La Sierra del Moncayo está
soberbia estos días con nieve y luna llena. Igual desde Noviercas, desde
Veruela o desde Castilruiz. Y por allí pensaba estos días en el cambio de valor
que ha tenido esa expresión que tanto nos atraía en la adolescencia, escrita
por aquel romántico que pasó jornadas por aquellas tierras, y sobre el que se
han escrito cientos de páginas, laudatorias unas, denostantes otras.
No se sabe muy bien a quién iba
dirigido aquello de poesía eres tú, o a quienes, pues podía ser una forma de
nombrar a la mujer ideal, a las mujeres deseadas o ideadas por el poeta en Cartas literarias a una mujer, Rimas o Leyendas. Y ahí parece que está la cuestión: poesía es ella y poeta
soy yo. Ella es lo incorpóreo, lo
fragmentado, lo que queda fuera del alcance, lo sentimental. Yo soy la inteligencia que puede dar
forma a un poema, que posee la suficiente sensibilidad para hacerlo.
Además, en la vida de Bécquer,
hay varias mujeres, pero ninguna de ellas con la suficiente vida como para
colmarlo. Él se queda deslumbrado por su belleza, por su voz, por sus
movimientos. Y, luego, ellas lo dejan herido de muerte, sin comprender lo que
necesita. Así es como parece que sus amigos (y su sobrina Julia) montaron la
vida de este hombre que pasó tantas penurias económicas. Julia Espín, Marquesa
del Sauce, Elisa Guillén y, sobre todo, Casta Esteban, madre de sus tres
criaturas (que tuvo que mendigar para mantenerlas), quedaron como mudables y
altaneras, cuando no vanas, caprichosas o ignorantes.
Incluso hay para quien Bécquer
es el anverso de la prostituta, tomando en cuenta aquella apreciación de
Baudelaire en la que dice que en ambos casos se venden por dinero.
Todo esto se puede saborear en
el libro de Isabel Navas Ocaña, Poesía
eres tú… Pero y no quiero ser poesía (Visor, 2011), apreciable ejercicio
expositivo.
[La ilustración es de Bécquer, El poeta y las musas].
No hay duda de que la literatura es reflejo de la sociedad.
ResponderEliminarSaludos.
Es cierto, se alimentan mutuamente.
ResponderEliminarSaludos.
La verdad, impresiona el escepticismo burlón de Beatriz en El monte de las ánimas. Parece jugar.
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