta cuándo?»
Este mismo periódico anota una cita de Barón de Nervo: "La patria está donde se ama; la familia, donde se es amada/o".
Cuatro elefantes
—¡Que no! —Sí, madre, que sí.
Que yo los ví.
Cuatro elefantes
a la sombra de una palma;
los elefantes, gigantes.
—¿Y la palma? —Pequeñita.
—¿Y qué más?
¿Un quiosco de malaquita?
—Y una ermita.
—Una patraña,
tu ermita y tus elefantes.
Ya sería una cabaña
con ovejas trashumantes.
—No. Más bien una mezquita,
tan chiquita.
La palma
me llevó el alma.
—Fue sólo un sueño, hijo mío.
—Que no, que estaban allí,
y los vi,
los elefantes.
Ya no están y estaban antes.
[Pasaremos el verano buscando que alguien nos crea: los elefantes, por supuesto, estaban]
Pero aquí, en la bitácora, estamos en la literatura, en el arte, en la música… Aquí se escribe, pinta o compone El viaje, aquello que emprendemos sin que tenga sentido para la mayoría de quienes nos rodean; aquello que iniciamos cuando estamos con las necesidades cubiertas y alguien cercana/o nos dice «pero por qué te vas si no te falta nada». Y, entonces, Herodoto o Kapuscinski responden «porque necesito pasar la frontera».
Bolaño, que conocía muy bien la literatura francesa, reparó en la excelente poesía que se compuso allí en el siglo XIX. Y, cómo no, hablaban del viaje. Baudelaire –fuente de muchos versos escritos con posterioridad– tiene precisamente un poema con el título El viaje; en la traducción de Martínez Sarrión (también poeta), quedan así sus primeros versos: «Para el niño, gustoso de mapas y grabados, / es semejante el mundo a su curiosidad». Parece, pues, la primera, una tierna razón para viajar. Diferente es la justificación de Mallarmé en Brisa marina, traducida por Alfonso Reyes (literato fundamental en Hispanoamérica): «La carne es triste ¡ay!, y todo lo he leído», así que… hay que buscar en lo ignoto por ver si ahí está el antídoto.
«Un buen día partimos, la cabeza incendiada, / […] meciendo / nuestro infinito sobre lo finito del mar», continúa Baudelaire, el cual, a pesar de su esperanzador inicio, termina –al igual que Mallarmé– sabiendo que sólo hay condena: «¡Saber amargo aquel que se obtiene del viaje! / Monótono y pequeño, el mundo, hoy día, ayer, / mañana, en todo tiempo, nos lanza nuestra imagen: / ¡en desiertos de tedio, un oasis de horror!». Aunque Mallarmé nos deja un pequeño consuelo: «¡Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!».