La novela de Gabi Gleichmann, El elixir de la inmortalidad (2012), a
pesar de que le ha gozado de notable éxito, no nos resulta algo excepcional
desde la literatura, recurrente en demasía a lugares comunes, a situaciones
estereotipadas; tal vez en la cultura nórdica, donde se crea la obra, no se tomen
así los trucos que aquí nos parecen tales.
No obstante, las más de
seiscientas páginas que la componen resultan de un valor muy apreciable cuando
la adjetivamos y pasa a ser novela histórica,
pues contiene un caudal de datos sobre personalidades de 37 generaciones a lo
largo de casi un milenio correspondientes a la familia judía Spinoza, sobrada
de gente consagrada a la medicina, las matemáticas, la filosofía o la física.
Una estirpe que sale de Espinosa (más tarde de los Monteros), Burgos, en el
siglo XII, cuando Baruj, hijo del rabino, marcha de su casa hacia Lisboa
convirtiéndose en Baruj de Espinosa, llegando a ser médico del monarca Alfonso
Enríquez.
Además del reconocido filósofo
Baruch o Benito o Benjamín (1632-1677), nacido en Amsterdam, a esta estirpe
pertenece Shoshana Spinoza, notable física, que se atrevió a cuestionar las
teorías de Newton, cuyos Principia ya
leía en la pubertad; a esa edad hablaba seis idiomas fluidamente y, poco
después, traducía dramas griegos al francés, uno de los cuales ‒Antígona, de Sófocles‒ se representó en
la Comédie-Française a instancias de Voltaire, el cual, por una serie de
curiosas circunstancias (entre ellas la
muerte de su padre, Héctor, coautor de un libro sobre la masturbación en la
Atenas clásica, que se vendió profusamente) se había convertido en tutor de la
niña, en su palacio de Ferney; por entonces escribe a la madre de esta: «tiene
un gran talento, un latín que agradaría a Cicerón y un griego que sonaría
hermoso en el Areópago. Lo único que es de lamentar es su pertenencia al género
femenino».
Dice Gleichmann que Shoshana
estaba perdidamente enamorada de Voltaire, pero que este la rechazó al llevarle
mucha edad, por lo que ella se quitó la vida en enero 1769; tres años después se realizó una fiesta de fuegos artificiales para celebrar la aceptación de la física, a título póstumo, como miembro de la Academia de Ciencias de Bolonia, la universidad más antigua de Europa.
[Ilustración: Mujer en azul leyendo una carta, de
Alirio Palacios].
Vaya drama. Y qué futuro más prometedor de haber nacido en otra época.
ResponderEliminarAlfonso Enríquez podía sentirse seguro. Si el Baruj que le cuidaba no daba con el remedio que correspondiera, desde luego nadie más lo conseguiría. Vaya familia más eminente. Uno se plantea si lo llevarán en los genes.
Seguro que algo genético es, ebge. Un tanto por ciento bastante elevado de la ciencia y cultura occidental se debe a este pueblo.
EliminarCuesta creer que alguien como Voltaire dijera una frase como la de que "lo único que es de lamentar es su pertenencia al género femenino". Pero... así estaba el asunto.
ResponderEliminarYa lo creo que cuesta, Anónimo. Hasta he tenido la tentación de suprimirla. Pero... así estaba el asunto.
ResponderEliminarGracias.
El tema de tu entrada es estupendo y de todo lo leído, como a Anónimo, se me ha clavado lo de "lamentar que Shoshana fuera del género femenino" Mejor que no la suprimieras, así conocemos una faceta de Voltaire que para muchos será desconocida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Conchi. Así queda.
ResponderEliminarUn abrazo.