Las alergias suelen advenir en
momentos inoportunos, al menos eso es lo que sucede en lo que a mí respecta,
tal como ha sido esta mañana con los repetidos achís que me han llegado durante
toda la entrevista que tenía para un asunto de cierta importancia. ¡En fin!
Maguer la que más rabia me da es la del papel, tratándose de alguien que
trabaja en bibliotecas. Hay documentos antiguos o libros compuestos de materia
prima degradada (léase química) que despiden efluvios que me producen esa
irritación nasal tan estruendosa. De ahí que, en casa, cada vez que hay que
mover alguna estantería, suelen salir algunos ejemplares que condeno a las
cajas cerradas en el desván.
Este fin de semana le ha tocado
a dos a los que aprecio ‒algo que es de lo más corriente cada vez que lo hago‒:
Los tónicos de la voluntad, de Ramón
y Cajal, y Tratados morales, de
Séneca. Los dos son de Colección Austral (comprados en mercados de segunda
ocasión), aquella de los puntos de colores, editados en tiempos en los que el
papel dejaba bastante que desear.
Cajal elaboró un discurso de
ingreso para la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales a finales de
1897, que el científico Enrique Lluria costeó de su bolsillo para repartir
entre su alumnado y gente con inquietudes académicas, pues como reza el
subtítulo son Reglas y consejos sobre
investigación científica, los cuales abrieron un horizonte que lo
convierten en imprescindible para cualquier biblioteca personal que se precie.
No en vano, además de las ediciones habidas hasta 1940 (y los de otras
editoriales), en el año siguiente lo incluye Espasa Calpe en la colección
susodicha, llegando ahora a la 23.ª edición. El texto previene la «creencia (desgraciadamente
profesada todavía por muchos de nuestros catedráticos, ignoro si con sinceridad
o a título de expediente cómodo para cohonestar la propia pereza) de que las
conquistas científicas no son fruto del trabajo metódico, sino dones del cielo,
gracias generosamente otorgadas por la Providencia a unos cuantos
privilegiados, inevitablemente pertenecientes a las naciones más laboriosas, es
decir, Francia, Inglaterra, Alemania e Italia».
También de los años sesenta,
cuarta edición, es el volumen que había conseguido en el Rastrillo de Séneca,
en el que releo con especial satisfacción el libro tercero, De la tranquilidad del ánimo. Texto que se
ha vuelto difícil para el tono de literatura que solemos leer, pero que
compensan largamente el esfuerzo requerido. A los que mudan con frecuencia, «cáusales
la vergüenza interiores tormentos, y los deseos que se ven encarcelados en
sitio estrecho y sin salida, se ahogan: de que resulta el entristecerse y
marchitarse, por estar contrastados de infinitas olas de la incierta determinación
que los aflige, en que les tienen suspensos las cosas comenzadas, y tristes las
lloradas».
Si es que no hay como darse una vuelta por los rastrillos.
ResponderEliminarSaludos
Ya lo creo, Anónimo, siempre salta la liebre donde menos se la espera.
EliminarSaludos.
Nada como una alergia para tener un pretexto y desembarazarse de libros sin sentimiento de culpa.
ResponderEliminarNo está mal pensado el argumento, Esther. Me quitas un peso de encima.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una opinión muy acertada, Esther. Me quitas un peso de encima.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me pregunto si Séneca no ha construido en realidad un libro de autoayuda.
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