Cuesta imaginarse a
Maquiavelo (1469-1527)
sentado tranquilamente, leyendo a la luz de la vela. Al menos a mí. Pero, sin
embargo, uno de los lugares comunes de la literatura, en especial cuando se
habla de las virtualidades de la lectura, es una carta suya en la que se
retrata de este modo, abandonado a la mudanza ética que pueden producir los
textos clásicos. No es el único. Su coterráneo Petrarca (1304-1374) ya había
tenido conversaciones con «los santos, los filósofos, los poetas, los oradores,
los historiadores», tan fascinantes que escribe cartas ‒de tú a tú‒ a Cicerón o
Virgilio, ejerciendo a la vez (según dice Francisco Rico) la introspección y el
juicio moral sobre el presente. Y no digamos el Quevedo que escucha con sus
ojos a los muertos.
Salido de la cárcel, en la
que es torturado, a la que le llevan la vuelta de los Médicis a Florencia en
1512, se retira a una pequeña propiedad cercana que tiene en San Casciano in
Val di Pesa. Allí vive años de penurias, pero extrae lo mejor de su talento y,
con estilo desenvuelto, escribe lo que ha legado a la civilización. Gana el
sustento con lo que le renta la leña que corta en el bosque, para lo que
contrata obreros que le ayuden. Con ellos convive durante el día y con ellos
está en la taberna. Así lo explica en carta a su amigo Francesco Vettori a
finales de 1913. José Ángel Valente versifica (casi literalmente) esta misiva en
Maquiavelo en San Casciano, poema que
nos acerca al final del día:
Llega
al cabo la noche.
Regreso
al fin al término seguro
de
mi casa y memoria.
Umbral
de otras palabras,
mi
habitación, mi mesa.
Allí
depongo
el
traje cotidiano polvoriento y ajeno.
Solemnemente
me revisto
de
mis ropas mejores
como
el que a corte o curia acude.
Vengo
a la compañía de los hombres antiguos
que
en amistad me acogen
y de
ellos recibo el único alimento
solo
mío, para el que yo he nacido.
Con
ellos hablo, de ellos tengo respuesta
acerca
de la ardua o luminosa
razón de sus acciones.
Se
apaciguan las horas, el afán o la pena.
Habito
con pasión el pensamiento.
Tal
es mi vida en ellos
que
en mi oscura morada
ni la pobreza temo ni
padezco la muerte.
[Salud. Esperando que la vida discurra por su cauce].
De la mente a la vela. Excelente entrada.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Anónimo.
EliminarSaludos.
Hola Ignacio!
ResponderEliminarMe parece una entrada interesantísima. No sabía que acabó en la ruina. Me encanta el final del poema.
Besos y gracias por estar ahí :)
Es una alegría saberte por estos lares, Celia. Ya ves, Maquiavelo con sus historias.
EliminarBesos.
Buena imagen, la de un relajado Maquiavelo leyendo. Y es que leer amansa a todo el mundo.
ResponderEliminarEn principio, ebge, parece que sí, aunque hay veces que puede que no aproveche demasiado.
EliminarMe ha encantado el poema Ignacio, gracias por traerlo. Además de tu mano he conocido retazos de la vida de Maquiavelo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues estupendo, Conchi. Estamos en aquello del aprender deleitándose.
EliminarAbrazos.