viernes, 27 de febrero de 2015

Amores (sexo) y estimulantes (adicciones) en la poesía de Edna St. Vincent

Ni siquiera es pregunta de concurso televisivo. Poca gente tiene en la memoria que la primera mujer en recibir el Pulitzer (instituido en 1917) es una poeta, Edna St. Vincent Millay (1892-1950), en 1923, la cual era muy apreciada por el público y gozó de la fama y sus secuelas como pocas, pues hacia 1930 ganaba 20.000 dólares anuales solo de los beneficios de su poesía, a lo que hay que añadir en determinadas épocas otros ingresos, como el proporcionado por el libreto de la ópera The King’s Hencman, que le reportaba unos 100 dólares diarios.
Olvidada hoy y apocada en sus últimos años. Desde la universidad (a la que llega por el patrocinio de una dama, pues ella es de origen humilde), allá por donde pasa, va dejando un puñado de amantes y un montón de admiradores. Los años veinte le son propicios para sumergirse en una vida del momento, de las sensaciones, de los anhelos, que va llenando en las fiestas y en los amaneceres. Así que escribe:
Mi vela arde por ambos lados;
No durará toda la noche;
Pero, ah, mis amigos, y ah, mis enemigos:
¡da una luz tan hermosa!
Desde hace cincuenta años consumimos literatura sociable (que no social), nacida de la estética y el desahogo personal (que no digo que no sean válidos), falta de ese punto canalla, de ese hacer «desde la vida gestos desesperados para existir en la escritura» (como decía Valente sobre Panero), en donde no se sabe si la literatura lleva a la realidad o la realidad a la literatura. Edna, que estuvo unos días presa por oponerse a la ejecución de los anarquistas Sacco y Vanzetti en 1927, se meció en esta corriente. Tal vez sus pulsiones, tal vez su rebeldía, tal vez su debilidad… el asunto es que en su última década (cuando escribía versos contra el nazismo) necesitaba suministrarse tales dosis de morfina, de alcohol y de tabaco que ya no suscitaba suficiente admiración como para conseguir fácilmente amantes y tranquilidad.
Solo su marido, el empresario Eugene Jan Boissevain, aporta calma a su existencia, sin preocuparse de las relaciones de ella. Pero muere de enfermedad en 1949 y, un año después, el corazón maltrecho puede con la poeta.
Seguras sobre la firme roca se levantan las feas casuchas:
¡acercaos a ver el brillante palacio que alcé sobre la arena!

[Agradecemos el artículo sobre ella de Andrés Catalán en Clarín, núm. 115].

6 comentarios:

  1. Parece mentira la cantidad de literatura que queda en el camino. Y quienes la escribieron.

    Gracias por refrescarnos la memoria.

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  2. No es muy correcto o amable hacer gestos desesperados en vida para existir en la literatura. Aunque es muy bonito. El aspa del molino le puede hundir en el suelo de un golpe, o catapultarlo a las estrellas. Como dices, tampoco ha de servir el ejemplo de baremo de la obra.

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    Respuestas
    1. Hay quien dice que la literatura de antes era más emocionante.

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  3. De nada, Karin.

    Gracias a ti por venir.

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  4. Ya ves, anónimo, así vienen las cosas.

    Gracias.

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