«No hay nada que me complazca
tanto como tener secretos. Especialmente cuando estoy en un lugar en el que hay
gente. Me siento única. Poseedora de algo singular que, además, desconoce el
resto de personas con las que estoy en contacto en ese momento». Así hablaba la
mujer que estaba en la barra con la Camarera cuando entré en la cafetería. Y,
haciendo caso omiso a mi presencia, continuó: «De joven me causaba angustia el
que no existiera nadie a quien poder confiar lo que no puede nombrarse. Lo
tomaba como la prueba definitiva de mi soledad. Pero, ya ves, ahora es todo lo
contrario. Me proporciona fuerza y luz». Según pude ver, las dos se conocían en
su juventud, aunque hacía bastante tiempo que no coincidían.
Después de ponerme el café con
las dos tejas, la Camarera le preguntó por el libro que tenía (boca abajo)
junto a ella. «Es de Blanca Varela (Lima, 1926-2009), poetisa en contacto con
lo granado del mundo cultural de su época, viajada por París, España y Estados
Unidos. Octavio Paz prologó su primer libro, Ese puerto existe (1959)», dijo. Por mi parte, había leído no hace
mucho unos de sus últimos, El falso
teclado (2000), que me resulta muy atractivo y que releo de vez en cuando.
Conocía, igualmente, las palabras de Paz sobre la época que coincidieron en
París, pues no estoy muy de acuerdo con algunas de sus opiniones, en especial
cuando dice que rondan a quien escribe una serie de trampas, entre las que se
encuentran la del “arte comprometido” (el grito o la prédica) y la de la falsa pureza
(el silencio), ya que a mí todas me parecen necesarias, incluida la del éxito.
Ciertamente que Blanca Varela
tiene canto. Incluso puede decirse que conserva la capacidad poética a lo largo
de su existencia, algo que no siempre sucede ni es natural que así sea. (Carezco de raíces de manos / de retoños // mi frente es sólida
/ como una piedra / que será arrojada / y que las aguas tornarán arena / y esa
arena llenará la boca / de alguien vivo // y hasta aquí habré llegado / entre
la mar y el campo / aleteando o mugiendo).
Sin puntos ni comas, con el blanco espacio y entintado. Poemas para encapuchados armados.
Una forma muy sastisfactoria de sentir los propios secretos.
ResponderEliminarGracias. Y saludos.
De nada, Anónimo.
EliminarSaludos.
La trampa del éxito y la del silencio, la del arte comprometido y la del otro, la trampa de la tentación (de caer en la trampa) y de la ignorancia supina (de caer en la trampa). ¿La autocensura es una trampa?
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