lunes, 23 de febrero de 2015

La inmortalidad de Shoshana Spinoza

La novela de Gabi Gleichmann, El elixir de la inmortalidad (2012), a pesar de que le ha gozado de notable éxito, no nos resulta algo excepcional desde la literatura, recurrente en demasía a lugares comunes, a situaciones estereotipadas; tal vez en la cultura nórdica, donde se crea la obra, no se tomen así los trucos que aquí nos parecen tales.
No obstante, las más de seiscientas páginas que la componen resultan de un valor muy apreciable cuando la adjetivamos y pasa a ser novela histórica, pues contiene un caudal de datos sobre personalidades de 37 generaciones a lo largo de casi un milenio correspondientes a la familia judía Spinoza, sobrada de gente consagrada a la medicina, las matemáticas, la filosofía o la física. Una estirpe que sale de Espinosa (más tarde de los Monteros), Burgos, en el siglo XII, cuando Baruj, hijo del rabino, marcha de su casa hacia Lisboa convirtiéndose en Baruj de Espinosa, llegando a ser médico del monarca Alfonso Enríquez.
Además del reconocido filósofo Baruch o Benito o Benjamín (1632-1677), nacido en Amsterdam, a esta estirpe pertenece Shoshana Spinoza, notable física, que se atrevió a cuestionar las teorías de Newton, cuyos Principia ya leía en la pubertad; a esa edad hablaba seis idiomas fluidamente y, poco después, traducía dramas griegos al francés, uno de los cuales ‒Antígona, de Sófocles‒ se representó en la Comédie-Française a instancias de Voltaire, el cual, por una serie de curiosas circunstancias (entre  ellas la muerte de su padre, Héctor, coautor de un libro sobre la masturbación en la Atenas clásica, que se vendió profusamente) se había convertido en tutor de la niña, en su palacio de Ferney; por entonces escribe a la madre de esta: «tiene un gran talento, un latín que agradaría a Cicerón y un griego que sonaría hermoso en el Areópago. Lo único que es de lamentar es su pertenencia al género femenino».
Dice Gleichmann que Shoshana estaba perdidamente enamorada de Voltaire, pero que este la rechazó al llevarle mucha edad, por lo que ella se quitó la vida en enero 1769; tres años después se realizó una fiesta de fuegos artificiales para celebrar la aceptación de la física, a título póstumo, como miembro de la Academia de Ciencias de Bolonia, la universidad más antigua de Europa.

[Ilustración: Mujer en azul leyendo una carta, de Alirio Palacios].

6 comentarios:

  1. Vaya drama. Y qué futuro más prometedor de haber nacido en otra época.
    Alfonso Enríquez podía sentirse seguro. Si el Baruj que le cuidaba no daba con el remedio que correspondiera, desde luego nadie más lo conseguiría. Vaya familia más eminente. Uno se plantea si lo llevarán en los genes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Seguro que algo genético es, ebge. Un tanto por ciento bastante elevado de la ciencia y cultura occidental se debe a este pueblo.

      Eliminar
  2. Cuesta creer que alguien como Voltaire dijera una frase como la de que "lo único que es de lamentar es su pertenencia al género femenino". Pero... así estaba el asunto.

    ResponderEliminar
  3. Ya lo creo que cuesta, Anónimo. Hasta he tenido la tentación de suprimirla. Pero... así estaba el asunto.

    Gracias.

    ResponderEliminar
  4. El tema de tu entrada es estupendo y de todo lo leído, como a Anónimo, se me ha clavado lo de "lamentar que Shoshana fuera del género femenino" Mejor que no la suprimieras, así conocemos una faceta de Voltaire que para muchos será desconocida.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Gracias, Conchi. Así queda.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Nos encantan los comentarios y que nos cuentes lo que quieras.