Los periódicos conservan noticias sorprendentes, como es la
vida de María del Tránsito Caballero, nacida hacia 1879 en San Felipe (Chile) y
migrada a los diez años a la capital, Santiago, donde comienza a trabajar de
aprendiz en una floristería de lujo, para, después, trocarlo por el oficio de
sombrerera, en una de cuyas fábricas trabajaba doce y trece horas diarias. Es
lo que podemos leer en los órganos progresistas La Idea y La Luz, de la
capital chilena, y en Tierra y Libertad
de Casablanca (Chile).
Tanto Magno Espinoza como Luis Pardo nos relatan que María,
con una instrucción escolar elemental, “por la contracción en el trabajo y la
claridad de su inteligencia”, no se doblegó a su suerte y, robándole horas al
descanso, se instruyó en lecturas sociológicas de Tolstoy, Kropotkin o Grave,
alejándose de la situación que tenía encadenados a muchos hombres y mujeres,
que “vivían fanatizados por la religión, el orgullo o la estúpida moral del día”.
Desde el Centro de Propaganda Anticlerical Giordano Bruno o el Grupo Anarquista
Luz o la Sociedad Artística a la que pertenecía, colaboraba en el apoyo a las
reivindicaciones obreras, fabricando “una gran cantidad de ramilletes de flores
artificiales que vendió, con cuyo producto llevó pan y vestidos a muchos
infelices”.
Su idea era luchar por cambiar la sociedad y, como tal,
asistía a las asambleas públicas (a veces era la única mujer), con el
consiguiente asombro de la mayoría de mujeres y de muchos hombres, “rompiendo
con las rutinas y los prejuicios impuestos a la mujer”. Al tiempo, escribía en
la prensa anarquista y obrera de la época con los seudónimos de Una Sombrerera
Revolucionaria y de Una Rebelde.
Pero un accidente comenzó a restarle salud y una “cruel enfermedad” le obligó a elegir entre la muerte o la amputación del brazo derecho, prefiriendo lo primero, lo cual precipitó el derrumbe del Teatro Lírico, donde murieron unas veinte personas, a donde asistía a una conferencia. Dicen las crónicas que la enterraron en el Cementerio General (19 de marzo de 1905) y que los compañeros adornaron su tumba con una siempreviva.
El tesón de esta mujer es verdaderamente notable. Creo que tenía claro que la superación personal y colectiva pasa por formarse. Sin duda ella tenía la escuela de la vida, pero no era ningún estorbo ayudarse de los libros para ampliar sus conocimientos.
ResponderEliminarY puede decirse que su inclinación a aprender, desgraciadamente, la llevaría ese fatídico día del accidente a escuchar la conferencia en el Teatro Lírico.
Puede decirse, ebge, que gozaba (o sufría) de tesón. La conferencia la daba un exfraile -Elizalde- y era anticlerical.
ResponderEliminarCuantas vidas de mujeres fuertes e interesantes hay escondidas. Gracias por desvelárnoslas.
ResponderEliminarDe nada, Esther. Gracias a ti por entrar a leerlas.
ResponderEliminarLa Sombrerera revolucionaria, mujer audaz donde las haya. Con un tesón y una generosidad tan grande... de Cuerpo y Alma. Bss
ResponderEliminarNos cubre la cabeza, el cuerpo y el alma.
EliminarBesos a ti, Mere.