"De todas las cosas materiales, de todos los cuerpos físicos, el libro es el objeto que le inspira a la persona una mayor confianza. Un libro colocado en el atril es comparable a una tela fijada sobre el bastidor". (Viaje a Armenia, “En torno a los naturalistas”).
Las golondrinas más valientes se
atreven a salir en la fresca mañana de mayo. Los espinos blancos colorean
cunetas y terraplenes. Osip Mandelstam (1891-1938) contempla el Ararat (situado
en la zona turca) desde la Armenia soviética, a donde le envían en 1930 para
ensalzar los logros del régimen comunista. Pero él no les baila el agua. Lo que
aparece ante sus ojos son los exilios, las masacres, el lugar en el que se posó
el Arca de Noé y que ahora está al otro lado de la frontera. Por ello, se
acuerda del Pueblo del Libro, hermanado en la diáspora con el pueblo kurdo.
Cuando publica en 1933 su percepción de las gentes de Armenia, ya vuelto a
Moscú, cae en desgracia ante el stalinismo y su devenir se vuelve oscuro hasta
desaparecer en el Gulag. Su escritura ya estaba tocada por la varita del genio.
“¿Qué importan los malos actos, los movimientos inútiles, las complicidades envenenadoras? ¡Hay que vivir! Y para vivir hay que trabajar. Luego trabajar es envenenar, saquear, robar, mentir a los demás hombres. Trabajar es mezclar fuchina con las bebidas, fabricar cañones, expender al por menor carne envenenada”.
Albert Libertad (1875-1908),
pintoresco personaje del París escasamente glamuroso, fustiga desde tribunas
montadas en plazas públicas a la gente trabajadora que aceptamos cualquier
actividad con tal de que nos paguen por ello, aun sabiendo que es perniciosa. ¿Acaso
no sería más loable el que existieran sindicatos y asociaciones con el fin
negarse a realizar tales tareas? Necesitamos gestos que dignifiquen nuestro paso
por este mundo. Es lo que decía en un libro titulado El trabajo antisocial y el trabajo útil, el cual no encontraremos
en las mesas de los puestos en la Feria del Libro de hoy.
Pero seguro que damos con otros similares.
Menudo invento el Gulag, para callar voces. Un creador de Gulags tiene los oídos colapsados de voces y quiere silencio (para conseguirlo se sirve del Gulag). Si tuviera conciencia se sentiría perseguido por ese silencio, pero quizá no, seguramente no. Es más, en muchas ocasiones se olvida de él y muere feliz, sin ruidos.
ResponderEliminarAl menos, ebge, eso es lo que nos parece a quienes miramos desde fuera.
EliminarUn recordatorio al sufrimiento de la minoría kurda y del pueblo armenio. Lo merecen, un beso
ResponderEliminarYa lo creo, Mere. Lo que que llevan encima sufrido.
EliminarBesos.