“¿Por qué lloras, Patroclo, como una niña que va con su madre y deseando que la tome en brazos, le tira del vestido, la detiene a pesar de que lleva prisa, y la mira con ojos llorosos para que la levante del suelo?”
A menudo escuchamos o leemos que nuestro vocabulario se
empobrece paulatinamente. El cese de actividades tradicionales y la utilización
de aparatos en los que se envían mensajes con abreviaturas, síncopas o elipsis
explican, en parte, esta realidad. Pero, además, se achaca a las civilizaciones
occidentales (deudoras de la cultura griega, principalmente) el que desprecian
a las culturas ágrafas o a las que no tienen un desarrollo tecnológico similar
al europeo, caso de los pueblos esquimales o de las tribus africanas y
americanas.
Ciertamente, estas culturas disponen de varias palabras para
significar las distintas acciones que nuestra lengua señala con una sola (más
un añadido). Por ejemplo, si se refieren a la fuerza que tiene un pez o al
alimento que proporciona o a lo escurridizo que es o a su forma de dormir con
los ojos abiertos. Una sola palabra para cada caso, sin que introduzcan el término
pez. Sencillamente, porque no saben lo que es el pez, no han hecho esa abstracción y, por lo tanto, su lengua no lo
reconoce.
Ocurría lo mismo con la lengua griega antes de que se
produjera el desarrollo filosófico del siglo V a.n.e. Lo vemos en la cita de la
Ilíada que encabeza esta entrada, en la que Aquiles se dirige a su amigo
Patroclo (en el canto 16, 10), la cual tendríamos que leer: Lloras como una niña que quiere que su madre
la tome en brazos. Pues el concepto mirar
no existe todavía, y lo que se utiliza es un verbo que podríamos traducir como
“emitir rayos con la mirada”, pero no desde el ojo propio (pues no hay
conciencia de la función de mirar), sino desde quien está percibiendo esa
mirada suplicante. (De igual manera, hay términos para “mirar con nostalgia” o
“mirar alrededor por prudencia” o “mirar alrededor por miedo”, etc.).
[No es que con ello justifiquemos la pobreza del habla, pero al César lo que es del César. Y remitamos al libro de Bruno Snell, El descubrimiento del espíritu, en traducción de J. Fontcuberta (Acantilado, 2007)].
Tal vez el futuro nos depare nuevos conceptos que requieran refundar palabras ya existentes, o directamente crearlas de la nada. Tal vez no todo está inventado.
ResponderEliminarSeguro que no todo está inventado, ebge. Comenzar el día es comenzar la vida y, para ello, se necesitan palabras. Depende de cada cual el hacerlo.
Eliminar