Me cuesta pasar a la fruta
de verano. La naranja, para mí, es la reina indiscutible de los meses
invernales, acompañada de la manzana –¿adónde quedan esas reinetas que no se
echaban a perder?– y de alguna que otra pieza exótica, además de las peras o
uvas ocasionales. Pero, a partir de junio, comienzan mis titubeos delante de
los coloridos mostradores hasta decidirme hacia el melón o el melocotón, que no
saben a nada. Reconozco que ante algunos libros me sucede algo parecido.
Necesito pintarme una puerta para dejarles paso y, después, hacer un hueco
dentro de mí para que se recuesten.
Es lo que me ha sucedido con
Mãn, de Kim Thúy. Nacida en Saigón en
1968, escapa de Vietnam en una barcaza de refugiados diez años después,
terminando por asentarse en Montreal. Después de ejercer varios oficios, es
propietaria de un restaurante y crítica gastronómica. Y es precisamente esta
faceta lo que no me atraía del libro, pues la tengo por actividad bastante
superficial de la especie humana, si se dedica a ello la vida. Pero… (a pesar
de la cubierta ilustrada al efecto) le di paso. Y me gusta.
Claro que no es un texto de
sibaritismo ni de mira la guía. Es un texto de manjares. Destila la delicada energía que le
aportan los personajes que discurren por sus páginas, apenas esbozados, pues se
compone de pequeños capítulos –titulados con una palabra o expresión breve, cortos
tragos que te producen una ligera borrachera, una desorientación momentánea,
casi dulce, que alimenta un tembloroso fervor hacia sus sonidos– que van
tejiendo la trama. La realidad de alguien desplazado desentrañada en la cocina.
Los valles del lejano pueblo en el sorbo de un bol de sopa. El sigilo de los
«sabores que pasan casi desapercibidos a fuerza de permanecer en su sitio».
Según suele ser corriente en
esta literatura orientaloccidental, aparece una novela francesa: Una vida, de Guy de Maupassant. Y poesía
vietnamita: Hacia ti traigo en ofrenda / el
poema que no he escrito, / el dolor hacia el que me tiendo, / el color de la
nube que no he conocido, / los deseos del silencio.
Alimentos con historias. Puede que así comenzara la cocina.
ResponderEliminarFeliz verano.
Si no comenzó así, al menos hay muchos platos con su historia.
EliminarSaludos.
Pues el libro no sé, pero hombre de Dios, qué tiene de malo dedicarse a la gastronomía para que los demás podamos disfrutar de los manjares?? Jajajjaa.
ResponderEliminarPor cierto , la fruta de hoy en día no sabe a nada.
Besos
Está muy bien dedicarse a la gastronomía y disfrutar de los manjares, Celia. Por supuesto que yo también lo hago.
EliminarBesos.
Interesante propuesta Ignacio, a pesar de que la cocina me gusta más para saborearla que no para leerla y sí estoy contigo las frutas han ganado en belleza y perdido en sabor, quizás no hace falta ser tan perfecto y sí mucho más jugoso.
ResponderEliminarUn saludo
Ya lo creo, Conxita. Los melocotones pequeños, feos... de las laderas pueden saber a gloria.
EliminarSaludos.
Me pasa como a ti, adoro la naranja (y las mandarinas), la manzana menos. De primavera-verano, las cerezas, melón y sandía son mis predilectas.
ResponderEliminarAlrededor de la comida y los sabores hay algunas buenas novelas, pero me pasa como a ti, de entrada, no suelo darles paso. Con tu aval puedo darle una oportunidad.
Abrazos con sabor a salitre :))
Gracias, llega hasta aquí lo sabroso.
EliminarParece que la literatura puede vivir entre cacerolas.
Besos.
Literatura junto a cocina que son sabores, olores, colores, sensaciones. Y las sensaciones traen recuerdos, con sentimientos. Sentimientos, recuerdos, sensaciones, triángulo tan básico y no obstante nos identifica
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