lunes, 8 de junio de 2009

Encuentro en la Feria del Libro de Burgos


El pasado miércoles, cuando el sol perdía fuerza, di una vuelta por la Feria del Libro ubicada en El Espolón. La gente estaba concentrada en torno al puente y el arco de Santa María, esperando que se rodara la escena de una película de los años sesenta del pasado siglo («buena ciudad para hacerlo», pensé mientras me dirigía a las casetas). Imagino que era la razón por la que el ambiente del recinto estaba desahogado. Si a ello añadimos que no había muchos puestos, el paseo se presuponía rápido. Estaban en primer lugar las publicaciones de organismos públicos, a las que no dediqué mucha atención. Seguían algunos mostradores con literatura infantil. Los consabidos facsímiles y los libros diminutos. Todavía ninguna editorial digital.

En esta humilde feria, al azar, me encontré con Jiddu Krisnhamurti (1895-1986); hace tiempo que no he recalado en sus escritos, pero desde que lo conocí no me ha abandonado su visión de las cosas –«la verdad es una tierra sin senderos», a la que podemos llegar por nuestro propio empeño– ni su posición ante la sociedad. Lo tomaron por un gurú, formaron a su alrededor un acaudalado sistema religioso, pero él lo derribó en 1929 declarando que no quería discípulos ni iglesias. Desconfiaba, igualmente, de las naciones. Siempre le preocupó el escaso acceso que tenemos a las posibilidades de nuestra mente. El arte de vivir, La mente que nos mide, Tradición y revolución… Leíamos sus textos en fotocopias obtenidas de alguna biblioteca selecta. Dice que las injusticias no desaparecerán hasta que cada cual no seamos Justicia.

Pasados los efluvios de este encuentro, continué el recorrido. Me vinieron a la mente -no sé por qué- libros que he perdido en alguna ocasión. El tesoro de los humildes, de Maurice Maeterlink, lo dejé olvidado en un autobús. El hombre que se enamoró de la luna, de Tom Spanbauer, quedó de testigo (no sé si silencioso) en uno de esos lugares que habitas en la vida. «Lo único que evita que el viento se nos lleve, son nuestras historias».

Sin darme cuenta, las agujas del reloj habían recorrido un buen trecho. Era hora de tomar una caña para aprovechar el caluroso día. Al volver sobre mis pasos, anochecía.

4 comentarios:

  1. Si llegan los libros electrónicos, quizás logres recuperar esos libros que se perdieron... ya se que no serán los mismos, pero creo que lo que a tí más te importa es su contenido.
    Esta si que será una importante ventaja.
    Yo también he dado una vuelta por "nuestra feria del libro" y sí es verdad que el que se ruede una película de los años 60 es perfecto porque Burgos se ha estancado en el tiempo. ;)

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  2. Las agujas del reloj suelen correr muy rápido cuando uno está en un sitio agradable.
    Es cierto que la feria es pequeña y humilde acorde con nuestra ciudad, pero a mi tampoco me gusta perdérme.
    Qué bien se termina todo con una buena cañita¡

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  3. Yo también me acerqué a la feria el primer día y como hacía bueno estuve ojeando por aquí y por allá y también se me hizo tarde, es que leyendo se me va el tiempo que nom e entero.
    El libro electrónico lo veo práctico, para buscar, por recuperar y no perder libros antiguos/delicados etc., pero a la vez sin encanto, eso del tacto con el papel, ver lo que te queda de leer por el marcapáginas no es lo mismo con ellos, llamarme anticuada si queréis

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  4. Sí, este año, a primera vista, me resultó algo pequeña la Feria (iba a ir el fin de semana a Madrid). No obstante, el encuentro con krishnamurti lo compensó.

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