Por lo regular, aquí damos cabida a asuntos de bibliotecas: los documentos electrónicos que reciben, los recursos que las innovan, el ambiente que se respira en ellas. En definitiva, hablamos de nuestras ocupaciones. Por ello, hoy rendiremos un pequeño homenaje al documento de archivo (no el informático). En una cultura escrita, el documento es uno de sus signos genuinos y, dentro de ellos, el que refleja nuestra actividad es el buque estrella. En él volcamos cada día, a través de nuestro hacer, lo que nos ilusiona o nos desasosiega, enmascarándolo en cuadernos, cartas, saludas o albalás. Tiene un contexto y, al tiempo, se sale de él. Anota nuestros hechos y, al tiempo, da cuenta de nuestra imagen de los hechos. Se puede conversar con él. Se le puede interrogar.
En cierto modo es como la música. Desata las fibras sensibles y puede hacer que un ligero escalofrío recorra nuestra espina dorsal cuando lo leemos. Duchein decía que ninguna obra de creación –las bibliotecas– es capaz de llegar a la autenticidad del documento de archivo; el papel más humilde de un pequeño archivo –proseguía– contiene voces que no se hallan en ninguna otra parte. Estamos de acuerdo. Aunque, eso sí, estos documentos exigen mirada crítica porque están llenos de silencios, de intencionalidades y de entusiasmos.
En cierto modo es como la música. Desata las fibras sensibles y puede hacer que un ligero escalofrío recorra nuestra espina dorsal cuando lo leemos. Duchein decía que ninguna obra de creación –las bibliotecas– es capaz de llegar a la autenticidad del documento de archivo; el papel más humilde de un pequeño archivo –proseguía– contiene voces que no se hallan en ninguna otra parte. Estamos de acuerdo. Aunque, eso sí, estos documentos exigen mirada crítica porque están llenos de silencios, de intencionalidades y de entusiasmos.
Por ejemplo, por mucho que se empeñe alguien en recrear el momento de la muerte, no podrá igualar el testamento de quien está esperando ante el pelotón de fusilamiento, como le ocurrió a Francisco Ferrer y Guardia, asesinado oficialmente cuatro horas y media después de redactarse dicho documento. [Nota: en la página número 1 del enlace que ofrecemos, se explica el contexto de la redacción de dicho texto.]
Desde luego que la documentación de archivo guarda secretos increíbles y si este testamento se escribió así es estremecedor aunque su contenido no me lo ha parecido tanto, es que me esperaba otra cosa... aunque lo dicho, impresiona.
ResponderEliminar¿Qué no sabremos?
Un archivo es como un cajoncito de sorpresas, me encanta indagar en esos papeles que te devuelven retazos de vidas y épocas diferentes.
ResponderEliminarEl testamento genial, me gusta la gente que lucha y defiende sus ideales hasta la muerte, si miramos bien lo único que nos queda es eso, las ideas.
La verdad que este señor era la leche y murió defendiendo sus ideas, gracias a él seguro que se cambió algo por pequeño que pudiera parecer.
ResponderEliminarLos archivos tienen grandes secretos, de algunos nos enteramos con el tiempo y son increibles.
Sí, Francisco Ferrer y Guardia cambió (o, al menos, mostró) algunas cosas: que se podía educar a niños y niñas en la misma aula, que los ventanales ayudaban a la enseñanza, que la higiene era imprescindible para acudir a la escuela, que se podía educar sin que la Iglesia interviniera, etc.
ResponderEliminarTodo ello le costó la vida -el 13 de octubre cumplirá los cien años-. Los archivos así lo dicen.
las tres hijas se quedarían patidifusas...
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