sábado, 11 de febrero de 2017

Maquiavelo

Cuesta imaginarse a Maquiavelo (1469-1527) sentado tranquilamente, leyendo a la luz de la vela. Al menos a mí. Pero, sin embargo, uno de los lugares comunes de la literatura, en especial cuando se habla de las virtualidades de la lectura, es una carta suya en la que se retrata de este modo, abandonado a la mudanza ética que pueden producir los textos clásicos. No es el único. Su coterráneo Petrarca (1304-1374) ya había tenido conversaciones con «los santos, los filósofos, los poetas, los oradores, los historiadores», tan fascinantes que escribe cartas ‒de tú a tú‒ a Cicerón o Virgilio, ejerciendo a la vez (según dice Francisco Rico) la introspección y el juicio moral sobre el presente. Y no digamos el Quevedo que escucha con sus ojos a los muertos.
Salido de la cárcel, en la que es torturado, a la que le llevan la vuelta de los Médicis a Florencia en 1512, se retira a una pequeña propiedad cercana que tiene en San Casciano in Val di Pesa. Allí vive años de penurias, pero extrae lo mejor de su talento y, con estilo desenvuelto, escribe lo que ha legado a la civilización. Gana el sustento con lo que le renta la leña que corta en el bosque, para lo que contrata obreros que le ayuden. Con ellos convive durante el día y con ellos está en la taberna. Así lo explica en carta a su amigo Francesco Vettori a finales de 1913. José Ángel Valente versifica (casi literalmente) esta misiva en Maquiavelo en San Casciano, poema que nos acerca al final del día:
Llega al cabo la noche.
Regreso al fin al término seguro
de mi casa y memoria.
Umbral de otras palabras,
mi habitación, mi mesa.
Allí depongo
el traje cotidiano polvoriento y ajeno.
Solemnemente me revisto
de mis ropas mejores
como el que a corte o curia acude.
Vengo a la compañía de los hombres antiguos
que en amistad me acogen
y de ellos recibo el único alimento
solo mío, para el que yo he nacido.
Con ellos hablo, de ellos tengo respuesta
acerca de la ardua o luminosa
razón de sus acciones.
Se apaciguan las horas, el afán o la pena.
Habito con pasión el pensamiento.
Tal es mi vida en ellos
que en mi oscura morada
ni la pobreza temo ni padezco la muerte.

[Salud. Esperando que la vida discurra por su cauce].

8 comentarios:

  1. De la mente a la vela. Excelente entrada.

    Saludos.

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  2. Hola Ignacio!
    Me parece una entrada interesantísima. No sabía que acabó en la ruina. Me encanta el final del poema.
    Besos y gracias por estar ahí :)

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    1. Es una alegría saberte por estos lares, Celia. Ya ves, Maquiavelo con sus historias.

      Besos.

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  3. Buena imagen, la de un relajado Maquiavelo leyendo. Y es que leer amansa a todo el mundo.

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    1. En principio, ebge, parece que sí, aunque hay veces que puede que no aproveche demasiado.

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  4. Me ha encantado el poema Ignacio, gracias por traerlo. Además de tu mano he conocido retazos de la vida de Maquiavelo.
    Un abrazo.

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    1. Pues estupendo, Conchi. Estamos en aquello del aprender deleitándose.

      Abrazos.

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